COLUMNISTAS

Pepe y Assange

Por Jorge Fontevecchia. Tras la muerte del periodista Pepe Eliaschev, el CEO de Editorial Perfil recuerda su trayectoria y su pensamiento.

ELIASCHEV, PROHIBIDO POR EL KIRCHNERISMO, en 2006 presenta su libro Lista negra; el acto se transforma en un desagravio a Pepe, quien se emociona.
| Enrique M. Abbate

Yo no fui amigo de Pepe Eliaschev, como sí lo soy de su esposa, Victoria Verlichak, columnista de arte de la revista Noticias (hoy, en la contratapa de Domingo, se reproduce la columna en la que Pepe hizo pública su enfermedad, y el domingo próximo –en su espacio– su esposa Victoria escribirá su despedida).

Frecuentemente, el pensamiento de Pepe era distinto al mío. El paroxismo fue en 1998, cuando publicó en PERFIL que hacíamos “periodismo capucha” por haber difundido escuchas telefónicas que demostraban que los hijos de De la Rúa tenían preferencias en la Facultad de Derecho y probaban tráfico de influencias en la UBA.

“Periodismo capucha”, más que una crítica, era un insulto, remitía a lo más deleznable de la dictadura militar. Años después, Miguel Wiñazki, en su libro La noticia deseada, analizó el caso de los hijos de De la Rúa y concluyó que “el público necesitaba creer en la honestidad del entonces futuro presidente, y ésta era una noticia no deseada”.

PERFIL no pudo superar la desilusión que generó entre sus lectores, esperanzados votantes de De la Rúa, y por otras causas tuvo que discontinuar su publicación hasta recién poder volver a editarse en 2005.

A pesar de lo injusto que Pepe había sido con PERFIL, volvimos a convocarlo, valorando el aporte de su carácter indomable. Al año siguiente, en 2006, a Pepe lo echaron de Radio Nacional y, por temor al kirchnerismo, ninguna radio lo contrató. Sobrevivió con la escritura, y a sus columnas agregó los libros. La presentación del primero de ellos, titulado Lista negra, fue realizada en el auditorio del Colegio Nacional de Buenos Aires, donde había sido alumno, y el evento –al que, entre muchas personalidades, concurrió Raúl Alfonsín– se transformó en un desagravio a Pepe. El quiso que habláramos Joaquín Morales Solá y yo; en la foto pueden verse los ojos húmedos de emoción de Pepe, quien enfrentaba el largo desierto al que lo sometería un kirchnerismo con mucho tiempo por delante.

Al año siguiente se lanzó Perfil.com, y Pepe, junto a Lanata –también por entonces censurado en la televisión–, comenzó a realizar un editorial diario audiovisual cuando internet era sólo texto y fotos. Pero años después llegó la revancha para Pepe, cuando Clarín abrió sus medios audiovisuales a periodistas críticos.

Grabaciones. Asocio a Pepe con Assange, el célebre fundador de WikiLeaks, asilado en la Embajada de Ecuador en Londres tras haber publicado todo tipo de grabaciones (audios, videos, mails, documentos, etc.), sumado al hoy llamado periodismo de datos y los encuentros internacionales de hacks/hackers (periodistas y programadores), para contextualizar la discusión sobre las grabaciones de los hijos de De la Rúa en lo que Umberto Eco llamaría “el paleoperiodismo”.

Ese periodismo podría resultar “arcaico”, más relacionado con la poética que con la técnica y con la opinión más que con el dato, aunque los constructores de sentido sigan siendo imprescindibles porque información no implica entendimiento. Claro que la significación no es ni será función sólo de los periodistas, y la mayoría de los periodistas seguirá dedicando la mayor parte del tiempo a la información, pero sea información u opinión, luego hay que tener el coraje de publicarla, y a Pepe le sobraba carácter para pelearse con quien fuera para hacerlo, condición no suficiente pero necesaria para difundir materiales controvertidos.

En el libro titulado Cuando Google encontró a WikiLeaks, Assange escribe lo siguiente: “La forma más significativa de censura es la económica, aquellos casos en que sencillamente no es rentable publicar algo porque no existe mercado para ello. Describo la censura como una pirámide. En la parte más alta están los asesinatos a periodistas y editores. Un nivel más abajo se encuentran los ataques legales a periodistas y editores, que no implican el asesinato, pero pueden tener como consecuencia la encarcelación o confiscación de propiedades. El volumen de una pirámide se incrementa a medida que se desciende desde la cúspide: hay muy pocas personas asesinadas y algunas más son víctimas de ataques legales públicos, sean individuos o corporaciones. Más abajo, en el siguiente nivel, existe una tremenda cantidad de autocensura, que ocurre porque hay muchas personas que no desean subir a las partes más altas de la pirámide, no están dispuestas a correr el riesgo de ser blanco de fuerzas coercitivas y por supuesto no desean ser asesinadas. Eso desanima a muchos individuos a comportarse de determinada manera. Finalmente hay otras formas de autocensura, motivadas por la preocupación de perder acuerdos comerciales o ascensos profesionales, y éstas son aun más significativas, porque están aun más abajo en la base de la pirámide”.

Pepe, equivocado o no, siempre pagó el precio de no autocensurarse.