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elecciones 2011

¿Presidencialismo vs. congresismo?

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Las elecciones de 2009 produjeron un cambio en el comportamiento del Congreso, sobre todo en la Cámara de Diputados. Asumidos los nuevos legisladores, en diciembre se formó una nueva mayoría, el “Grupo A”, que tomó control de las comisiones a partir de una alianza entre bloques medianos y pequeños. En una primera etapa, esta experiencia resultó mal, porque la audacia de la jugada creó una expectativa social de poder que los opositores coaligados luego no pudieron respaldar. Más bien, se los vio descoordinados, rejuntados y sin libreto. No fue casual que, a partir de ese momento, la imagen de los Kirchner comenzara a recuperarse.

Pero los bloques opositores fueron acumulando horas de vuelo y desarrollando una práctica de vinculación que no debe subestimarse.

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El ahora minoritario Frente para la Victoria y sus aliados conforman un interbloque cohesionado y alineado con las directivas. El Grupo A, por su parte, tuvo que escribir su protocolo de funcionamiento interno. Y desde ese lugar, se fueron sellando los ligamentos de un conjunto heterogéneo de partidos que, por necesidad y por aprendizaje de los fracasos históricos (léase Alianza), realiza un experimento novedoso.

Si el futuro presidente surge de la actual oposición, el Congreso parece condenado a tener un protagonismo mayor al que nos hemos acostumbrado desde 1983. En primer lugar, porque el Congreso se convirtió en una fuente de legitimidad para la oposición. Ideológicamente, viene siendo ensalzado para los opositores “republicanos” que hicieron del presidencialismo kirchnerista un blanco privilegiado de crítica. El consenso deliberativo y los acuerdos parlamentarios son presentados, más allá de sus contenidos, como fines en sí mismos. Desde la creación del Grupo A, la oposición quedó comprometida con un reposicionamiento del Congreso en el juego político; un presidente opositor que pretenda gobernar de espaldas a él perdería credibilidad.

A ello habría que agregar que, más allá de la reivindicación ideológica del Congreso que han hecho los referentes opositores en estos años –casi todos ellos desde el Legislativo, incluido Cobos como presidente del Senado–, la experiencia aglutinadora que significó el Congreso en este período hizo de él un ámbito casi fundacional de la “oposición política” que hoy conocemos.

Por el otro, todo indica que cualquier presidente a partir de 2011 no controlará el Congreso a través de su partido, y esto se aplica especialmente a las hipótesis presidenciables no peronistas. El sistema partidario seguirá fragmentado y ello volverá a reflejarse en la composición de las Cámaras. El bloque mayoritario del próximo período seguramente volverá a ser un interbloque que tomará la experiencia del actual Grupo A como modelo. Y este escenario se dará con una presidencia con menos atribuciones por el trabajo de la oposición antikirchnerista, que busca limitar su poder presupuestario, sus facultades delegadas y la legislación de emergencia.

La Argentina seguirá con un sistema de gobierno presidencialista y, frente a las crisis, el presidente tendrá como alternativas un amplio conjunto de facultades. Para el peronismo, que sigue y seguirá reivindicando este modelo institucional, nada habrá cambiado. Pero la oposición no peronista se comprometió con un congresismo que impone límites de diversa índole –institucionales, políticos, culturales– a la presidencia que aspira a ocupar. En ese congresismo también reside su fuerza, porque es un valor que la une y que necesitará para los complejos procesos de negociación parlamentaria que afrontará si gana las elecciones presidenciales. Todo esto está por verse: la memoria plástica del presidencialismo siempre es más fuerte.


*Director de las carreras de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de Belgrano.