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Postales navideñas

No hay duda de que el género empezó con Dickens y su A Christmas Carol, en el que inventó la Navidad como la conocemos.

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Flavia, mi mujer, es víctima de una adicción: mira películas de Navidad. Dice que la protegen, la tranquilizan y la ponen de buen humor. Es probable que produzcan ese efecto sobre mucha gente, porque van aumentado de modo exponencial gracias a la televisión y ahora a las plataformas de VOD. En materia literaria, no hay duda de que el género empezó con Dickens y su A Christmas Carol, de 1843, en el que inventó la Navidad como la conocemos, es decir, como ese día mágico de paz y reconciliación en el que emerge lo mejor de cada uno. La idea se hizo universal en el siglo siguiente, como lo prueba la famosa anécdota de la tregua de Navidad entre alemanes e ingleses en 1914, durante la Gran Guerra, cuando los soldados dejaron de matarse e intercambiaron canciones y regalos entre las trincheras.

En cuanto al cine, encuentro una lista en Wikipedia que no se pretende exhaustiva, pero tiene cosas interesantes. La primera que menciona es The Unholy Three, última película de Lon Chaney (El hombre de las mil caras) y única en la que habla. La tercera es The Thin Man, basada en la novela El hombre flaco de Hammett (no recordaba que esta transcurría en Navidad). La quinta es Three Godfathers, o Tres padrinos, dirigida por Richard Boleslawski, un western sobre tres bandidos que encuentran un bebé y se convierten en una especie de Reyes Magos. Está basada en una novela que John Ford llevó también al cine en 1919 (muda) y en 1948 (hablada, en Tecnicolor y maravillosa), con John Wayne, Harry Carey Jr. y Pedro Armendáriz haciendo de los padrinos. Pero, evidentemente, la película canónica de Navidad es Qué bello es vivir, de Capra, que todos los años se pasa para estas fechas. Sentimental como el demonio y secretamente oscura, podría ilustrar la reflexión que acabo de escucharle a la cajera del supermercado: “En Navidad, los que se odian parecen reconciliados, pero lo verdadero sigue siendo el odio”.

Ayer, Flavia me invitó a ver una de Navidad que fuera un poco menos almibarada como el resto de lo que se hace últimamente, y elegimos A Very Murray Christmas, de Sofia Coppola, un musical de Navidad que trata sobre un especial de Navidad en medio de una tormenta y despliega el humor agridulce de Murray, Coppola y otra gente linda neoyorquina y extranjera. Pensé que podrían cantar mejor, que podrían evitar ese clásico segundo grado que intenta evitar el sentimentalismo para volverse blando y cínico al mismo tiempo.

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Pero el gran especial navideño fue el G20 del presidente Macri, que juntó una colección de dictadores, megalómanos, burócratas e incompetentes que se odian o se desprecian individual y nacionalmente durante el resto del año para que depusieran su actitud durante tres días y aparecieran sonriéndose unos a otros y brindando en fotos, conferencias, banquetes y espectáculos mientras admiraban la hospitalidad y maravillas locales tan exquisitas como el choripán. Fue tan navideño lo de Macri que hasta llegó a llorar él mismo, como a veces ocurre con quien prepara la cena del 24 y siente que el esfuerzo valió la pena. No me malentiendan: no sé si el G20 sirve para algo pero, como las películas de Navidad, toca alguna fibra que nos pertenece a todos y contrasta con un mundo que cada día se radicaliza hacia direcciones tan opuestas como peligrosas.