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El versificador

Poesía eres tú

A Rafael Ferro habrá que agradecerle mucho más que sus intervenciones actorales (en el teatro, el cine y, si acaso, la televisión).

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A Rafael Ferro habrá que agradecerle mucho más que sus intervenciones actorales (en el teatro, el cine y, si acaso, la televisión). En la dedicatoria de En el país de la noche, el libro de versos de Edgardo Cozarinsky, se lee “Este libro es de Rafael Ferro, porque me desafió a escribirlo”.

Borgeano, Cozarinsky aceptó el desafío (el convite) y nos regala ahora, a través de Ferro, ¡un libro de versos! (“versificaciones” las llama).

El libro llega exquisitamente compuesto y editado por Cecilia Nuin y Theo Contestin. Que no es un capricho casual producto del ennui propio de la época y la profesión del narrador lo demuestra el dibujo de tapa, que reproduce un tatuaje que Cozarinsky lleva en su muñeca.

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En una “Carta a R.F.” que el libro versifica se lee algo del registro de la danza (macabra y eterna) que las formas están condenadas a bailar con el significado. La cita es de Annie Dillard pero Cozarinsky la hace suya: “Macabra porque es del equilibrista/ que sabe que la cuerda es floja”.

Como un insospechado artista del equilibrio o artista del hambre que encuentra en la imposibilidad de comer o en la incapacidad de vivir en suelo sólido la condición de posibilidad de su arte, Cozarinsky (cineasta, cuentista, novelista) se arroja a las aguas heladas del cálculo silábico sencillamente para no detenerse e iluminar no tanto una zona más densa de su intimidad, sino una práctica que hasta ahora no había ejercitado.

El sedicente poeta escribe poemas. Más humilde, Cozarinsky se declara versificador y escribe versos. O mejor: rescata versos del archivo maldito del lector compulsivo (Funes el memorioso es su sombra) y los combina en elegantes estrofas que muchos poetas envidiarán (deberían envidiar) por la naturalidad con la que brillan en un cielo cargado no tanto de estrellas sino de luces LED, esa pesadilla de un mundo que ha elegido no dormir, no soñar, no estremecerse ante la oscuridad sino eliminarla por completo del paisaje.

En el país de la noche, desde su mismo título, hace bailar las luces y las tinieblas no solo en versos propios sino también en algunos impropios (“versiones” de Bishop, Pasolini, Ungaretti, Philip Larkin).

Todo en el libro de versos de Cozarinsky es una gran interrogación sobre la línea de sutura (o cicatriz) entre la vida, la escritura y, ahora, el canto.

Vaya este desafío nuevo: Cozarinsky, que no nos debe nada, debería regalarnos un tango, un tangazo.