Las consecuencias del cambio climático representan una amenaza global de primer orden, y esta temática se convierte a su vez en un terreno de batalla adicional en el enfrentamiento entre EE.UU. y China. Este es un factor importante a tener en cuenta para la Argentina, al concebir su estrategia climática y exponerla en foros internacionales como la recién concluida COP26.
Por lo delicado y urgente de la situación, la cuestión climática se ha convertido en una alta prioridad para la política exterior de numerosos países. Desde las bajas de nivel en ríos del estado de Colorado que pueden dejar sin agua a 40 millones de habitantes en la costa oeste de EE.UU. hasta el gran nivel de polución de varias ciudades chinas, pasando por la posibilidad de que islas-naciones en el océano Índico puedan quedar sumergidas bajo el mar, se confirma que el desafío climático debe ser enfrentado con premura y colaboración internacional. Algunos expertos sostienen que existe todavía una ventana de diez años para que en forma conjunta las naciones puedan cumplir con uno de los objetivos críticos del histórico Acuerdo de París (2015). Es decir, mediante concesiones voluntarias en la reducción de la emisión de gases de carbono –principal gas causante del efecto invernadero (GEI)–, manteniendo el aumento de la temperatura mundial en este siglo muy por debajo de los +2 grados centígrados, por encima de los niveles preindustriales. Y procurar además limitar más aún el aumento de la temperatura a +1,5 grados. Así se evitarían los efectos más dañinos del cambio climático.
En este contexto, el hecho reciente más destacado ha sido el dramático cambio de posición del presidente Joe Biden, en cuanto a objetivos climáticos de su política internacional, con respecto al aparente negacionismo climático de Donald Trump. Un elemento simbólico notorio es haber designado a John Kerry, ex secretario de Estado, como enviado presidencial para asuntos climáticos, poniendo este importante tema en el centro de su política exterior. En efecto, Kerry ha asumido un rol de liderazgo –organizando reuniones regionales y globales–, construyendo sobre los principios impulsados por un destacado miembro del Partido Demócrata, el ex vicepresidente Al Gore. EE.UU. parece asumir el papel que han tenido Francia y la Unión Europea (UE) en años anteriores. En efecto, luego de las enormes manifestaciones que enfrentó Macron en 2018 por proponer un impuesto a los combustibles para apoyar medidas para frenar el cambio climático, el presidente parece haber decidido no ir demasiado por delante de la opinión pública francesa. A su vez, mientras en Alemania el 86% de los habitantes están a favor de impulsar las energías renovables, un 55% no quiere pagar más costos o impuestos por ello.
John Kerry se ha mostrado muy activo para responder a la amenaza climática. Así, defiende el ser más ambiciosos aún, y poner como objetivo que el aumento de la temperatura del planeta esté claramente por debajo de los +1,5 grados centígrados, e idealmente cerca de los +1,25 grados. Para ello se ha comprometido a que EE.UU. reduzca sus emisiones de GEI entre 50% y 52% por debajo de los niveles de 2005 para el año 2030. Y parece haber convencido a las naciones desarrolladas –UE, Reino Unido, Canadá, Japón–, responsables por el 55% de las emisiones de GEI, para implementar un plan que reduzca al menos en un 30% las emisiones globales de GEI para 2030 respecto de los niveles de 2020. Un área de suma importancia es la de la energía, responsable por el 73% de las emisiones de GEI. Adicionalmente, Kerry intenta presionar a China –responsable por el 27% de los GEI– a comprometerse a reducciones que permitan llegar al objetivo de no superar los +1,5 grados de la temperatura planetaria.
Las propuestas de John Kerry encuentran oposición de parte de China y de otras naciones en desarrollo. Y como el desarrollo, según Henry Kissinger, es “el principio absoluto” para el Partido Comunista chino, y variable crítica para su supervivencia, esa nación se resiste a la imposición de límites en materia climática. Y en particular a su uso intensivo del carbón, que representa un 65% de su energía. Argumenta además que los países desarrollados han generado más del 66% de las emisiones de carbono desde 1850. Aunque China se ha comprometido a convertirse en neutral en carbono para 2060 –absorber el equivalente de las emisiones que genera–, varios observadores occidentales creen que, dadas las prioridades de desarrollo chinas, este objetivo es algo ambiguo. A su vez, mientras Kerry busca “aislar” la discusión climática, China busca obtener beneficios en otras áreas de su política internacional: DD.HH., mares del Sur y Oriental de China–, a cambio de posibles reducciones en su emisión de GEI. La posición climática china es compartida además por varias potencias emergentes –Brasil, India, Rusia, Sudáfrica–, con lo que una posición agresiva de parte de las naciones occidentales puede perder el apoyo de estas naciones del llamado “Sur global”, responsable por el 45% de los GEI. Estos temas han estado presentes en la cumbre climática COP26 en Glasgow (Escocia), convocada por la ONU, para buscar hacer realidad el Acuerdo de París, aunque significativamente Xi Jingpin y Vladimir Putin no hayan asistido. Por ello, Joe Biden acusó a Xi Jingpin de “retirarse” de la crisis climática, a lo que el gobierno chino tuvo que responder con una sorpresiva declaración conjunta con EE.UU., comprometiéndose a trabajar juntos para enfrentar este delicado desafío.
En este contexto, el presidente Fernández ha trabajado en iniciativas climáticas junto a EE.UU. Se ha reunido con John Kerry, liderando el Diálogo de Alto Nivel sobre Acción Climática en las Américas en septiembre de este año, y participado luego en el Foro de Grandes Economías sobre Energía y Clima, convocado por el presidente Joe Biden. Curiosamente, en esa reunión no participaron los líderes de China, India, Rusia, Sudáfrica o Brasil. Esto implica, a nivel regional, un enfoque diferente al de Brasilia, donde Bolsonaro expresa un cierto negacionismo climático, agregando que la agenda climática internacional pretende limitar sus grados de soberanía. Esto difiere de la posición histórica de la política exterior brasileña, que asumió un rol de liderazgo proactivo en materia de temas ambientales para evitar las interferencias extranjeras en la Amazonia.
Además, el presidente Fernández participó en la reunión COP 26 en Glasgow, donde buscó posicionar al país como un referente climático regional, impulsar el concepto de acreedores ambientales para países menos desarrollados como Argentina, acotando que existen responsabilidades comunes entre las naciones, pero diferenciadas. Se presentó una propuesta actualizada, que mejora en dos puntos porcentuales el compromiso ya asumido de reducir la emisión de GEI en un 25,7% para 2030. La propuesta incluye medidas contra la deforestación ilegal, aumentar las energías renovables, defender el impacto del agro y el de una ganadería basada en pasturas –que captan carbono–, y avanzar en la explotación de petróleo.
Por su parte, la Ciudad de Buenos Aires ha demostrado un notable accionar en lo ambiental, trabajando arduamente para convertirse en neutral en carbono para 2050. Las ciudades tienen una singular importancia, ya que son responsables por el 70% de las emisiones de GEI. Buenos Aires se ha propuesto reducir la emisión de gases de carbono en un 53% para 2030, y un 84% a 2050. El jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, también se reunió con John Kerry y, dado el liderazgo de la Ciudad en el área climática, participó en forma virtual en la reunión del C40 –el más prestigioso foro internacional de intendentes–, en el marco de la COP26. A su vez, su equipo presentó un detallado plan de cambio climático en Glasgow.
Es muy positivo que el gobierno nacional y el de la Ciudad de Buenos Aires se enfoquen en lo climático. Teniendo en cuenta el Acuerdo de París, el desarrollo del país y el enfrentamiento entre EE.UU. y China en este campo, se puede consensuar una sólida política climática de Estado, que ha ser defendida a nivel internacional.
*Autor de Buscando consensos al fin del mundo. Hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).