En 1972, con la primavera camporista en ciernes y el regreso de Juan Domingo Perón, la mezcla hippie de rock y folk que proponía el grupo Arco Iris convirtió su ópera Sudamérica casi en un himno, escrito por Gustavo Santaolalla. Los jóvenes cantaban: “Algo se está gestando, lo siento al respirar, es como una voz nueva que al fin comienza a hablar”. Eran tiempos de utopías revolucionarias. Otros tiempos, pero el concepto de que algo se está gestando y que se huele al respirar reapareció sobre este fin de año. Se trata de cierta confirmación del comienzo del ocaso del kirchnerismo y del surgimiento de un nuevo ciclo que todavía aparece en estado gaseoso, sin líderes claros y apenas con algunas ideas compartidas.
Ese nuevo escenario político fue parido por el Congreso de la Nación como efecto tardío del mensaje de las urnas del 28 de junio. Un Poder Legislativo más plural, horizontal y dialoguista aparece como el principal responsable de dotar de fertilidad a los nuevos espacios de partidos o alianzas que no sólo le pongan límites al oficialismo sino que puedan ir construyendo alternativas que le den equilibrio de alternancia a la democracia.
Está en marcha un período de gestación tanto en el peronismo no kirchnerista como en el no peronismo y en nuevos ensayos y mixturas convergentes. Algo de eso pudo verse en una jornada denominada Hacia un consenso programático del espacio progresista en la Argentina, que organizaron Margarita Stolbizer y Achim Wachendorfer, presidente de la Fundación Friedrich Ebert. Peronistas, radicales y socialistas evidenciaron denominadores comunes poco frecuentes y coincidieron en la necesidad de forjar una nueva herramienta de acuerdos programáticos con capacidad de gobernar convocando a las mayorías. En esa mesa, estuvieron la propia Stolbizer (GEN), Ernesto Sanz (UCR), Rubén Giustinianni (PS), Pino Solanas (Proyecto Sur), Rodolfo Rodil (Encuentro Popular) y Gustavo Druetta, del partido PAIS. Se habló de repetir y multiplicar esa experiencia, de escucharse y aceptarse. Caracterizaron al kirchnerismo como pseudoprogresismo y en tres casos, por lo menos, plantearon que la matriz económica y la vuelta al endeudamiento va en la misma dirección del menemismo y que, por ese motivo, “hay 5 millones de indigentes y un tercio de los argentinos son pobres”, según Pino Solanas.
Fui convocado para coordinar esa mesa y preparé un texto disparador del debate que, finalmente, cambié por otro más provocativo a sugerencia de un amigo uruguayo dirigente del Frente Amplio. El escrito original se preguntaba sobre el progresismo con un chiste tonto que solíamos hacer en nuestra infancia: yo prefiero ser rico y sano que pobre y enfermo. Qué gracia. Es como decir que ser progresista es apostar a la justicia social y a la libertad. Así es fácil. No hay debate. ¿Quién se va a oponer a un país donde haya crecimiento con equidad en el marco de una absoluta libertad? Yo también prefiero ser rico y sano que pobre y enfermo. La discusión planteada es cuál es la prioridad: ¿justicia social o libertad? ¿Es posible la existencia de una sociedad progresista sin justicia social? Definitivamente, no. ¿Es posible un futuro progresista sin libertad? Definitivamente, tampoco. Hace más de 25 años, en mis épocas de izquierdista dogmático, tuve la posibilidad de visitar la URSS y Cuba. En ambos países y en línea con los valores de la época, yo compré que la libertad era un valor burgués. Que la democracia de partidos donde cada uno se expresara sin miedos ni consecuencias era una demanda formal, liberal y reaccionaria. Que mientras la revolución social de los obreros se estaba consolidando para llevar justicia a los hogares más pobres, era una frivolidad eso de criticar y de pedir por las libertades públicas. Los que opinaban distinto estaban condenados al silencio, el exilio e incluso el paredón. Más tarde, comprendí que aquello no era progresismo. Que se parecía demasiado al fascismo de izquierda. El intento del igualitarismo salarial también falló, pero eso es para otro análisis. Lo cierto es que no hubo libertad para denunciar errores y para corregirlos y tampoco hubo justicia social. Hubo burócratas enriquecidos, corrupción y muerte. No hubo progresismo ni justicia social ni libertad.
Hoy, salvando las distancias, en algunas democracias populares y legítimas de nuestro continente ha resurgido el mismo debate entre justicia social y libertad. La discusión es menos dramática porque hay elecciones y la gente decide entre distintas propuestas. En Venezuela, Bolivia, Ecuador y también parcialmente en Argentina, los presidentes fueron elegidos por su pueblo y en algunos casos, por paliza de votos. Eso es democrático y muy respetable. En muchos casos, por primera vez se están atendiendo las demandas más urgentes de los más pobres y eso es muy valioso y, seguramente, una de las principales explicaciones para sus triunfos en las urnas. Pero una vez más se está poniendo en duda el valor de las libertades. Otra vez el opositor, el crítico, el que piensa distinto, el periodista empieza a ser un enemigo y no un catalizador del debate público. Hay una nueva desvalorización notable del rol de la libertad. Otra vez aparece como un reclamo pequeñoburgués, derechista y reaccionario frente a la importancia de las revoluciones sociales. Creo haber aprendido la lección. Hay algunos ejemplos en el mundo donde hay más justicia social que antes pero la libertad sigue entre rejas. Pienso en China, por ejemplo. ¿Es China una sociedad progresista? De ninguna manera. Se puede rescatar que sus habitantes tengan un mejor nivel de vida y que cada vez haya menos pobres y mejor distribución de la riqueza. Pero la libertad es lo que define hoy y siempre al progresismo. Libertad incluso para decir que es lo que uno considera progresista y lo que no. Libertad para apoyar y protestar.
De todos modos, decidí aceptar la sugerencia de mi amigo uruguayo y presenté a los políticos oradores con un disparo más francotirador y revulsivo que dice así: “Pepe Mujica vive y vivirá con gran austeridad en una chacra cerca de Montevideo donde se gana la vida cultivando acelga y alfalfa. La parte baja de la mesada de su cocina se cierra con unas cortinitas de tela. Tiene cuatro perros y anda en chancletas delante de los periodistas. Su esposa, Lucía, es igual. Creen en las cosas profundas de la vida y no le dan importancia a la ropa. El principal himno de campaña decía: ‘Vamos Pepe, vamos con la gente. Hay un tipo caminando por la misma calle que vos, sin fortunas ni palacios’. Néstor Kirchner ahora vive en la quinta de Olivos pero es un millonario con un patrimonio multiplicado desde el poder que no tiene antecedentes en la historia democrática reciente. Néstor sí tiene fortunas y palacios. Su esposa, Cristina, tiene una pasión especial por la ropa cara y por la joyas.
”Pepe ni siquiera entró a la universidad, fundó Tupamaros, fue clandestino, se alzó en armas, recibió 14 balazos policiales en su cuerpo y estuvo 13 años preso durante la dictadura uruguaya, que lo utilizó como rehén. Lucía también fue guerrillera y estuvo presa y escapó por las cloacas y hoy se convirtió en la presidenta del Senado que le va a tomar juramento a su marido, porque así lo dice la Constitución. Ninguno de los dos saca pecho de su condición de perseguido de la dictadura, rara vez hablan del tema, lucharon por la memoria y la justicia pero no buscan venganza. Néstor es abogado, igual que Cristina. Fundaron el Frente para la Victoria y durante la dictadura se dedicaron a juntar plata para hacer política, como confesó ella, ejecutando a quienes no podían pagar sus créditos. No hay registro ni recuerdo de un solo gesto o acto por los derechos humanos ni de que hayan defendido a un solo preso político. Sin embargo, todo el tiempo quieren apropiarse de ese pasado. Alardean de lo que no fueron. Exhiben lo que no hicieron y han reflotado un odio absolutamente extemporáneo.
”Pepe se compró hace unos meses su primer traje y va a vivir con 1.500 dólares. Los 15 mil mensuales que cobrará como presidente los va a donar. Néstor tampoco desespera por la elegancia pero sí por el dinero. Cuando le preguntaron si iba a donar los 24 mil pesos mensuales de pensión como ex presidente, maltrató al periodista que lo hizo y al más puro estilo Menem dijo: “La platita es mía, mía”.
”Pepe ganó y dijo que no hay vencedores ni vencidos, que nadie es dueño de la verdad. Dice que la democracia empieza en la oreja, porque hay que escuchar a todos. Va a gobernar sin sectarismos, con ministros de otros partidos. Es la prolongación del gobierno de Tabaré Vázquez, que bajó la pobreza, la indigencia y casi no tiene una sola sospecha de algún caso de corrupción. Néstor ignoró siempre al resto de las expresiones políticas y trató de quebrar su voluntad. Gobernó con un grupito de leales y está cada vez más aislado. Su gobierno y el de su esposa están llenos de denuncias por presuntos delitos y hasta su propia declaración jurada está bajo la lupa judicial.
”Pepe y Néstor no tienen casi nada en común. El día y la noche. Pepe hace lo que dice y vive como piensa. Es austero, honrado, humilde, carismático, querido, campechano, capaz de reconocer que cometió muchos errores en su juventud y ahora. Pepe es Pepe y Néstor es Néstor.”
En el encuentro organizado por la fundación de la socialdemocracia alemana y la diputada Stolbizer, ella hizo una clara exhibición de su capacidad de convocatoria a la diversidad. El sociólogo, peronista y ex militar Gustavo Druetta recordó que desde 1945 hubo 48 años de gobiernos civiles y que 31 de ellos tuvieron gobiernos peronistas que sufrieron distintas metamorfosis pendulares, de derecha a izquierda y definió la actualidad en contraposición al orden y progreso de Brasil como de “desorden y retraso”, producto de “caudillos ladrones y yuppies carilindos que se enferman de poder y que en un país plenamente democrático, tendrían como destino la cárcel”. Y Ernesto Sanz puso el eje en el “modelo de poder y no de país que construyeron los Kirchner”. Fustigó el abuso de los decretos de necesidad y urgencia, el debilitamiento de todos los controles al poder, la realidad del Consejo de la Magistratura, donde los comisarios políticos intentan disciplinar a los jueces, y lo que llamó “federalismo de humillación”. En un sentido similar, el Club Político Argentino, que nuclea a prestigiosos expertos en distintas materias y con diversas matrices partidarias o ideológicas, en su último documento propone concentrar los esfuerzos en la construcción de ciudadanía. El espacio de deliberación, intercambio e intervención pública que integran, entre otros, Guillermo O’Donnell, Marcelo Cavarozzi, Vicente Palermo y Juan Gabriel Tokatlian denuncia que “hay dos fuerzas que tienden a erosionar el sentido de pertenencia nacional: la exclusión social y las variadas formas de retraimiento”. Argumentan que la exclusión “vuelve ficticia la elección de oportunidades de vida, el ejercicio de libertades e igualdades sostenidas en derechos y deberes compartidos”. Y que el retraimiento “lleva a muchos argentinos a darle la espalda a la política o a la participación social, convencidos de que el esfuerzo que podrían hacer sería esteril”.
Algo se está gestando. El debate sobre quién es progresista en estos tiempos de cólera es absolutamente funcional a la idea de construcción de nuevos instrumentos políticos y de nuevos liderazgos. Es esperanzador. Como un brindis.