Dicen que Albert Einstein decía que “el peor de los errores es hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos”. Cada tanto, a la Argentina le agarra un “ataque de proteccionismo barato”. Cada tanto, entonces, surgen diversas medidas que tienden a cuidar la industria local y a sus trabajadores de la invasión de productos extranjeros e incentivar la sustitución de importaciones. Este tipo de medidas se repiten insistentemente. Si fueran efectivas, después de décadas de aplicarlas con tanta frecuencia y entusiasmo, no quedaría industria ni trabajador por proteger, ni importación por sustituir.
La realidad indica lo contrario. Y eso me obliga a reiterarme en explicaciones.
Como ya lo conté en este mismo espacio, cuando el saldo de balanza comercial de un país está cayendo (cuando crecen más las importaciones que las exportaciones), es porque en ese país el gasto crece más rápido que la producción y la diferencia, por supuesto, la “trae” del resto del mundo. El fuerte crecimiento de las importaciones de 2010 indica que la Argentina se recuperó de la recesión de 2009 y que gastó más de lo que produjo. Una parte de ese gasto lo decide el sector privado y otra parte de ese gasto lo decide el sector público. En el año 2010, el Gobierno siguió expandiendo su gasto, como en 2009 (cuando pudo haber hecho falta) financiándolo con emisión monetaria del Banco Central. Como ese aumento del gasto público se sumó a un aumento del gasto privado –mejor cosecha, menos fuga de capitales por el escenario internacional, crédito de consumo a tasas negativas, etc.– las importaciones, como se ha dicho, crecieron fuerte y más que las exportaciones.
Por lo tanto, si el Gobierno quiere moderar el crecimiento de las importaciones, uno de los instrumentos más importantes que tiene a su alcance es hacer crecer menos su gasto.
Pero claro, en un año electoral, el Gobierno no quiere moderar el crecimiento de su gasto, ni que crezca menos el gasto privado. Entonces, pretende tapar el sol con las manos, evitando que crezcan las importaciones, con prohibiciones, licencias, etc. Pero como las industrias locales están funcionando casi a pleno, es muy poco lo que se puede producir más internamente, para abastecer ese mayor gasto. Por lo tanto, la presión de demanda, o es más importaciones o se traduce en mayores precios de los productos locales protegidos. Mayores precios que no son mayor empleo, sino mayor rentabilidad y mayores salarios para las industrias respectivas. Pero esa mayor rentabilidad y mayores salarios de las industrias protegidas, los pagan “otros argentinos”, los trabajadores del resto de los sectores no protegidos que, con más importaciones, pagarían esos productos más baratos por mayor oferta. En síntesis, la protección, cuando hay pleno empleo, es un juego de suma cero. Se protege a algunos, a costa de otros. ¿O acaso los celulares, las computadoras o los televisores son más baratos aquí, en la Argentina, que en el resto del mundo?
Pero claro, los mayores precios de ciertos productos, implican mayores costos de los que tienen a dichos productos como insumos y de los servicios que usan esos productos. Como la política monetaria lo convalida, esos mayores costos se trasladan también a los precios. El resultado es mayor inflación para todos. Lo antedicho no implica desconocer que hay casos de competencia desleal y sectores con comercio administrado que hay que tener en cuenta. Y tampoco implica que, en casos de capacidad ociosa o de industrias que requieran un período de maduración de su inversión con necesidad de escala, no se puedan usar ciertos instrumentos de política comercial protectiva, o incentivos a la producción. Aunque más con orientación a la integración productiva que a la sustitución. Pero, salvo excepciones, en algunos sectores, este no es el caso actual. En la Argentina de hoy, las importaciones aumentan porque aumenta el gasto. Y el gasto aumenta porque el Gobierno quiere maximizar el crecimiento en un año electoral, mientras pretende ignorar, mentir, tapar, o emparchar las consecuencias directas del aumento de ese gasto, la reducción del saldo comercial y la inflación. A la vez, la inflación acelera la caída del tipo de cambio real (abarata el precio de las importaciones) retroalimentando el proceso.
En síntesis, en el juego de la protección mal hecha, algunos vivos ganan y el resto lo miramos por TV, y no es gratis.