Estaban mal encajadas las piezas del puzzle peronista. Había réplicas de dudoso origen, ortopédicas, mal terminadas, al menos para la presentación electoral. Y ninguna perspectiva de triunfo: primera razón para abortar al efímero dúo De Pedro-Manzur y a la otra contingencia de las PASO, Scioli Presidente junto a la Tolosa Paz en la Provincia. Los cuatro no duraron un round. Ni 24 horas políticas. El Presidente, la noche anterior, había cenado con Scioli. Festejaban. Al día siguiente lo dejaba al “Pichichi” en la estaca, sin avisarle siquiera, apenas hubo una impávida comunicación vía Cafiero. Y eso que son “hermanos”. Scioli, destrozado, se encerró en La Ñata, aguarda los pésames correspondientes y mañana regresa a Brasil. Un capítulo terminado. Algunos creen en el uso de pistolas, metafóricamente, para forzar el cambio de decisiones. Otros en convenios de tipo económico: no en vano participó en las negociaciones un exitoso facilitador de las dos partes, Olmos. Clink, caja.
Ante el advenimiento obligado de Massa como candidato, en la superficie Alberto aceptó una salida característica: negoció una diputación para la mujer de su amigo Pepe Albistur –alguien que pensaba convertirla en Evita– y no perder el departamento que le prestan y que aún suele visitar en Puerto Madero, obtuvo otro lugar legislativo para Cafiero y la vicepresidencia para Agustín Rossi, su nuevo íntimo. También, se supone, veterinario gratis para Dylan. Logró más de lo que podía imaginar, ya que el acta de defunción fue firmado hace meses. Se reserva, eso sí, un lugar en el camión atmosférico que lo lleva, con Scioli, al mismo desagüe en el que ya navega Cristina. Parecen tres cadáveres políticos en tiempos de retiro obligatorio, aunque todavía apelarán ante una AFA imaginaria para que haya menos descensos. Ella es la que más puede salvarse: finalmente, retrocede, entrega parte del reino, aparece como dubitativa, pero finalmente se queda con la provincia de Buenos Aires, su santuario: Kicillof gobernador, Wado senador y su hijo primer diputado.
Cristina, Alberto y Scioli parecen ahora tres políticos en tiempo de retiro obligatorio
Segunda razón del derrumbe del puzzle: un Massa obsesivo por permanecer y postularse acosó a Cristina y al mismo Alberto, quizás con la amenaza de que abandonaba el Gobierno y su partida hundía aún más la economía desde mañana mismo. Como intimidaba Cavallo a Menem. Solo que el riojano no se atemorizó o, al menos, se arriesgó al decidir despedirlo. Pudo, en esta etapa, existir alguna advertencia adicional de Massa sobre un choque en la negociación con el FMI en el caso de que él dejara de ser ministro, tema que podría avalar su empresario amigo David Martínez, también amigo de Zannini, el confidente de la vice. Vende que él ofrece garantías de las que carecen los mimados de Cristina. Más pistolas en la cabeza.
Desconcierto en la vice, quien ya no había podido frenar la candidatura de Scioli ni por teléfono, en esta ocasión hasta debió tolerar mensajes de Alberto, al que detesta por “traidor”, ordenando el sacrificio de su querido Wado (en verdad, un favor para el frustrado aspirante: ahora será seguro miembro del Senado cuando era incumplible su quimera presidencial, según le advirtieron con dureza los intendentes bonaerenses al pálido Máximo Kirchner). También aceptó Cristina el descuartizamiento del médico Manzur, al que se había dignado indultar por agravios pasados: un perdón sin sentido, porque de inmediato, al tucumano lo rebajaron para volverlo delegado al Parlasur. Devaluación aceptable.
A veces, como recomendaba Perón, es mejor tragar sapos que quedar a la intemperie
Hubo desplazamientos humillantes en otros rubros. Por ejemplo, Martín Insaurralde pasó de gobernador a postulante de concejal. Casi peor que su último divorcio. O, lo más asombroso, la presión que dos gobernadores mínimos, Jalil (Catamarca) y Zamora (Santiago del Estero) ejercieron sobre Alberto para obligar la renuncia de Scioli, Wado y Manzur. Nunca los mandantes del interior fueron tan eficientes en sus demandas, ya que una coalición de ese tipo no pudo imponer siquiera un ministro cuando Eduardo Duhalde estaba en el Gobierno y debió reemplazar a Renés Lenicov como ministro: entonces, los gobernadores bloquearon la llegada de Alieto Guadagni a Economía para colocar a Carlos Melconian vía el salteño Romero. No pudieron: Negri, asustado, bloqueó el pedido y, en cambio, le concedió la responsabilidad a Roberto Lavagna.
En el arrebato del viernes, además, Massa se cargó también las expectativas de los Moyano, padre e hijo, inscriptos en las listas de las dos caras de la luna peronista, más por su poder económico que por la representación laboral. En particular las de Hugo: el negocio del Ministerio de Transporte es caro para los dos. En el mejor sentido de la palabra, claro. Otros dañados en el decadente plano inclinado del puzzle fueron el hijo de Cristina y su organización La Cámpora, debilitada por el apartamiento de Wado en el orden presidencial. Tantos años en el poder, plata suficiente, y ni un postulante presentable. Hasta ayer no podían siquiera explicar la goleada en contra y el filicidio de ella con Máximo, quien decía que no pensaba compartir en su lista la presencia del canciller Cafiero como candidato numero tres. Era su mayor acto de rebelión, revolucionario, declarativo. Puede el cristinismo despegarse de Sergio Massa –aunque hay favores judiciales a la viuda de Kirchner que deberían reconocer– refugiarse en el Conurbano si los votan, pero renunciar al ministro candidato significa abrir la compuerta a Patricia Bullrich, quien hoy en apariencia es la más beneficiada en la oposición por el avance de Massa. Y a veces, como recomendaba el general, es mejor tragarse sapos que permanecer a la intemperie, bajo el frío.