Una vez más, ¿en qué se reconoce una estrella y por qué nos interpelan? Cualquiera sabe que los mejores entre los mejores no necesariamente participan de ese limitado Olimpo donde las estrellan pacen y, viceversa, que ninguna estrella puede ser totalmente ajena al talento que se le supone (en canto, en actuación, en escritura, en artes visuales). La belleza tampoco sirve como patrón de reconocimiento de una estrella: las hay, por cierto, deslumbrantes, pero también las hay de módicamente agraciadas e incluso feas.
Una cierta mañana, arrastro a un niño de dos años y a su padre, que fue quien me puso sobre aviso, a la plaza donde Cate Blanchett lleva a jugar a sus hijos, muy temprano. Es, en algún sentido, una madre más, y nadie (salvo yo) parece babearse en su presencia. Pero en otro sentido, no: hay una cualidad en sus gestos, una cierta elegancia, una relación entre distancia e inmediatez que la coloca en un lugar diferente del de los demás mortales, definitivo.
Voy al teatro a ver a dos monstruos indiscutibles: Daniel Craig (sí, sí) y Hugh Jackman (¡sí, sí!), solos, en el escenario, representando una pieza que lleva por título A steady rain y no es sino un caso policial contado a dos voces. Los privilegios que una credencial de prensa me otorgan hacen que la segunda fila en la que me ubican sea, en realidad, una fila uno, al costado, mejor dicho: en el costado exacto donde vienen a pelearse y a gritarse cosas esos dos policías de Chicago. Sí, Craig y Jackman son de una belleza superior y, aunque nadie quiera creerlo, dos actores de una solvencia y una intensidad poco frecuentes. Pero no es eso lo que importa.
Después de los aplausos, el inglés y el australiano abandonan los acentos y las posturas a que los obligaban sus papeles y se transforman, ante nuestros ojos, en estrellas puras: incandescencia, energía arrolladora, locura (en todos los sentidos). Es una noche especial, dicen, están haciendo una colecta benéfica. Proponen un sencillo remate: las camisetas estelares que tienen puestas, firmadas, y con foto incluida en camarines. Dos mujeres ofertan cuatro mil dólares cada una. Y se ganan el acceso al cielo de las supernovas.