Entre los grandes misterios que nos tiene reservado el futuro está lo que ocurrirá con las cenizas de la escritora y periodista Dorothy Parker, que tienen una historia compleja y que anduvieron de aquí para allá desde su muerte, en 1967. Actualmente se conservan en la sede de la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), una de las primeras y más importantes asociaciones por los derechos civiles en los Estados Unidos, en Baltimore, Maryland. Pero en junio la asociación comunicó que se mudaría a Washington en los próximos meses, sin especificar si se llevaría consigo los restos de Dorothy Parker.
Parker fue una de las más importantes periodistas de los años 20 y 30, famosa por el sarcasmo y el cinismo divertido con que describía la sociedad de su tiempo a partir de sus propias debilidades. En los años 30 fue también guionista en Hollywood, antes de ser condenada al ostracismo por sus posiciones de izquierda. Cuando murió, a los 73 años, de un infarto, en su suite del Volney Hotel de Manhattan, en Nueva York, no tenía herederos, de modo que dejó sus bienes y los derechos de autor a Martin Luther King, a quien admiraba pero nunca había conocido personalmente. Luego del asesinato de King, en 1968, todo fue a parar a la NAACP.
Parker había dejado instrucciones precisas: no quería un funeral, pero la escritora Lillian Hellman, a quien Parker había nombrado albacea de sus bienes, de todos modos organizó una pequeña ceremonia. Luego sus restos fueron cremados en Hartsdale, Nueva York, pero Parker se había olvidado de dejar indicaciones precisas sobre lo que había que hacer con sus cenizas. Nadie supo qué hacer con ellas, nadie las reclamó, y quedaron en un estante en el crematorio durante seis años, hasta 1973, cuando fueron enviadas a la oficina de los abogados de Parker, O’Dwyer y Bernstein, en Wall Street. Y allí quedaron en un armario durante quince años más.
Cuando Benjamin Hooks, entonces director de la NAACP, descubrió, veintiún años después de su muerte, que las cenizas de Dorothy Parker habían sido abandonadas, decidió construir para ellas un monumento en el jardín de la sede de la asociación. Organizó una austera ceremonia y las enterró con un epitafio en el que recordaba a Parker como un ejemplo de la “permanente amistad entre negros y judíos”.
Benjamin Hooks murió en 2010, y ahora nadie tiene un plan para los restos. Aba Blankson, portavoz de la asociación, acaba de ser entrevistada por el New York Times y dijo que la asociación no se llevará consigo las cenizas y que su destino dependerá de lo que unos parientes lejanos de Parker quieran hacer con ellas.
No todos están de acuerdo con esta solución. J. Howard Henderson, quien se había ocupado de llevar las cenizas de Nueva York a Baltimore, espera que permanezcan donde están ahora; otros prefieren que sean llevadas a un sitio que recuerde el compromiso de Parker por los derechos civiles, como un museo o la Biblioteca del Congreso, en Washington. Otros quisieran que volvieran a Nueva York, porque Parker era la quintaesencia de la neoyorquina eminente. Otra propuesta es llevarla al lobby del Algonquin Hotel, cerca de Times Square, donde en los años 20 solía reunirse un grupo de críticos, escritores y periodistas, entre los que se encontraba Parker.
No importa cómo termine todo esto, es probable que a ella no le importara mucho, dado que, como recuerda el New York Times, el epitafio que ella había sugerido para sus restos era: “Perdonen el polvo”.