COLUMNISTAS
ENTRE EL JUEGO Y LA REALIDAD

Patria chantajista

Es un juego de cartas muy popular en casi todos los países de América Latina, e incluso se lo juega en Alemania con el nombre de Schwarze Peter (el negro Pedro).

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Es un juego de cartas muy popular en casi todos los países de América Latina, e incluso se lo juega en Alemania con el nombre de Schwarze Peter (el negro Pedro). En nuestro continente se lo conoce como “culo sucio” y suele resultar muy divertido para grandes y chicos. Tiene variantes y enmiendas, como suele ocurrir cuando un grupo o una comunidad acostumbra practicar un juego y aplicarle sus propias modalidades. Aunque en general el objetivo es armar pares de cartas que tengan el mismo número (el palo no importa), a partir de las que se toman del mazo o del descarte de cada jugador, según el caso. Quien queda al final con una carta que no ha podido emparejar es el que tiene sucio su trasero, como el nombre lo indica.

En la Argentina de estos tiempos, políticos, jueces, sindicalistas y hasta personajes de otros ámbitos, como el deporte o la farándula, parecen haber encontrado su propia variante de este antiquísimo juego. No lo practican con barajas (las del juego original son las españolas) sino con papeles, videos, audios, facturas y otros elementos. Y, en lugar de emparejar sus propios naipes, para irse descartando, procuran empardar alguno de aquellos que tienen los demás y que consideran peligrosos para sí.

El juego es así. Si alguien va a la Justicia para ser enjuiciado por las obscenas barrabasadas que cometió en su trayectoria de funcionario corrupto, amenaza con hablar.

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Esto significa mostrar una de sus cartas escondidas, que podría comprometer a otro de los jugadores. Ese jugador puede ser un funcionario en actividad, un juez, un compañero de pandilla que le soltó la mano, etcétera. Allí todos los demás recalculan y el juego puede quedar empantanado mientras el inculpado gana tiempo y sigue libre. Si se trata de gobernantes que se proponen llevar adelante un proyecto, promulgar un decreto, disponer una medida o proponer una ley que algún sector o personaje participante del juego sienta perjudicial para sus intereses, estos orejean la carta con la que podrían responder. Un paro, una movilización, un piquete o alguna otra jugada que, de paso, perjudicaría (o perjudica sin más) a miles de ciudadanos que no son partícipes de esta actividad lúdica.

A su vez, para evitar ser afectado por lo que pudiera descartar alguno de los sentados a la mesa, un juez puede salir de la hibernación en que disfrutó de su cargo (exento del pago de ganancias) durante años para activar un expediente apolillado que beneficia a un jugador poderoso, con el que ahora le conviene estar bien, porque el instinto de supervivencia es esencial en el ser humano, mientras perjudica a otro que ahora está en las antípodas del poder. A pesar de todo, también el o los jugadores que ahora ocupan en la mesa la cabecera del poder tienen su historia y, como alguna vez jugaron en equipo con los que ahora son sus enemigos, se cuidan de descartar ciertos naipes porque podría ocurrir que el contragolpe del ex coequiper resulte letal. Sin embargo, deja saber que cuenta con esa carta. Y de nuevo la partida se empantana.

Así transcurre el juego, en el que suele abundar, para la tribuna y para los espectadores online, la sarasa acerca de nuevos tiempos, nueva cultura, fin de una era y demás, mientras en la práctica los participantes siguen usando el viejo reglamento que, después de todo, los llevó a donde están. Para qué cambiar si con esto les fue bien. Y lo que podría parecer riesgoso termina siendo una apariencia.

Una de las razones por las cuales el juego se va en amagues, pero nadie saca una mano (o una carta, para mantenernos en el mundo de las barajas) definitoria es que, a diferencia del esparcimiento original, donde es un solo jugador el que pierde, aquí, si se revisa bien y con la memoria despierta, ninguno puede mostrar glúteos limpios e inmaculados. Es que quizás, después de todo, no están jugando a su propia versión del culo sucio sino construyendo día a día la “patria chantajista”. Construcción en la que, tristemente, todos tienen un ladrillo para aportar. Y esto sí que no es divertido.


*Escritor y periodista.