COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Periodismo, respeto y dignidad

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Durante toda la semana que hoy concluye, este ombudsman tuvo un pensamiento recurrente que –calculo– tiene mucho que ver con el Día del Periodista celebrado ayer: durante cincuenta y pocos años he ejercido este formidable oficio que me dio infinitas satisfacciones y algunos (muchos menos) sabores agrios. Ayer, el medio siglo que caminaba por mi cabeza en imágenes vividas me llevó a buscar paralelo en esa suerte de manual bíblico de periodismo que nos legó el polaco Ryszard Kapuscinski, Los cinco sentidos del periodista, editado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Latinoamericano que generara Gabriel García Márquez y dirigiera Tomás Eloy Martínez.

“Hace cincuenta años –escribió Kapuscinski– este oficio se veía muy diferente a como se percibe hoy. Se trataba de una profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel intelectual y político. La ejercía un grupo reducido de personas que obtenían el reconocimiento de sus sociedades”.

Hoy no es así. O al menos no lo es en términos tan amplios: salvo un reducido núcleo de buenos profesionales que cumplen a rajatabla los mandamientos básicos del buen oficio, la labor periodística ha ido mutando peligrosamente hacia otras variantes de la comunicación que están degradando de manera creciente lo que llega a los destinatarios del mensaje, los lectores, escuchas radiofónicos y televisivos, usuarios de internet. La farandulización, cierta tendencia a lo vano y superficial, han invadido de manera horizontal todos los medios, incluyendo los considerados “serios”; la fatídica opción entre uno u otro sectores de presión política y económica ha transformado a buena parte de los periodistas en meras correas transmisoras de intereses que no son los del conjunto de la sociedad; medios y profesionales han aceptado con demasiada pasividad las presiones de los poderosos, respondiendo a intereses que no son los que debe defender el periodismo.

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Así como demasiados violentos se han transformado en marginales sin códigos, también muchos profesionales de esta actividad se han transformado –por acción u omisión– en violadores del concepto verdad y prefieren acomodar sus convicciones a las que les imponen, sugieren o venden los que mandan, los que quieren mandar o los que alguna vez mandaron y quieren volver a hacerlo sin reglas y con más ambición que virtudes

Kapuscinski decía en ese pequeño libro que en los tiempos actuales la censura casi no existe salvo excepciones muy contadas. Advertía: “En su lugar se utilizan otros mecanismos –que definen qué destacar, qué omitir, qué cambiar– para manipular de manera más sutil. Eso importa a los poderosos de este mundo, siempre tan atentos a los medios, porque así dominan la imagen que dan a conocer a la sociedad y operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan”.

Por todos estos argumentos es que quiero en estas líneas elogiar y homenajear a los periodistas que en este diario se alejan de las sombras, intentan neutralizar la manipulación, ejercen el oficio con sus mejores armas y se corren de las guerras políticas y económicas que otros promueven y a pocos benefician. Sin llegar al ideal estado de “periodismo puro” que acompañó como eslogan el nacimiento y la continuidad de PERFIL –nada es absolutamente puro, convengamos–, lo que suelen ofrecer estas páginas está más cerca de lo bueno que de lo malo, más cerca de la verdad que de la estafa intelectual. Por cierto, en este año y medio que llevo como defensor de los lectores he salido varias veces al cruce de ciertas desviaciones (títulos engañosos, notas inconsistentes, desbordes hacia la banalidad farandulesca, excesos de opiniones sin sustento informativo, criterios de edición poco felices), pero la balanza se inclina más hacia aquel respeto y dignidad definidos por el gran periodista polaco con su mirada puesta cincuenta años atrás.

Debo aclarar, no obstante, que esto no significa que todo tiempo pasado fue mejor. Por el contrario, las nuevas técnicas de comunicación, los vertiginosos avances tecnológicos, los soportes ágiles y directos de que dispone el público para mejor informarse, son herramientas formidables para llevar la noticia a sus destinatarios –el pueblo– con mayor universalidad y de manera más fácil y directa. Es necesario, sí, rechazar el seductor atajo de la inmediatez cuando ésta afecta la calidad de la información y evitar la tendencia a dar por bueno lo dudoso, por cierto lo probable, por hecho la inferencia. Sé que la mayoría de los periodistas que integran la redacción de PERFIL no adhiere a esto último, pero no viene mal recordarlo.

Para quienes están pensando que lo mío no es más que un optimista conjunto de buenas intenciones, les ofrezco mi experiencia. Durante algo más de medio siglo, ése fue mi método de trabajo. Mal no me fue.