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Pornografía y verdad

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La película sobre Berlusconi, por lo que sé, ya ha sido filmada. Y el género elegido fue previsiblemente el pornográfico. No el documental biográfico o político, tampoco la ficción histórica, ni siquiera la comedia reflexiva a lo Nanni Moretti. Nada de eso, sino esto otro: la pornografía lisa y llana, la que suma las tres equis, la que no cree en implícitos. Como en todos los géneros fuertemente codificados, la forma se cristaliza y el contenido se repite; pero esa forma, ese contenido, la mecanización anodina del chingui chingui por inercia, asume en este caso un sentido político revelador.
Se ha asociado con demasiada frecuencia a la imagen con la simulación: el reino del truco y de la falsa apariencia, del engaño y la manipulación; y partiendo de esa premisa, se insistió con su conclusión: la de una realidad finalmente inventada por los medios masivos de comunicación. Tales hipótesis, aunque endebles, tuvieron su auge y su consenso, y acaso Berlusconi, pope televisivo, obtuvo de ellas algún beneficio. Pero incluso quienes más convencidos se muestran de que la cultura de la imagen y la era del simulacro total son una y la misma cosa, tienen que terminar admitiendo al menos algunos límites.

Uno de esos límites lo define, justamente, la pornografía. Porque la imagen pornográfica detenta una verdad; aun ahí donde por definición se finge, se fragua o se actúa. Se trata de una representación, claro, pero hay verdad en esa representación: para representar, por caso, una orgía, hay que montar de verdad una orgía; para representar la penetración por compromiso, hay que penetrar por compromiso de verdad; para dar a ver las tristezas del intercambio de sexo por dinero, es preciso dar dinero de verdad a los que a cambio tendrán que dar a ver su sexo.
La verdad de esa representación fílmica de Berlusconi tal vez esté diciendo algo sobre la verdad de la representación política de Berlusconi. Porque habrá quienes lo apoyan porque lo disculpan. Pero habrá quienes lo apoyan porque se sienten representados por él: porque admiran lo que hace. Esos son los que lo votan, y los que se apurarán a ver la película.

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