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como hacer que los hijos respeten los limites

Padres modernos: del “vale todo” al “porque te lo digo yo”

Los especialistas advierten que décadas de tolerancia en la crianza de los hijos, aplicada por padres culposos, generaron niños con grandes dificultades para asumir responsabilidades, respetar límites o demostrar respeto por los demás. Hoy surge una nueva paternidad, que asume la tarea de educar, es decir, de no hacer la vista gorda y demandar que las tareas sean cumplidas o de simplemente decir que no. Frente a los tradicionales estilos de liderazgo, el permisivo y el autoritario, nace uno nuevo, democrático, en el que las normas se imponen por consenso y se cumplen.

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¿Cómo criar a los hijos para que no se conviertan en tiranos? Especialistas del mundo desarrollado sostuvieron una idea peligrosa en tiempos en que la tolerancia comenzaba a generar contradicciones: el remedio recomendado fue ponerle fin a la pedagogía de la permisividad. Esta pedagogía, según ellos, había dejado a los niños estancados en una fase de su desarrollo, caracterizada por el narcisismo infantil. La crianza indulgente y horizontal había producido durante los últimos quince años consecuencias nefastas, desde detalles aparentemente triviales, como que muchos niños y adolescentes ya no saludan a los adultos, hasta otros de mayor gravedad, como la dificultad para asumir responsabilidades, límites y respeto por los demás. Es algo que nos tocó vivir, ¿cómo lo cambiamos?

La cara de la confusión. El doctor Marcelo Hernández, especialista en psiquiatría, psicología médica y clínica familiar, dice que como “sujetos de interacción, funcionamos en un contexto, respondiendo a estímulos. Cuando no hay parámetros, nace la confusión”.

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Los expertos advirtieron claramente que los padres ya no querían tomarse la molestia de educar a sus hijos, bajo normas de respeto que empiezan en el hogar y se expanden al mundo. “Hay una cierta dimisión por parte de los padres, de la dura y desagradable función de educar. Decir que no, demandar que las tareas sean cumplidas es una tarea desagradable, e incluso angustiosa. Pero no es la única dimensión de educar, que entraña también amor, cuidado, dedicación, estímulo, aliento...”, explica la doctora Diana Rabinovich, profesora titular de la Facultad de Psicología de la UBA.

Todos quieren pasárselo bien, sin andar atrás de los chicos diciéndoles cómo tienen que comportarse; mucho menos despegarlos de la PlayStation, porque mientras están conectados a la computadora pueden desconectarse de ellos. Y cosas así. Dice Rabinovich que “nos enfrentamos actualmente con la burda caricatura de lo que fue el ideal de una educación más libre, flexible y tolerante. En la constitución de ese ideal, el psicoanálisis tuvo una influencia importante. Sin embargo, ello devino en una deformación del psicoanálisis en su relación con la educación. Los niños, y cualquier sujeto humano, cualquiera sea su edad, devienen ‘tiranos’ si no se les ponen límites, si no se les enseña el respeto por los otros y por la ley, si no se les piden esfuerzos y trabajo, si no se les enseña a ser responsables de sus acciones”.

¿Qué hacer? ¿Cómo? Se necesita licencia para todo. Uno debe tener licencia para conducir un auto, portar un arma, ejercer una profesión, pero no se necesita licencia para tener un hijo. ¿Cómo sería? Demasiado complicado. Pero no todos estamos hechos para ser padres, y cada vez menos. En algunos casos, son nada más y nada menos que un accesorio. Pero no importa. Todos fuimos niños alguna vez, y todos los niños cuando crezcan pueden algún día asesinar a un presidente. No se les puede echar toda la culpa a los padres. Ni a los presidentes.

Si algo ya no sirve, o no es funcional a las necesidades de la sociedad, se busca un cambio; pero mientras tanto, en el camino de la transición, se echa mano a lo que está disponible. Hernández da cuenta de tres tipos de liderazgo, que podrían ser vistos como estilos paternos o de educación, que forman a los niños con características específicas, que deberían ser tomadas en cuenta a la hora de establecer normas o parámetros. “El estilo laiser faire produce mucha creatividad y una sensación ilimitada de libertad, pero poco orden y eficacia. El estilo autoritario, tipo colegio militar, produce mucho orden y eficiencia, pero poca productividad y nada de creatividad. Y el estilo democrático, que es una mezcla de los dos, produce normas, consenso y cumplimiento. Es un estilo organizador de la experiencia que da un promedio de creatividad, orden y eficiencia. Es decir que se imponen normas por consenso y se las cumple.”

El psiquiatra alemán Michael Winterhoff plantea en su reciente best seller ¿Por qué los niños se convierten en tiranos? que la fase narcisista normalmente debe durar entre los 10 y 16 meses de edad, pero desde hace un tiempo se ha encontrado en su consultorio con niños mucho mayores que parecen no haber salido de ese punto. “En ese período de desarrollo, el niño no distingue todavía entre cosas y personas, por lo que no tiene ninguna sensación de respeto hacia los otros. El único principio que rige el comportamiento en esa fase es el principio del deseo”, escribe W.

“La función primordial de un niño es apropiarse de todo. ‘Esto es mío’, dicen todo el tiempo. Chupan, tocan, tragan. Sienten angustia de separación o abandono. El entorno se somete a ellos y controlan las instancias del contexto. Son sometedores natos. Necesitan un marco que los contenga, necesitan aprender a esperar y a manejar la frustración. Si no lo hacen, de adultos pueden sufrir alguna clase de psicopatología o ser directamente psicóticos”, dice Hernández.

Para Rabinovich, “se ha devaluado y degradado la idea de mérito, de que hemos de merecer algo en función de lo que hemos hecho para obtenerlo. Se ve claramente en la supresión de sanciones adecuadas en las escuelas. No se corrigen las faltas de ortografía o de gramática y la consecuencia está a la vista: los jóvenes no saber escribir ni leer ni hablar, y circulan con un vocabulario paupérrimo. Casi puede afirmarse que hay un trabajo en contra de nuestro carácter de seres determinados por la cultura, una dimisión de la civilización, y cada vez se enfatiza más que seamos animales alegres, pero animales por fin ‘naturales’. Un ejemplo de ello es la pérdida de pudor, que sabemos tiene determinaciones históricas, cosa de la que se da prueba claramente en la televisión, que ha creado una cultura donde mostrarlo todo está bien, burlarse y humillar al prójimo también”.

¿Excesos? Golpes bajísimos, para ser exactos. ¿En qué se ha convertido la vida familiar? Para Hernández, “la familia actúa como un neutralizador de los medios, especialmente de la televisión e Internet, pero para que eso suceda debe estar organizada con normas, límites, horarios acotados para el entretenimiento, etcétera. Es cierto que lo que más se está viendo es la comodidad del padre/madre ausente que sabe que su hijo está entretenido con la computadora o la televisión”.

El determinar límites e imponer rutinas implica, naturalmente, asumir conflictos que, según Winterhoff, muchos padres prefieren evitar porque, para compensar los problemas que tienen en otros ámbitos de sus vidas, quieren mantener con sus hijos unas relaciones armónicas y renuncian al papel de guías.

La evidencia. “Si hay niños tiranos es porque hay padres inmaduros. Quieren ser más amigos de sus hijos que distantes y distintos. Ser padre es educar, contener, poner límites. Una metáfora clara de esto es la madre que se viste con ropa de su hija, que se hace operaciones estéticas para parecer de dieciocho. La bajada de línea es confusa, además de laxa. Un padre todavía no ha sido reemplazado por nada, es una figura central en nuestra vida, pero hay un corrimiento y todo es consecuencia de todo”, explica Hernández.

La música de fondo desafina. ¿Qué hacemos para calmar el ruido psíquico con el que se desenvuelve el tiempo? ¿Psicofármacos? “Es común hoy observar que muchas consultas a los psicoanalistas de niños se realizan por razones de educación –dice Rabinovich–. Se nos pide a los psicoanalistas que eduquemos. Pero el psicoanálisis no es para educar, sino para resolver inhibiciones, síntomas y angustias. A ello se le suma la idea de que aprender ha de ser fácil, de que las normas de cortesía son anticuadas, que se puede decir cualquier cosa, que la infancia será feliz en la medida en que sea un juego permanente. Hay dimensiones de la vida que no son juego, que exigen renunciar a gratificaciones fáciles e inmediatas. En suma, la opinión promedio es que todos tienen derechos, niños o adultos, pero ninguno tiene deberes. Los medios no hacen más que reforzar esta idea de tengo derecho a lo que sea. El ideal es que todo sea fácil, efímero, trivial”.

En todos los campos de la vida, los equilibrios se rompen cíclicamente, para dar paso a nuevos paradigmas más adaptables a las épocas que se van sucediendo en nuestra historia. El futuro es incierto, pero nadie lo espera de brazos cruzados, en cierta forma. Se rastrea el pasado, lo que estuvo bien, lo que estuvo mal, y se proyecta alguna ruta de acceso a un porvenir con menos tensiones. A ver: si el niño tiene problemas, el problema es de los padres, “pero ese adulto –dice Hernández– vive en un ambiente cambiante e inseguro, pierde los ahorros a manos de un banco, pierde el trabajo, pierde la autoestima. No vivimos en un mundo estable”. Es cierto, pero ¿qué hacer?

“Creo que hay que volver a la función educativa del no. El no en sí no es ‘traumático’, es humanizante. Lacan señalaba que, desde muy temprano, un niño sabe distinguir entre un límite y una brutalidad contra él, y la experiencia muestra que esto es así. El ‘no’ opera una pérdida, y la pérdida es constituyente de nuestra capacidad simbólica, o sea de lo que nos hace los únicos animales inteligentes.”