COLUMNISTAS
FE POLITICA

Pastores de campaña

Aunque el Gobierno se dice triunfante, le preocupan las encuestas. Ayudas, temores y tierras prometidas.

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MUSICA DE CAMARA Emilio Monzó | Pablo Temes

En la declaración jurada de los miembros del PRO, ninguno podrá alegar ignorancia o distracción. Para el caso, claro, de que el Gobierno trastabille en las próximas PASO en la provincia de Buenos Aires y, quizás, luego repita en octubre el mal trance al realizarse los comicios de medio término. Es una posibilidad cierta. Tan válida que, hace más de seis meses, gente del mismo partido único –lo de coalición ya es un eufemismo, según expresan los mismos radicales mientras Elisa Carrió se encapsuló como franquicia personal sólo para pocos distritos– ya había advertido que se corría un gran riesgo en el conurbano bonaerense y aconsejaban una apertura política.                                              

Diferencias. Por entonces, se le atribuyó a Emilio Monzó una profecía: “Estamos un millón de votos abajo en la tercera sección electoral”. Con esa diferencia en contra, el oficialismo no podía pensar en ganar la Provincia. Por culpa de ese mensaje, Monzó casi fue excomulgado, llovieron intrigas para desplazarlo como titular de la Cámara de Diputados, le hicieron bullying en todos los frentes, y figuras con tino que participaban del mismo temor al encierro político (Frigerio, Vidal, por ejemplo) sufrieron embestidas semejantes. Palabras más, palabras menos, sugerían acercamientos con otras fuerzas, alquilar feudos del peronismo, nutrirse de otras vertientes, si se quería ganar la elección. Pero en la Casa Rosada ese proyecto constituía una intoxicación, aceptar gérmenes y bacterias de peligrosa permanencia, perder en suma la naturaleza orgánica del PRO con la que Mauricio Macri llegó al poder sin necesidad de contaminarse con otras facciones. Como supo aconsejar el asesor Jaime Duran Barba, ahora habilitado para cobrar un módico salario después de servir presuntamente al Gobierno ad honorem.

Estas desinteligencias internas apenas si despertaron la curiosidad periodística mientras triunfaba la rama más sectaria del Gobierno y se oscurecían personajes centrales; pero esa sorda porfía –encarnada en Marcos Peña contra Monzó y viceversa– ahora recuperó vigencia a pesar del pacto de no agresión decretado por el Presidente. Ocurre que los números de las encuestas brotaron menos favorables de lo que se había imaginado, la estrategia electoral entró a zozobrar en el temblor. Lo más grave, sin embargo, fue que el impacto no sólo es político, se extiende a sectores más sensibles. En los últimos días, la version de que la viuda de Kirchner podría vencer al macrismo comenzó a horadar el plano financiero, también el empresarial, hasta les quitó el apetito por cobrar las tasas más altas del mundo a señores que, satisfechos, ahora reniegan de ese obsequio y se gratifican con una cobertura en dólares.

Cayó el telón, además, para esa fantasía libertaria de Sturzenegger de que la divisa norteamericana podía subir o bajar lo que se le diera la gana y de que esos movimientos, además, no se trasladarían a precios. También cayó su autonomía y la de la craneoteca que lo acompaña: alguien lo puso en caja, recordándole que están en esos cargos porque otros consiguieron los votos. Por si fuera poco, hubo proliferación informativa sobre bancos de distinto origen que empezaron a utilizar la palabra catástrofe como sinónimo de una eventual derrota de Macri (más exactamente, con una victoria populista de Cristina).

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Se le atribuyó a Monzó la profecía de ver un millón de votos abajo al oficialismo

Suele ocurrir que, en estos casos, el sector financiero se excita en exceso: cuando prevé buen tiempo induce a enterrarse en la compra de títulos y acciones y, a la inversa, reitera la conducta cuando se deprime exageradamente con la aparición de nubarrones y propicia la venta de lo que encuentra a mano. Aunque se percibe nerviosismo en los mercados, igual hay una contribución a la paz desde el exterior: financieramente el mundo está en calma, lejos de cualquier estampida contagiosa. Otros empresarios también se inquietan: menos interesados en la volatilidad y con capitales hundidos en el país, se plantearon escenarios lamentables si las derivaciones políticas de los comicios conmovieran al Gobierno en lo económico y afectaran brotes del PBI y alguna contención inflacionaria. Trascendió que dos de los principales líderes industriales por lo menos, Rocca y Pagani, hace quince días reconocieron la falta de credibilidad en la gestión oficial por parte de operadores y público en general, una incomunicación que también refrendaron la semana pasada otros colegas y cámaras en un encuentro de la Sociedad Rural.

Apoyo cauto. Como asistencia, se comprometieron a ser ellos portavoces, personal y públicamente –serían aproximadamente los términos a emplear–, de un respaldo a la dirección y al sentido de la política económica. Habrá que admitir que la actitud parece tardía, pero debe contemplarse la precaución de sus autores: el Gobierno se irrita cuando le advierten errores y muchos temieron aparecer de nuevo en una lista oscura, como figuraron en el círculo rojo de hace dos años, al ser satanizados por recomendarle a Macri ampliar su espacio, aliarse con Massa, y garantizar la puesta de espaldas del kirchnerismo.

Han sido razonablemente precavidos con sus mensajes para no ofender, ya que en la Casa Rosada se insiste –con algún grado de soberbia– en que no habrá ningún accidente electoral, mucho menos una catástrofe financiera: según ellos, el Gobierno gana dos veces en el orden nacional y, en la provincia de Buenos Aires, el resultado será parejo o con diferencias mínimas en las PASO iniciales para superar luego a Cristina en la segunda vuelta de octubre, con un desquite cómodo.

Voluntarismos aparte, la campaña ingresa en la definición cada vez más parecida a un acontecimiento caribeño. Por un lado, Vidal encabeza los timbreos de su corte al mejor estilo Maduro, quien mañana se dispone a consagrar en Venezuela una reforma constitucional a la reforma que ya había hecho Chávez. Sin música chévere o cumbia, el aparato macrista copia el modelo con fieles ya elegidos, organiza sesiones testimoniales sin riesgo ni sorpresas, alentando una fe a favor de un mundo que será mejor pero que se desconoce.

Pastores de la política, como el proselitismo tropical de Cristina, quien digita audiencias y visitas, cerradas en su mayoría, con participantes que se arrepienten de haber votado a Macri en catarsis colectivas como de haber burlado el régimen de comidas que había prometido seguir para adelgazar. La doctora dice curar con la palabra y, en ocasiones, con imposición de manos. Hay mucha feligresía anhelante en las ceremonias de ambos partidos.