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Cabezas

Parábola del pastorcito

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En la alfombra rosa de la Met Gala, Jared Leto se paseó bicéfalo: además de su testa habitual llevaba una réplica de su cabeza en la mano. La levantó en alto y la miró a los ojos. Me hizo pensar en Saint-Denis, el predicador decapitado del siglo II, que recoge su cabeza cortada de sus pies y sigue predicando. Dice Michel Serres que, con la tecnología, todos andamos sin cráneo; hemos trasladado nuestro cerebro a la computadora, al teléfono: ellos tienen el poder lógico, la memoria y las imágenes, y nos hablan sin cesar.

Miraba a Jared, pero una réplica de su barbita me hablaba en Twitter: era Juan Grabois, cuyo desaliño personal me retrotrae a los primeros cristianos. Sigo con interés la prédica del Pastorcito de San Isidro, porque habla desde el corazón del medioevo argentino. Su padre es íntimo de Bergoglio obispo, y el hijo devino predicador de dos iglesias: la peronista y la católica. Dos cabezas que serían solo una.

 Grabois celebra misas contra Mercado Libre; explica que no hacen software sino finanzas (cuando se entere de que existe el bitcoin se muere). La cuestión es combatir al capital: especialmente al que podría írsele de las manos, si los planes sociales dejan de pasar por sus punteros y van directo a los beneficiarios mediante la app de Mercado Pago. Cuando le señalaron que la ley que critica ferozmente es de Kirchner, no de Macri, Grabois se defendió diciendo: soy un militante. Hablo –dice– pero no tengo necesidad de hacer sentido, mi cabeza está cortada; hay otro que habla por mí.

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