COLUMNISTAS
Ciudadania en tiempos de coronavirus

Pensar en 'nosotros' es el mejor antídoto

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El enemigo invisible. | Pablo Temes

Finalmente llegó la cuarentena obligatoria. El coronavirus cruza toda la política argentina y mundial. No hay otro tema. Estamos en guerra con un enemigo que no vemos, que se nos mete en cuerpo y que no elige cuál… es cualquiera que tenga vida y habilite su entrada. Los gobiernos no pueden eludir su tarea, ni debatir sus lugares, ni improvisar con amigos. Hace falta autoridad, confianza, eficiencia, precisión. Todo lo que el sentido común pide de un gobierno en general, pero ahora no se pude dar el lujo de no tener.

Vimos a un presidente cansado pero a cargo, tomando decisiones, algunas muy duras para su pensamiento. Equipos de gobierno organizando cómo hacer frente a la ola que viene en cada uno de los sectores. Una oposición que actúa responsablemente. Este virus se llevó puesta la pelea política y tuvimos fotos inéditas, tan necesarias. 

Las crisis ponen en juego lo mejor y lo peor de la humanidad, y de sus instituciones. Acá se ve la talla de cada uno y de cada una, las capacidades, y también las debilidades. Y descubrimos por qué existía tal institución y qué valor tenía que funcione. También la institución del ciudadano se pone en juego. 

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La responsable para la OMS de Europa, Adrienne Rashford, definía que “para los países, estar preparados y hacer frente a un brote infeccioso no es cuestión de ingresos, sino de coordinación y buena comunicación con la comunidad”. La diferencia en la evolución de los casos en los países europeos da muestras de eso y de algo un poco más oculto pero no menos importante, la responsabilidad cívica, la responsabilidad ciudadana.

Hasta llegar al “toque de queda”, que congela la producción, la educación y la vida social, e inmoviliza a millones de personas en diversas partes del mundo cuando el contagio se vuelve exponencial, la resolución del riesgo está, casi exclusivamente, en manos de los individuos y, eventualmente, las familias. Los gobiernos tienen hasta entonces la responsabilidad de restringir la llegada de individuos enfermos, informar y aconsejar.

Es en ese ámbito de la responsabilidad cívica donde pareciera que fallamos y aquí ni siquiera tenemos la excusa de la falta de educación de los afectados ya que la población de riesgo es básicamente la que cuenta con recursos para movilizarse por el mundo. 

Que el gerente de una empresa importante alimentaria haya decidido, incluso ante evidentes síntomas de enfermedad, seguir yendo a su empresa y contagiar a sus empleados habla de una falta de responsabilidad que ahora, tras el decreto presidencial, ya es delito.

Que un importante matutino titule que en un barrio privado hay muchos casos pero los enfermos no quieren ni guardar aislamiento ni que se sepa está hablando de un comportamiento necio, delictivo e irresponsable.

De igual modo opera el “miedo individualista” en muchos actores relevantes de la sociedad, particularmente en los medios de comunicación, que entienden que saben más que el ministro de Salud y que expertos sanitaristas y con micrófono o cámara en mano pontifican acerca de tales o cuáles decisiones deben ser adoptadas de inmediato so pena de “escrache mediático”. Sin advertir que debilitar la autoridad en este momento solo atenta contra ellos mismos.

Nada ni nadie nos prepara para sobrellevar con dignidad y sabiduría este tipo de crisis, pero el pensar colectivamente, el saber que no sabemos, nos ayudará a intentar mitigar los efectos de un fenómeno no deseado y absolutamente inoportuno para el estado de situación social y económica de la Argentina.

En crisis como estas, se pone en juego el “vivir juntos”. La clase social globalizada, que es hasta ahora el objeto del Covid-19, transitaba por la “aldea global” sin creer que le debía nada al país al que pertenece. Su destino, nuestro destino, estaba lejos de depender del estilo de nuestro país… podía afectarnos, pero al final, sabíamos cómo eludir dificultades o trabas locales a nuestro propio porvenir. Aparentemente, no le debíamos nuestras posesiones, ni nuestros éxitos, ni siquiera nuestra posición social. 

Resulta que ahora, como nunca, dependemos de cómo ese país, el mío, el nuestro, logre enfrentar esto que nos iguala a todos los que habitamos el mismo suelo. Soy población en riesgo. Es mi responsabilidad que se propague. Soy yo quien tengo que quedarme en mi casa. Yo quien no tengo que saludar y tengo que evitar todo lo que tenía “por derecho”. 

Siempre las crisis, a través del miedo, vuelven a darle sentido a la comunidad, a la idea de que el hombre no se salva solo. La selva es de los fuertes, el Estado es quien nos organiza, a débiles y fuertes, para forjar un destino común, enfrentar los peligros y construir oportunidades. 

Por eso es tan evidente la desconfianza. Por eso cuesta tanto creer. No creemos en nuestra moneda, no creemos en nuestros líderes, no creemos en nuestras instituciones… pero ante el peligro… no queda más que creer y hacer, todos, un esfuerzo para confiar que los expertos y los líderes no se equivoquen. Apostar a algo que hasta ahora no creíamos colectivamente, que cada argentino privilegie el destino de todos, porque vivir juntos y ser solidarios y organizados puede devolverte el control de tu propia vida.

De pronto un extraño virus te quita todo y solo la vida en comunidad y tu confianza en el otro, en los otros, puede salvarte y es lo único que te da una oportunidad. Nadie individualmente puede tener científicos estudiando la vacuna, aparatos capaces de detectar, médicos listos para curar… a eso solo te lo da una comunidad organizada.

En términos orientales, la crisis representa una gran oportunidad. Pensar en “nosotros”, pensar en el otro, quizá resulte el mejor antídoto para la pandemia y la mejor solución para este momento y, posiblemente nos enseñe un camino para construir un futuro mejor.

*Politóloga, directora de la Escuela de Política y Gobierno, UCA.

** Consultor, Director de Polilat