Lejos de los tribunales porteños, en las granjas de la empresa tratan de que las aves no se maten entre ellas por falta de comida y que la valiosa matriz genética, uno de los principales activos de lo que fue Rasic Hermanos, sobreviva”. Esta noticia, publicada en La Nación (28/12/15), hacía referencia a la avícola Cresta Roja. Pocos días antes (24/12/15), en el mismo diario se podía leer lo siguiente:
“‘¡Atención! A partir de este momento y por cinco minutos empieza el happy hour con 30, 40, 50% en el local…’, ésta fue la frase mágica que dio inicio a la locura que se desató anoche en centros comerciales de la Capital y el Gran Buenos Aires”. Esta vez la noticia se refería a esa perversa estrategia de marketing que los shoppings mantienen desde hace cinco años para estas fechas, consistente en ofrecer cinco minutos de descuentos fabulosos y repetir incesantemente el estímulo (o carnada) desde las 18 horas de un día hasta las 4 de la madrugada del siguiente.
Entre los pollos de criadero que se matan por un gramo de alimento y los desesperados consumistas que se empujan, codean e insultan por cinco minutos de descuentos ilusorios (jamás se les informará cuál fue el aumento antes del descuento) hay tres similitudes: una es la desesperación, la ceguera, el vale todo. Otra es que ambos son manipulados desde afuera de las jaulas. La tercera es que, a unos y a otros, los manipuladores de conducta les mantienen las luces encendidas sin pausa para que no dejen de comer en un caso y de comprar en el otro. Y hay varias diferencias: los pollos lo hacen por la necesidad imperiosa de sobrevivir; los consumistas no necesitan la mayoría de las cosas por las que se apiñan, compran por comprar, porque los estimulan, por adicción. Llamarle “ahorro” a esa obsesión es un eufemismo inaceptable; quien de veras quiere ahorrar se queda en su casa o regala tiempo, sonrisas, algo hecho con sus manos; regala una escucha hospitalaria, compañía, una caricia o simplemente amor.
Otra gran diferencia es que los pollos carecen de lóbulo prefrontal y por lo tanto no pueden pensar críticamente, evaluando, deduciendo, recopilando y organizando datos e ideas. Los humanos contamos con todo eso, pero cuando desertamos de su uso nuestro pensamiento se convierte en lo que el psiquiatra inglés Steve Peters llama “pensamiento de chimpancé”. Este es, según demuestra exhaustivamente en su libro La paradoja del chimpancé, un pensamiento reactivo, emocional, instintivo, primitivo, lineal, carente de lógica y generador, habitualmente, de conductas disfuncionales.
Mientras avanzan hacia los locales de los shoppings como muertos vivientes (si pudieran verse comprobarían que ésa es su imagen) y en lugar de “Brains, brains!” (“¡Cerebros, cerebros!”) claman “¡Descuentos, descuentos!”, a los pollos humanos ni se les ocurre pensar que las luces y los aires acondicionados que permanecen encendidos durante toda la noche no significan ahorro sino escandaloso derroche. Un derroche más alevoso aun cuando en el país se ha declarado la emergencia energética.
De paso, no habría estado de más la intervención de alguna autoridad del gobierno nacional o del gobierno de la Ciudad para tomar alguna medida al respecto. ¿O mientras haya consumo no importa cuál es el precio y tampoco si es a costa de la solidaridad con los que pasan días enteros sin luz, además de otras solidaridades y valores olvidados?
Una persona querida y cercana me decía durante la Nochebuena, mientras observábamos cómo miles y miles de pesos eran despilfarrados impunemente en el cielo bajo la forma de artefactos pirotécnicos: “Sólo sin consumismo la vida en este mundo podrá ser sustentable”. Cambiar para mejor es modificar hábitos y conductas nocivos no sólo para uno sino para el entorno en el que se convive. Es levantar la vista y ver a los otros, ver más allá del propio ombligo y del deseo inmediato. Cambiar para mejor es recuperar la capacidad de pensar en términos humanos, recapacitar, reflexionar, postergar el deseo irracional y urgente. Los pollos del criadero no pueden hacer esto y por eso generan lástima, dolor. Los pollos de los shoppings sí pueden, por eso no conmueven. Decepcionan, desalientan, exasperan.
*Escritor.