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coronavirus y otras pestes

Plagas ocultas

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Miedo al otro. “La paranoia se convierte, como casi todo, en un suculento negocio”. | AP

Aunque hayan alcanzado hoy su mayor notoriedad, los coronavirus fueron descubiertos a comienzos de la década de los años 60. A pesar de las seis décadas transcurridas, su origen sigue siendo un misterio. La cepa actual adquirió un lugar central entre los disparadores de terror masivo que abundan y se suceden en la sociedad contemporánea, una sociedad consumida por la ansiedad, la inseguridad, el temor patológico a la incertidumbre, dispuesta a entregarse por cualquier medio (votos, dinero, adhesión fanática, etcétera) a quien o quienes le aseguren que no habrá más sufrimiento, que la felicidad se conseguirá con solo desearla, que las enfermedades desaparecerán y que seremos inmortales. La sociedad de la inmediatez alienante, del pensamiento banal y superficial, del miedo al otro, al diferente. Una sociedad paranoica, en la cual la paranoia se convierte, como casi todo, en un suculento negocio para quienes saben explotarla.

Periódicamente aparece un nuevo (viejo) virus, una novedosa bacteria, un flamante e impensado peligro que da lugar a nuevos negocios para una industria que paradójicamente vive de la enfermedad y no de la salud. Mientras tanto, se reproducen por millones las víctimas fatales de otras enfermedades, sociales y no virósicas, como el hambre, la pobreza, la desigualdad social, la discriminación en todas sus formas o las guerras que sostienen el complejo militar industrial, al que un día el general Dwight Eisenhower (1890-1969), presidente de los Estados Unidos entre 1953 y 1961, definió como pilar de la economía de su país. Estas lacras nunca reciben atención prioritaria y llegan al punto de naturalizarse, de ser aceptadas como cuestiones “normales” de la vida en este mundo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que anualmente mueren 650 mil personas en todo el mundo víctimas de la gripe común. La mayoría de ellas viven en condiciones precarias, no viajan en cruceros ni visitan (por turismo o por negocios) lejanos escenarios exóticos. No son negocio. Ya en 2012 el mismo organismo informaba que el número de muertos anuales por tuberculosis era de 1.340.000. Otra enfermedad que florece y se expande donde las condiciones de vida y de trabajo son miserables. Alguna vez se la consideró erradicada, como si se tratara solo de una cuestión médica y no social. Incluso en el caso del coronavirus actual, mientras se busca al culpable no humano y el pangolín (un simpático y raro mamífero escamado en vías de extinción) aparece como primer sospechoso, poco se dice de las condiciones de trabajo en China, ya que mejorarlas elevaría los costos de una mano de obra barata (que trabaja y vive en contextos de salud y seguridad deplorables), de la cual se benefician, aun a pesar de Trump, grandes industrias, corporaciones y consumidores occidentales.

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Si todo sigue su curso habitual, una vez exterminado el pangolín, instalada en el mercado la vacuna de turno, agotado el furor mediático y estabilizada la chinofobia del momento, sobrevendrá la próxima epidemia, el nuevo motivo de terror, la nueva distracción universal respecto de los temas postergados. Y es posible que, como ocurrió con el ébola una vez, con la malaria mil veces y con el coronavirus ahora, se trate, una vez más, de peligros que llegan desde territorios externos a la centralidad occidental, siempre “amenazada” por lo diferente, por lo distinto, por la alteridad. Una matriz que ya alimentó al cine de ciencia ficción de los años 50 y 60, en plena Guerra Fría y arrebato maccartista, cuando se usaba la reiterada metáfora de la invasión alienígena para instalar el temor a lo extraño, a lo desconocido (alienígena, comunista, oriental, africano o latino podían ser sinónimos subliminales).

Lo cierto es que mientras se termina con la de coronavirus de origen chino (lo cual es necesario, porque toda vida es valiosa), bien se podría usar el tiempo que tarde la próxima epidemia para responder a una pregunta primordial: qué se hará, cómo se hará, y con qué celeridad, para resolver las plagas sociales y económicas permanentes del mundo contemporáneo. Porque son endémicas y letales.

 

*Periodista y escritor.