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Presidente de ficción

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¿Qué hubiera pasado si Macedonio Fernández, el gran escritor argentino, maestro de Borges, íntimo amigo de Xul Solar, que se carteaba con el filósofo William James –autor de “El pragmatismo”–, hubiese llegado a ser presidente? ¿Cómo hubiese incidido la ficción en la realidad de aquellos años en los que triunfó Yrigoyen por segunda vez? Seguramente mucho mejor que lo que la realidad postula hoy en día como ficción de prosperidad, si vemos todo lo que se está clausurando como espacio de diversidad y crecimiento, accesible a la mayor parte posible de una población ya de por sí limitada por la pobreza insoslayable.

Y cuando me pregunto por lo hipotético imposible –Macedonio, Presidente– es porque realmente el escritor argentino quiso serlo. Entre otros, Borges volanteaba al insólito candidato. Obviamente ,no lo logró, y quizá eso mismo le permitió crear uno de los personajes más entrañables y metafísicos de nuestra literatura, el Presidente, protagonista de su novela principal. Allí se postula una realidad distinta, donde las calles se llaman por sentimientos; no hay próceres sino estados (con minúscula); las palabras intentan nombrar, no arremeten ni injurian; la mentira es un implemento de la bondad, no de la ignominia; el elogio es un mimo simbólico, y no una infatuación, etc.

Surge entonces la pregunta (dentro del libro) “¿Cuál será el idioma cuya economía nos apure, automáticamente a decir más verdades?”. Y agrega, por lo bajo, con suave ironía meditabunda, “también sería recomendable el idioma que nos tenga más callados”.

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 A su vez, el Presidente de Macedonio se rodea de personajes amables que se adentran en la ciudad para mejorar el estado de ánimo de las personas, ya sea con risas o llantos melodramáticos que los sacudan emocionalmente; a tal punto los rige la bonhomía que uno de ellos, la chica de la historia, se llama Dulce-persona. A diferencia de “Los siete locos”, de Roberto Arlt, la troupe macedoniana arremete contra la angustia a través del buen humor.  La misión de este Presidente de ficción es enaltecer a las personas, embellecer las ciudades. Este presidente no le tiene miedo al intervencionismo, porque se trata de intervenir vitalmente. La intervención no es interpretada como coercitiva; tampoco es un gasto. Todo lo contrario, promueve, multiplica.

Ojalá la realidad se pareciera un poquito a la ficción de Macedonio, o tomara al menos su aspecto creativo y sentimental, en lugar de aferrarse a la ira ambiciosa de los personajes de ficción más esquemáticos.