La pandemia dejó la muestra de la desigualdad en la que vivimos. Aquí nadie puede hacerse el distraído. Dejó en evidencia a millones de personas a las que el Estado ni siquiera tenía registradas. (…) Y eso como sociedad debe avergonzarnos. (…) Ese país más justo que hay que construir nos tocó construirlo a nosotros, y yo no voy a dejar pasar la oportunidad y ustedes tampoco”.
Son palabras del presidente Fernández, el 26-5-20, durante un acto en el que anunció “224 proyectos para la reactivación y ejecución de obras en cuarenta municipios de la Provincia, que beneficiarán a más de 13 millones de personas”. El gobernador Axel Kicillof, por su parte, apuntó que “La historia entera del capitalismo acerca de cómo se sale rápidamente de una crisis económica y financiera nos dice que es a través de la inversión pública, no porque sustituya a la privada, (...) pero al privado le cuesta arrancar porque lo frena la incertidumbre”.
Los dos apuntes no solo son ciertos; tienen miga y al final de esta pandemia formarán más que nunca parte de un mismo pan. Todos los países hacen hoy idéntico esfuerzo: dinero del Estado para reactivar la economía. Alemania, por ejemplo, “ha podido poner en marcha programas de ayuda a sus hogares y empresas por un valor equivalente a casi la mitad de su producto interior bruto (…) todos los países ricos lo vienen haciendo, pues en ellos prima la idea de que hay que hacer lo que haga falta para evitar el colapso económico, incluso a costa de un incremento récord de su deuda” (https://bit.ly/coronavirus-los-olvidados).
Ya se verá cómo los ricos la amortizan, pero ¿qué pasará en los países más pobres, donde habitan las dos terceras partes de la población mundial? Según la misma fuente: “Las salidas de capital desde esos países en el primer mes de la pandemia fueron ya el doble de las que se produjeron en el primero posterior al estallido de la crisis de 2008 y las inversiones hacia esos países también se están desplomando, lo que aventura que la pérdida de liquidez y recursos va a ser ahora mucho mayor que entonces”.
Esta columna, entre tantas, viene ocupándose del tema crisis económico-financiera/deuda mundial/guerra comercial y/o militar en puerta. La pregunta del millón es: ¿de dónde saldrán esos recursos, si de lo que se trata es de evitar una hecatombe mundial? “Acordar la paz mundial supondría disponer de billones de dólares hoy destinados al armamentismo. Esto, y acabar con el dinero y la producción ‘en negro’ y una intervención a los paraísos fiscales, aportaría lo necesario para equilibrar las economías y eliminar la pobreza. Ideologías al margen, bastaría con aplicar los principios legales, humanísticos, éticos y morales; socialdemócratas, que ha alcanzado la civilización” (https://bit.ly/quijotadas-de-ayer).
En Argentina, fuentes confiables estiman en unos 330 mil millones de dólares la suma depositada en colchones, propiedades y fondos en el exterior “fuera del circuito”. O sea, lo necesario para encarar el problema con bases sólidas. Pero hete aquí que en lugar de un acuerdo nacional el asunto se encara como disputa político-mafiosa.
En el Congreso, el oficialismo propone razonablemente “investigar la fuga de capitales durante la administración Macri”, pero “los legisladores oficialistas aplicaron su mayoría en la comisión bicameral para rechazar el pedido de Juntos por el Cambio de ampliar la investigación hasta el inicio del gobierno de Néstor Kirchner y analizar los canjes de deuda de 2005, la expropiación de YPF, el pago de la deuda con el Club de París y las operaciones de dólar futuro del año 2015” (La Nación, 26-5-20). Por no hablar de las maniobras kirchneristas para desactivar las causas judiciales que involucran a la vicepresidenta.
¿Es así, presidente Fernández, como usted piensa “no dejar pasar la oportunidad”? Parole, parole...
*Periodista y escritor.