Hace unos cuantos años, buscando trabajo, caí en una revista de periodismo ficción, hoy desdichadamente extinta. Desde los primeros intentos descubrí que la investigación no era lo mío. Aun cuando la averiguación estuviera impulsada por los más altos estandares éticos, averiguar lo que un tercero oculta me parecía puro chusmerío. Desde luego, esa certeza me vedaba el acceso al más prestigioso de los rubros inventivos: el periodismo político, que goza de la combinación de elementos dispares, seleccionados con artera delectación, con el objeto de presentar un plato adornado de convicciones o conveniencias concebidas o arregladas de antemano.
Así, pronto pedí que se me concediera el inmenso honor de encargarme de la página de horóscopos. El director de la publicación me preguntó acerca de mis conocimientos de astrología y le confesé que ninguno, pero que me tentaba la ilusión de orientar los ánimos de los lectores con sentencias inspiradas en la sabiduría de los sobrecitos de azúcar y las frases citables que traían los chicles Bazooka. Riendo, el director me dijo que la página de horóscopos era la más deseada por la redacción, y que de ninguna manera le concederían semejante premio a un neófito. Décadas más tarde, a modo de premio consuelo, me regalo a mí mismo esta posibilidad, y de paso ofrezco al lector una pálida idea acerca del horoscopero que se perdió el mundo.
Profetizo que en 2021 Juntos por el Cambio seguirá renovando argumentos para tratar de demostrar que el actual gobierno es aún peor que lo que fue el suyo; Alberto seguirá diciendo que su vínculo con Cristina es irrompible y Cristina agitará su abanico hasta principios de marzo; Lilita continuará soltando denuncias inspiradas en el soplo del Espíritu Santo; Mauricio reposará, twiteará vaguedades enfáticas y se entregará a algún nuevo juego de mesa, y el Aníbal seguirá llamándolo mamerto.