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DERECHO A REPLICA

Por qué detesto las simplificaciones

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Leí con tristeza la columna de Jorge Sigal del domingo pasado, titulada “Por qué llegué a detestar a los montoneros”. Atrajo mi atención la virulencia del verbo “detestar” asociada a la palabra “montoneros”.

Sigal escribe impulsado por la lectura de Born, la excelente investigación de María O’Donnell sobre el secuestro de los hermanos empresarios Juan y Jorge, que derivó en el pago del rescate más alto de la historia y en una trama turbia de ese dinero que llega hasta nuestros días. Un mérito del libro de O’Donnell es que no aplana el pasado, sino que a partir de investigar el operativo guerrillero y sus derivaciones muestra los claroscuros de un tiempo complejo. Eso hace una buena investigación: densifica los conceptos y la historia a partir de datos e interpretación; pone en contexto los testimonios de los protagonistas para favorecer la transmisión del pasado y la reapropiación.

Hijo de su época, Sigal elige el camino opuesto. A pesar de declarar casi al final que su objetivo es evitar que “la memoria, por conveniencia o mala fe, no termine ladeándose hacia la pura manipulación” (en relación con una apropiación hagiográfica del pasado setentista), esa idea no se condice con las simplificaciones históricas en las que incurre. En consecuencia, a mi juicio, no sólo no le hace justicia a un libro que la merece sino que, a la vez, prolonga otras idealizaciones preocupantes: aquellas que en la década de 1970 permitían identificar a “los subversivos”.

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Sigal ignora la importante masa de investigaciones desde las ciencias sociales acerca de la historia de “los setenta”. Le basta con su experiencia, y por eso circunscribe un fenómeno policlasista de masas como fue la experiencia de Montoneros a un estereotipo bien conocido y asentado, sobre todo, por la propaganda represiva: el del joven de clase media, pequeñoburgués, metido en política o que se “peroniza” por aburrimiento, impaciencia o moda. Lo hace a partir de una acción espectacular y algunas figuras de la dirigencia montonera, que le recuerdan a los militantes estudiantiles y universitarios de la Unión de Estudiantes Secundarios y la Juventud Universitaria Peronista, que conoció. Pero omite, quizá porque en su recuerdo no están, las masivas experiencias territoriales y fabriles de montoneros y otras organizaciones revolucionarias.

Las nuevas generaciones, y es una preocupación que compartimos, están lejos de comprender la densidad, la violencia y “la efervescencia de esos tiempos”. Por eso no alcanza que Sigal nos cuente que en esos años militaba en el Partido Comunista. Es bueno que el lector también sepa que ese partido vio en Jorge Rafael Videla a un “legalista”, y que el 25 de marzo, en un documento de su Comité Central (que, releído hoy, aparece tan delirante como algunos de los emitidos por los montoneros que Sigal “detesta”) afirmaba que, si bien el golpe “no ha sido el método más idóneo (…) estamos ante una nueva realidad. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y promesas”. El PC, además de su antiperonismo histórico, había perdido desde 1959 el “monopolio” de la izquierda revolucionaria, que había pasado a otras fuerzas políticas, y desde allí las juzgaba.

Sigal sostiene que la lectura de Born le hizo recordar cuánto detestaba a los montoneros. Las palabras que elegimos no son inocentes. El verbo castellano “detestar” mantiene la contundencia del sentido del verbo latino original, que remitía a lo religioso: “rechazar, tomando como testigos a los dioses”; “apartar con imprecaciones”, “apartar con horror”; “maldecir”, “maldecir con horror”, “execrar”.

Sigal fue un testigo, y acaso por eso ha quedado preso de su memoria. Tanto que aún repite algunos de los estereotipos que utilizó el terrorismo de Estado para avanzar en su represión sobre el pueblo argentino, a partir de señalar para la matanza a aquellos que no merecían ser parte de él.

*Historiador.