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Poesía y comprensión

Si el despilfarro remite a la ética del don, el malgastar nos envía al desperdicio, a los restos.

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Lo primero que leí de Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) fue su primer libro, un volumen de cuentos llamado El malestar al alcance de todos, publicado por Caballo de Troya en 2004. Entre medio de los cuentos, a modo de separadores o de punto de referencia o de bisagras, Cebrián incluyó unos poemas que me habían parecido notables. Luego, su siguiente libro (Mercado común, Caballo de Troya, 2006) ya es un poemario hecho y derecho, siempre sumamente sugestivo. Y luego, como sucede muy a menudo, dio el paso firme a la narrativa, que incluye crónicas, pero en especial novelas como La nueva taxidermia (conformada en verdad por dos novelas breves) y El genuino sabor, seguramente su novela más ambiciosa. Quizá lo que no sucede tan a menudo es que alguien que parece ya lanzado hacia la narrativa, con reconocimiento y trayectoria, vuelva hacia la poesía. Pero volver es un verbo equivocado para Cebrián. A menos que esa vuelta quede en el futuro. Porque el regreso de Cebrián a la poesía, si bien retoma y profundiza los tópicos ya presentes en Mercado común, implica un tour de force en su obra, un riesgo del que sale airosa, una apertura hacia zonas de la lengua que, tal vez, la prosa no logre asir, y que sólo la poesía –la poesía de Mercedes Cebrián– esté en condiciones de atrapar en el contexto de la escena poética española actual.

El libro en cuestión se llama Malgastar (La bella Varsovia, Madrid, pie de imprenta en noviembre de 2016), título que tiene algo de programático. ¿Qué se malgasta? Podríamos enunciar que el malgasto, pese a su semejanza, en realidad es lo opuesto al despilfarro. Mientras el despilfarro remite a la ética del don, al exceso, a la lujuria y a la fiesta, el malgastar, al contrario, nos envía al desperdicio, a los restos, a lo que sobra, lo que cruje. El lenguaje se hace cargo de ese malgasto, que es el que tensa Cebrián en poemas que se abren a lo social, a lo político, a la observación aguda sobre el destino fallido de un sueño: el de la Europa de posguerra, y más allá, el del Estado de bienestar, el del capitalismo a escala humana, y por ende el del progresismo edulcorado (valga la redundancia).

Poemas en los que la narradora toma nota de su inadecuación al mundo, en un estilo que recoge, como el eco de un eco, cierto toque objetivista que hace años anduvo dando vueltas por aquí y que Cebrián logra llevar allá como nadie; del mismo modo en que reformula –extirpándole todos sus lugares comunes– cierto gusto por la experiencia que atravesó la poesía española en estas décadas, para desembocar en una tentativa que, como los miopes de Flaubert, concilia la microhistoria cotidiana con la crítica política, la primera persona con el aire fúnebre de una época que, quién sabe, tal vez sea terminal.

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Malgastar es el libro de un esfuerzo: el esfuerzo por comprender. Pero no se puede. No porque el sentido siempre se escape o porque los mecanismos de la historia y la economía sean oscuros o incomprensibles. Al contrario. No se puede comprender justamente porque los poemas de Cebrián develan los mecanismos del poder, las formas de control social y, otra vez Flaubert, la bêtise como horizonte final. Allí reside la paradoja maravillosa y pesimista de Cebrián: mejor hubiera sido no comprender. Lo que vemos, lo que comprendemos es tan literal y siniestro, que se nos vuelve incomprensible.