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Periodismo de diván

Alberto Fernández
Alberto Fernández | NA

En otro rasgo endogámico que supimos conseguir, pareciera que solo el periodismo le da trascendencia a lo que se dice de él. Sin embargo, desde hace casi dos décadas el kirchnerismo y las redes sociales nos pusieron bajo una lupa tan impiadosa como desequilibrada. Y ello, lejos de mejorarnos, nos empeoró. Mal.

En sus últimas declaraciones de 2020, el Presidente volvió a apuntar sobre esta cuestión. “Hay un periodismo alocado que necesita terapeutas para sacarse el odio que cargan encima”, sostuvo en Radio 10.

Antes de pasar a Freud, detengámonos en Alberto Fernández. Hay que reconocerle que desde el retorno democrático, no hubo un mandatario más prolífico con la prensa que él. En cantidad y diversidad. Al punto de que comete excesos: habla mucho, dice poco, se repite, patina, se contradice. Ergo, desvaloriza la palabra presidencial.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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Cuando era jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, fue su principal operador periodístico. De su boca partían los ejes de las columnas dominicales de Clarín y La Nación, por ejemplo, así como las diatribas y represalias contra este diario y contra colegas que lo cuestionaban.

Fuera de la gestión CFK, fue muy duro con la ofensiva oficial sobre periodistas críticos y con la Ley de Medios. Ya opositor, era consulta permanente de muchos de quienes hoy lo vapulean.

Amigado con Cristina, ungido como candidato y electo presidente, Alberto F se planteó manejar él dos áreas complejas: comunicación y justicia. No implica que haya tenido éxito en ello, pero expresa su interés personal en esos temas.

Semejante propensión lo llevó a varios cruces con periodistas a lo largo de 2020.

Con razón o sin ella, el Presidente pasa al contrataque cuando se siente atacado o interpelado.

Esa vara es muy sensible. Amén de un carácter algo irascible (en lenguaje diplomático), Alberto F puede enojarse ante el planteo de sus contradicciones (su postura sobre la muerte de Nisman fue su último volantazo), posibles errores o críticas lisas y llanas.

Pero su predisposición natural a la escaramuza se potencia con la grieta, en la que militan no pocos medios y periodistas. Alfombra roja y centros permanentes le regalan los oficialistas. Granadas y patadas desde atrás, los opositores. Hace menos ruido, claro, el puñado que pregunta lo que hay que preguntar en el tono respetuoso que conlleva la investidura del entrevistado.

No le falta algo de razón al Presidente en eso de mandarnos a terapia. Pero lo ampliaría a casi todo el periodismo, no solamente a quienes se le oponen por “odio”. Porque “odian” tanto los que defenestran por todo al Gobierno (a quienes se dirige Alberto F para su derivación terapéutica) como quienes defienden lo indefendible y culpan de todo al macrismo.

Tal vez uno de los mayores logros culturales del kirchnerismo haya sido conseguir meternos a todos los y las periodistas en el barro binario básico. Militantes por la causa nacional y popular versus militantes por la concentración mediática y corporativa. No había lugar para no militar o para no tomar posición.

Un legendario editor de Clarín, el ya fallecido Julio Blanck, se animó a definir aquella reacción ante la ofensiva K como “periodismo de guerra”, donde no justificaba pero explicaba por qué la cobertura había virado hacia batallar en vez de informar.

Pese al paso de los años, ese periodismo de guerra entre dos bandos no ha bajado las banderas ni guardado las armas. Vale cualquier campo de batalla: desde la pandemia y las vacunas hasta la peor caída socioeconómica de nuestra historia.

Acaso sería pertinente pasar a un “periodismo de diván” para analizar lo que estamos haciendo, para mejorarlo, para mejorarnos. Suena a utopía. Aunque en un año electoral y por ciertos movimientos político-mediáticos, parece lucir imposible. Una pena.