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dialectica del progreso

Por un optimismo realista

Steven Pinker visitó Buenos Aires en el marco del programa Argentina 2030 y en medio de un septiembre turbulento. Su mirada optimista sobre la realidad global fue un elemento diferente y extraño para nuestra discusión pública.

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Steven Pinker visitó Buenos Aires en el marco del programa Argentina 2030 y en medio de un septiembre turbulento. Su mirada optimista sobre la realidad global fue un elemento diferente y extraño para nuestra discusión pública, que osciló en esos días entre el frenético seguimiento de la cotización del dólar, la evaluación de sus consecuencias económicas y la sucesión ininterrumpida de escándalos de corrupción. ¿Qué podemos aprender de alguien que, no sin cierta provocación, levanta hoy las banderas de la Ilustración?

Lo primero a remarcar es que el optimismo de Pinker no es ingenuo. No surge de una convicción irracional, o de una filosofía de la historia determinista, en la que estamos condenados al éxito. Su optimismo es una forma de realismo: los datos nos muestran que la pobreza extrema se ha reducido en los últimos doscientos años, que las muertes en guerras han disminuido radicalmente, que la salud ha mejorado y se ha vuelto cada vez más accesible y que la esperanza de vida sigue aumentando. La argumentación de Pinker traslada la carga de la prueba a sus rivales, los pesimistas, que tienen la convicción de que el mundo va cada vez peor.

La clave de este proceso de mejora la encuentra en lo que asocia con los valores de la Ilustración, comenzando históricamente con la revolución francesa y la revolución industrial. El progreso del mundo se disparó cuando la razón, la ciencia y el humanismo llegaron a un lugar central. No es relevante entrar en una discusión de historia de la filosofía y considerar si lo que Pinker asocia con la Ilustración es realmente el pensamiento de los autores de dicho período, o si entre ellos existe algún tipo de acuerdo teórico, o cuanto influyó el colonialismo en el despegue occidental. Más interesante es considerar lo que implican estos valores hoy en día: a la hora de enfrentar problemas, guiarnos por la razón y no por las pasiones, incorporar el método científico, dejar atrás los dogmas y las creencias infundadas y considerar a las otras personas como fines y no como medios.

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Estas ideas pueden sonar ingenuas en Argentina, un país en el que se suele leer la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer como si fuera un texto sagrado. Pero tal vez una provocación como la de Pinker puede servir para revisar esas lecturas y sacudir nuestras categorías. Una cosa es clara: poco se puede construir en un país que tiene todo por delante desde el pesimismo y la idea de que nunca nada será mejor.

En este sentido, Pinker no niega que existan problemas en el mundo, como sucede con la ecología y el cuidado del ambiente, que ha empeorado con los años. Enfrentar estos problemas, sin embargo, no implica dejar de lado los valores que nos han permitido progresar. Debemos postular nuestras dificultades de manera clara, comprenderlas y buscarles soluciones racionales a partir de la evidencia. Los problemas tienen soluciones y esas soluciones generan más problemas en búsqueda de más soluciones. Es en esa dialéctica donde se encuentra el progreso de la humanidad.

En la vereda de enfrente de Pinker aparecen posturas que son conocidas. El desprecio de la razón, la toma de decisiones ninguneando la evidencia, la negación de la verdad y el relativismo por sobre el humanismo. En esas fronteras, en las que muchas veces se mueve el populismo, es donde sus ideas, y su optimismo realista, pueden traer un poco de aire fresco a nuestra discusión pública y política.

*Director de Argentina 2030 en la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.