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Patear calefones

Para el Dr. Adrián Arnoldo Paenza hay que echarla a Cristina Kirchner. Afincado gran parte del año en la bella Chicago, Paenza, un ser humano bueno e inteligente, se ofuscó esta semana cuando el encuentro que armó en el Consulado argentino en Nueva York entre Cristina Kirchner y un grupo de universitarios argentinos graduados en ciencias duras fue clamorosamente arruinado por la propia senadora. ¿Por la propia senadora?

Pepe150
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Para el Dr. Adrián Arnoldo Paenza hay que echarla a Cristina Kirchner. Afincado gran parte del año en la bella Chicago, Paenza, un ser humano bueno e inteligente, se ofuscó esta semana cuando el encuentro que armó en el Consulado argentino en Nueva York entre Cristina Kirchner y un grupo de universitarios argentinos graduados en ciencias duras fue clamorosamente arruinado por la propia senadora. ¿Por la propia senadora?
Como es hábito y sistema de hierro en sus andanzas por el país y el mundo, Cristina Kirchner dejó fuera del Consulado a los periodistas. No es que ella lo haya resuelto en este caso de manera específica, pidiéndole a su cónsul, Héctor Timerman, que les cierre la puerta en la nariz a los enviados especiales.
En Palacio se sabe que si ella se acerca a un lugar, antes hay que espantar a los periodistas que anden revoloteando y hacerlo de manera contundente.
Doctor en Matemática por la UBA y nacido en Buenos Aires en mayo de 1949, Paenza se mostró afectado y con pesadumbre por el asunto, y reaccionó así: quien prohibió el acceso a los medios argentinos “debería pagar con su cargo” y es “un bobo”.
“El que lo planificó es un idiota, realmente es una persona que, si le quiso hacer un favor a Cristina, o al que sea, hizo exactamente lo contrario, le puso una mancha a algo que debería haber sido perfecto”, agregó Paenza, calificado por los medios como “ideólogo del encuentro”. Dijo que se enteró de que los periodistas argentinos fueron bloqueados por el Consulado recién a la mañana siguiente.
Paenza no es un comentarista político que sigue la realidad argentina en tiempo real las veinticuatro horas, pero tampoco es un distraído, un tipo sólo apasionado por el básquetbol de la NBA y las ecuaciones, y enajenado de la vida cotidiana. Dicho en español: él no puede pedir que creamos que ignoraba el modus operandi de los Kirchner.
Tal vez sea demasiado ingenuo, pero no puede decir tampoco que recién ahora se entera de que el Presidente jamás dio una conferencia de prensa y que la senadora Kirchner sólo habla con medios periodísticos extranjeros. En pocas palabras: aunque pase mucho tiempo en Chicago y venga a Buenos Aires a grabar su programa de Canal 7, Paenza sencillamente no tiene derecho, por su propia y reconocida inteligencia, a decir que desconoce que la candidata destrata e ignora al periodismo argentino, a cuyos enviados –y entre mohínes de maestra severa– suele calificar de “chicos”, con esa indolencia tan afectada que encubre, apenas, una cruda expresión de desdén.
Paenza obtuvo su doctorado en 1979, a los 30 años, con un trabajo sobre “Propiedades de corrientes residuales en el caso de intersecciones no completas”. Desde luego, lo ignoro todo en la materia, pero su paso por el Consulado neoyorquino el otro día es un ejemplo paradigmático de intersecciones fallidas: él quería hacer algo bueno por el país, pero olvidó que para los gobernantes actuales la información no forma parte de las normas democráticas que están dispuestos a tolerar.
Paenza pide, pues, que echen a quien dio la orden de no dejar entrar a los periodistas, pero lo dijo como sugiriendo que Cristina es una pobre chica sin personalidad, manejada por siniestros manipuladores que le bajan línea y le eligen la ropa. La orden la dio Héctor Timerman, pero ni siquiera el hijo de Jacobo es el responsable principal.
“Me parece que hicieron una estupidez, o sea, esto hubiera sido el momento justo. Quien planificó dejar a los periodistas afuera es un bobo, pero es un bobo que debería pagar con su cargo, porque (en el Gobierno) se están llevando los ‘palos’, justos, yo repudio la medida, por algo que no necesitaban hacer”, se defendió Paenza, que organizó el encuentro con el ex periodista y ahora cónsul Timerman.
Prevaleció, así y como siempre, el modo habitual: el Gobierno desdeña todo lo que no tiene precio. Se desentiende de su misión de informar al Soberano. Para el matrimonio Kirchner, “informar” es dar pauta publicitaria a los que hacen pocas preguntas.
Enfrentado ante la convencional circunstancia de responder el cuestionario de gente de prensa, para el Gobierno es como si los medios no adictos fuesen la encarnación de Satanás.
Es que no es un secreto que el Gobierno detesta a los periodistas (“unos pobres tipos”, nos calificó en su momento el Presidente, “que me dan lástima”) pero, sugestivamente, tiene pasión por contratarlos como funcionarios políticos, cosa que ya hizo con otros.
Según Paenza, “lo mejor que podían haber hecho es dejar pasar a todo el mundo, tendrían que haber convocado a más periodistas”. Porque lo conozco bastante y lo aprecio desde hace muchos años, sé que Paenza no miente, o no lo hace, al menos, de manera consciente. “Adentro se hizo una reunión muy importante, y el país tendría que haber estado muy atento a lo que estaba pasando”, se lamenta ahora. El país no estuvo informado porque todo el mundo sabe que la senadora no quiere cruzarse en serio con ningún periodista que ejerza en la Argentina.
Pero ¿tiene el querible Paenza derecho a esa ingenuidad? Tal vez haya atenuantes; sus años en el exterior y esa costumbre de vivir en una sociedad abierta y contradictoria como la norteamericana quizá le jugaron una mala pasada y Adrián imaginó que en el Consulado argentino de Nueva York se manejaban con las mismas reglas que en el país donde funciona esa repartición. Pero no, no era el caso.
Los Kirchner han sido siempre así: no quieren a la prensa, la eluden, la “gastan” con encarnizamiento, la critican con una visceralidad llamativa, y cada vez que pueden, la dejan afuera. ¿Recién ahora se enteró Paenza?
Hace muchísimos años (y sin embargo es imposible olvidarlo), el fundador del peronismo vivía protegido por una espesa urdimbre de justificaciones y excusas que sistemáticamente se enderezaban a eliminar su directa responsabilidad en las grandes decisiones. Ni siquiera Perón se merecía tamaño despliegue de infantilismo.
Perón fue un estadista, un peso pesado de la política y tanto en sus renuncias vergonzosas como en sus logros evidentes, era dueño de sí mismo.
Cuando la “juventud maravillosa” de los años 70 formuló la teoría del cerco (“¿Qué pasa, General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”), la idea era “salvarlo” a Perón, porque siempre había un “estúpido” que tomaba las decisiones en lugar del viejo.
Seguramente sin saberlo, el bueno de Paenza ahora reflota sin saberlo la misma doctrina: Cristina-no-sabía-nada, ¿o acaso no sabemos que ella es una demócrata integral, que ama rendir cuentas al periodismo? Sí, desde luego, y mi abuelita pateaba calefones.