No hay nada más cómodo que no pensar”, decía la filósofa Simone Weil. Es justamente lo que nos ocurre a los argentinos, que no pensamos en nuestras responsabilidades y solo criticamos las decisiones de los demás (especialmente del Gobierno).
La raíz de los problemas sociales y económicos argentinos es, justamente, no pensar en las consecuencias de nuestros actos. Es fácil criticar al Gobierno por endeudarnos para pagar el déficit, pero nadie quiere reducir gastos. No digamos ya los propios, ni siquiera se acepta reducir los gastos en otras áreas con las cuales no tenemos ninguna relación. Se argumenta con liviandad que aquel que deje de recibir los beneficios del gasto público no tiene ninguna opción para sobrevivir por su cuenta. Y no me refiero a jubilados o desempleados, sino a actividades innecesarias, controles y regulaciones.
Por ejemplo, con las tarifas de servicios públicos, que son, en muchos casos, elevadas, no pensamos en la simple solución de reducir el consumo, que es nuestra propia responsabilidad y sería lo más lógico. Pocos saben que a mayor consumo la tarifa unitaria sube y que con un mínimo ahorro la factura sería notablemente menor. Es más fácil protestar y decir que es caro, en lugar de modificar en algo nuestro consumo eléctrico, de gas o de agua, que, para el caso de una familia argentina promedio, es de los más elevados del mundo. Consumamos menos, al menos hasta tanto se diseñe un esquema tarifario menos agresivo que el actual.
Otro ejemplo de comodidad para no pensar en las consecuencias de nuestros actos son los reclamos por aumentos salariales por parte de empleados públicos. Sus salarios los pagamos todos, fundamentalmente desde el sector privado. A veces su reclamo impide que se pueda pagar más, logrando el efecto contrario. Un simple ejemplo es el caso de Senasa, que, cuando está de huelga, por buenos y justificadas que fueran sus reclamos, impide exportar alimentos, que sería justamente la fuente de fondos para pagar más salarios. Y ni hablar de la terrible pérdida que tienen algunos productores que ven pudrirse literalmente el esfuerzo de un año.
Claro que es cómodo no pensar ni asumir responsabilidad por los actos propios. Y esto pudiera solucionarse modificando el sistema de incentivos. Justamente Nassim Taleb, de justa fama por su libro El cisne negro, ha publicado un libro llamado Skin in the Game que me permito traducir como jugarse el pellejo. Allí indica que si se pudiera hacer pagar el costo o recibir el premio de las decisiones a quien las toma, rápidamente mejoraríamos muchas áreas de la sociedad. Si un empleado cobra su sueldo, trabaje bien o mal, si un político es reelegido tengan o no sentido sus propuestas, si un asesor de inversiones cobra comisión aunque el inversor pierda, pues entonces es difícil mejorar.
Es lo que ocurre con el gigantesco déficit argentino, donde nadie puede o quiere pagar más impuestos y donde todos reclamamos aumentar el gasto para tener servicios de alta calidad aunque, a veces, los que los brindan no están capacitados o interesados en brindarlos (hablo de ñoquis). Asimismo, no felicitamos a quienes están resolviendo gran cantidad de problemas, y cuyos avances ya se notan en seguridad, combate a las drogas, trámites diversos.
Ahora hay reacciones en contra del Fondo Monetario Internacional, que presta más barato y en condiciones muy ventajosas. Mejor sería no necesitar esos fondos en lugar de criticar al que los puede aportar. Dejemos la excusa de que no hay espacio político, porque lo que no hay es dinero para pagar. El propio gobierno cree que siendo amable y rehuyendo a los costos políticos tendrá éxito y por fin lloverán las inversiones. Si pensáramos las consecuencias, aceptaríamos de buen grado que todos tenemos que lograr una reducción de gastos, de príncipe a paje, y así evitar las terribles consecuencias de un déficit que nunca puede ser eterno.
*Economista, Universidad del CEMA. (Las opiniones expresadas son personales y no necesariamente representan la posición de la Ucema).