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Populismo surrealista

Una y otra vez, el Gobierno opta por lo irreal frente a los criterios racionales.

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Un muy delicado equilibrio, Eduardo Duhalde. | Pablo Temes

El ciclo populista que estamos transitando en Argentina es aún difícil de definir, sobre todo por una cuestión temporal, pero algunas de sus actitudes permiten un acercamiento primario, estético y filosófico hacia las orillas del surrealismo.

El surrealismo fue una corriente artística muy influida por el psicoanálisis y que tuvo, en el momento de mayor auge, algunas derivaciones políticas que si bien fueron un poco descabelladas, se sostuvieron por un tiempo.

Sabida es la tendencia, o más bien la tentación, de agregar adjetivos a las formas políticas. La democracia ha recibido algunos atributos adicionales, como sustantiva, social o delegativa y lo mismo ocurre con el populismo, que puede ser atenuado, beligerante o acomodarse a las más clásicas apelaciones de la derecha o la izquierda.

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Esta inclinación por adjetivar ha tenido críticas, y muy buenas. La más potente y bellamente escrita de todas, la escribió Enrique Krauze en la legendaria revista Vuelta, con el título Por una democracia sin adjetivos, fue en 1983 para intentar enmarcar la discusión política mexicana.

Pero las disciplinas sociales tienen rutinas persistentes, y una de ellas es su gusto por las taxonomías y las clasificaciones, por lo que los intentos por engrosar las definiciones sobre lo político han perdurado, con aciertos y con errores.

El Dasein de Duhalde

Es en ese camino que creo puede argumentarse a favor de la presencia en nuestros días de un populismo surrealista. El surrealismo de este gobierno reside, fundamentalmente, en que todo el tiempo intenta funcionar por fuera del marco de la racionalidad: plantea los problemas sobrepasando lo real e intenta una sustitución de la realidad por un mundo de sueños.

A la tradicional falta de apego a lo numérico -comparando seis meses contra un año para que los números le sean favorables- y a su muestrario de inexactitudes y mentiras referidas a la situación de otros países en relación con la pandemia, esta semana que termina el gobierno le ha adicionado un conjunto de ensoñaciones institucionales tan preocupantes como llamativas.

La más estruendosa fue, sin dudas, la intervención del ex presidente Eduardo Duhalde y su frase acerca de la posibilidad de un golpe de Estado. Es bastante posible, incluso él mismo lo dejó entrever en posteriores intervenciones, que el lomense no esté pasando por su mejor momento en términos de estabilidad mental y emocional, pero lo dicho, dicho está, y las reacciones fueron las que fueron.

A diferencia de lo que pasa en otros países de la región, caso Chile o Brasil, la democracia argentina tiene resuelto el tema militar y estos no son un grupo de presión no de poder sobre las instituciones. Tal vez por eso todo pareció un desvarío. Pero en la misma frase, el ex presidente (que pertenece a la fuerza gobernante) insinuó que no iba a ver elecciones el año próximo.

El carácter surrealista de la escena es que fue la oposición la que se encargó de enfatizar, ante el silencio oficial, que el calendario electoral no iba a sufrir alteraciones. Resulta increíble que ante la puesta en dudas pública de algo tan importante, no haya sido el propio Ejecutivo Nacional quien saliera con claridad a asegurar el funcionamiento sin restricciones del estado de derecho.

Duhalde y el coup d'Etat

No menos oníricas resultan algunas de las reacciones periodísticas y en las redes sociales frente a las incongruencias del ex presidente. Fieles a su idea de utilizar la gramática de los oprimidos y los resistentes -aún cuando tienen y disponen del poder-, se victimizaron y usaron a Duhalde como si no fuera de su propio partido, imaginando conspiraciones opositoras frente al poder popular.

Pero tal vez el rasgo surrealista más extremo que está explorando este ciclo populista sea la sustitución de lo real por lo no real. Es cierto que hay antecedentes en aquello de tener menos pobres que Alemania, pero la administración de la pandemia ha transparentado de un modo inusual las formas irracionales del gobierno. Es muy difícil entender, desde un punto de vista mínimamente fundado, que la conferencia en la que se anuncian los muertos por Covid de la semana esté acompañada por un payaso y por un trio de funcionarios haciendo morisquetas a la cámara y a la ciudadanía.

¿Cómo concebir que a la madre de un joven que apareció muerto luego de haber sido detenido por la policía por haber violado las supremas leyes del encierro en cuarentena, el presidente le regale un perro?

Es indudable que solo pasando por encima de lo real el presidente Fernández puede asegurar que no hay cuarentena en la misma semana que una mujer muere sin poder ver a su padre que cruzó medio país para poder acompañarla y en la que se presenta un informe, surgido de los datos de Google, que muestran que la Argentina es el  país con menor movilidad del mundo. En el mismo sentido, que se insinúe que las fiestas navideñas no se van a pasar en familia es fruto de otra ensoñación surrealista, sobre todo porque las autoridades saben perfectamente que eso no va a ser así.

El gobierno y sus voceros insisten en planteos arbitrarios e incumplibles, llegando al ridículo de sugerir que las personas no se rían, sabiendo que la ciudadanía no quiere ni puede respetarlos. Al mismo tiempo se niegan realidades perfectamente constatadas por estudios científicos, como que estar al aire libre es algo positivo y con bajas probabilidades de contagio si se toman las precauciones necesarias.

La pretendida dicotomía entre salud y economía es otra muestra del carácter surrealista del gobierno. Argentina está entre los países con cuarentenas más extensas y con caídas en la actividad e impacto en lo económico más alto del mundo, mientras el presidente imagina y nos cuenta que el país está mejor con él y con pandemia que con Cambiemos y sin virus.

Nuestro populismo surrealista imagina que los otros países hacen cosas que no hacen y obliga a embajadores y voceros a desmentir sistemáticamente datos falsos, políticas mal atribuidas y decisiones que van, en realidad, en sentido inverso al que se las menciona. Pasó con datos sobre la cuarentena y también con cuestiones relacionadas al funcionamiento de las comunicaciones e internet.

Una y otra vez, y frente a cualquier tema, el gobierno opta por la imposición de lo irreal frente a los criterios racionales definiendo el ciclo populista actual.

Es cierto que las definiciones por el surrealismo atribuidas a las acciones del gobierno pueden ser también imputadas a la perversión. Reconociendo que pueden ser categorías no excluyentes, prefiero no entrar en terrenos profesionales que me son ajenos.

*Analista político.