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NO TODO ES COMO SE CUENTA

Presidenta en las sombras

Contra lo que se quiere instalar, Cristina delega poco: impone, manda y grita, como siempre. En quiénes confía más y el bluf Capitanich.

RULOS  EN OLIVOS Cristina Kirchner
| PABLO TEMES

Bien de la cabeza y el corazón, Ella igual se recluye. Parece que no estuviera al frente del Gobierno, que delegó en otros, que sólo se reserva apariciones espasmódicas para la foto o algún discurso. Para muchos, ese doble de cuerpo, geminiano, que permanece en Olivos y en ocasiones viaja a la Casa Rosada “se fue” en alguna medida del cargo, distraída por intereses cotidianos o menesteres familiares. Casi se forja una leyenda con ese aislamiento funcional, raro institucionalmente. Sin embargo, en verdad Cristina actúa como una “presidenta en las sombras”: no se muestra pero sigue atenta a los detalles de los ministerios, disponiendo, recortando, imponiendo, mandando mensajes, gritando. Incluso a los favoritos. Poco y nada ha cambiado en su corte, sí tal vez para el público, que no imaginaba estos hábitos de relojería suiza de antaño, cuando los muñequitos de los relojes de pared se quedaban en su guarida si venía el mal tiempo.

En todo caso, si se reconocen cambios habrá que aceptar una nueva distribución de roles, ciertos premios, una escala de responsabilidades que concede para “no cerrar la ventana del todo”, como siempre recomendaba Néstor (cuestión que olvidó especialmente en estos dos últimos años de mandato). También la dama padece una doble ausencia: la del compañero que instruía y auxiliaba en momentos de crisis como los actuales, y en la pérdida de una causa individual que la motivaba: la re-reelección no fue solamente una argucia política para mantener unida a la tropa oficialista, además era una utopía y un incentivo físico para Ella. Hoy se nota, como siempre, más cuando algo falta.

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Mantiene Carlos Zannini la confianza en el esquema de poder, se reporta obsesivo a Cristina, opera –se atreve a decir como novedad “nosotros” o “nuestra” política, casi una elevación de rango autoproclamada– aunque no siempre consagra sus sugerencias. Hay otros dos que alcanzaron un nivel semejante al del consejero legal, casi más hereditario en términos políticos: Axel Kicillof y Wado de Pedro, esa transfusión de sangre juvenil y energía que la mandataria busca en La Cámpora. Kicillof estableció dos mesas o equipos de trabajo para los temas económicos y financieros, aún con escasa eficacia, pero dispone en ese rubro de más autoridad que el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich (incluso cuentan que Ella ya dirimió al respecto luego de alguna colisión). Tan elegido es Kicillof para ese rango que más de un colega se le rindió, caso Julio De Vido, quien lo confiesa a pesar de las reyertas pasadas: nadie como él para conocer los deseos de Cristina.

En paralelo, el economista expande su influencia, ocupa más áreas, designa funcionarios propios y, más feliz que Bergoglio en el Vaticano, hasta se ha vuelto receptivo a propuestas que antes rechazaba (patético resulta recordar su proceder con la expropiación de Repsol el año pasado y la negociación actual) y, desde su vanagloria característica, concede que “los temas políticos son del Coqui”. Cuando sabe que, también en las sombras, para Ella hay un personaje superior para tratar esos temas: De Pedro, un silencioso tenaz al que la mandataria acude en forma constante y a quien le encarga misiones discretas y variadas.

Otro par de ascendidos en la cúpula son, curiosamente, militares: Sergio Berni y César Milani. Uno, médico, que se cargó al ministro Arturo Puricelli por desavenencias, impuso a una especialista en catástrofes y asistencia con colchones en su lugar (Cecilia Rodríguez), al tiempo que manifiesta obediencia debida a cualquier orden política. Se advirtió en el caso del vandalismo en Córdoba, cuando antes que Capitanich dijo –repitiendo el mensaje de Olivos– que si el gobernador no pedía asistencia, el gobierno nacional se abstendría de ayudarlo. Varió luego: sostuvo que enviaban dos mil efectivos de Gendarmería cuando, en rigor, el Gobierno sólo dispone de tres aviones para este tipo de traslado (90 efectivos por traslado, 270 en total) y no más de 45 hombres pueden subir a un ómnibus contratado. Nadie sabe siquiera si contrataron diez micros.

Preocupa esta falta de organización oficial, sobre todo frente a grupos no sólo disolventes de izquierda. Luego de la experiencia de la última huelga de Gendarmería en la Capital, las protestas en las fuerzas llamadas “del orden” se han sofisticado: ya no tienen voceros como aquel que luego fue cesanteado (en todo caso, los representa un abogado), las proclamas públicas no las hacen ellos sino sus esposas (para no ser excluidos del trabajo) y tampoco muestran sus armas durante las ocupaciones. Así no les imputan amotinamiento.

El otro uniformado con vara alta, Milani, logró en apariencia que no le reprochen haberse formado en el Ejército argentino ni, mucho menos, haber atravesado los denominados años de plomo bajo el imperativo de Jorge Rafael Videla: hasta lo bendijo Hebe de Bonafini con fotografía y reportaje incluidos. Alguna llegada especial tiene con la Presidenta para obtener esas muestras de afecto (hay que añadir el propósito cristinista, por ahora incumplido, de que el Senado lo convalide como jefe del Ejército), también para que el jefe militar, con un presupuesto más holgado que el de su predecesor de los cuadros (el retirado Bendini, en juicio oral por acusaciones de manejo turbio de fondos públicos), proponga el ascenso de veinte coroneles a generales (ni en tiempos del Proceso se permitían esos saltos burocráticos), reivindique a algunos oficiales perseguidos en su momento por Nilda Garré y hasta se permita ofrecer la instalación de una guarnición en el Chaco para aventar el ingreso de la droga, tarea no precisamente prevista en la ley.

Zannini, Kicillof, De Pedro, Berni y Milani son el quinteto operativo preferido de la “presidenta en las sombras”, el círculo rojo del poder si uno se atiene a la fraseología de Mauricio Macri. Por encima, claro, del jefe de Gabinete, a quien no consultaron por la designación de la nueva ministra, someten a la jerarquía económica de Kicillof y le hicieron mudar su inicial determinación por ayudar al gobierno de Córdoba ante la oleada de saqueos. Justo a él, que llegó presuntamente al cargo como representante de otros gobernadores, de los intereses de las provincias olvidadas. Hace poco Eduardo Duhalde arriesgó: “Lo importante de Capitanich es que no se dejará arrear, que renunciará si no le gusta algo”. Parece que, de nuevo, Duhalde se equivocó.