COLUMNISTAS
BAFICI 2013

Punto de encuentro de miradas

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Hay tantos Baficis como personas y, a la vez, Bafici hay uno solo. Esa es la maravilla del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (es decir: Bafici), que este año celebra su edición número 15 con varios logros en su haber, que en verdad se funden en uno, único, supremo: seguir adelante, inmune a internas, mezquindades, cambalaches, camelos, latigazos políticos o relevos artísticos.

Después de haber trabajado en distintos sitios del festival durante diez de sus 14 ediciones, me toca ahora dirigirlo artísticamente, y por estos días, tras la presentación del programa que hicimos esta semana junto al ministro Hernán Lombardi, he leído varias veces la frase “el Bafici de Panozzo”, que tiene su punto complicado (cualquier funcionario que crea que algo derivado del trabajo es “suyo” en términos de propiedad comete un crimen de lesa administración, al lado del cual la frase “la Ferrari es mía, mía, mía” es poco más que una humorada inocente) pero también su parte de verdad, por aquello que se mencionaba más arriba: hay tantos Baficis como personas.

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Así que iré por el lado de la educación sentimental, si se me permite. Por el lado de “mi Bafici” a lo largo de los años, empezando, claro, por 1999, año de la fundación. La sequía en la cartelera de estrenos de cine era monstruosa y a su modo tiene que haber contribuido para que lo del Bafici y el público de esta ciudad fuese amor a primera vista: gente buscando películas, películas encontrando miradas, miradas definiendo un espacio que nacía, de la mano de Andrés Di Tella, con una fortaleza inédita. Por entonces trabajaba en la sección espectáculos del diario Clarín, y recuerdo que me tomé vacaciones para no perderme nada del segundo Bafici: el deber no tenía que ver con el periodismo, sino con el cine.

En 2001, el crítico de cine y columnista de este diario Eduardo Antín (Quintín) tomó las riendas del festival. Formé parte de aquel equipo junto a Flavia de la Fuente y María Valdez, y allí se consolidaron dos aspectos que hoy son pilares: un salto enorme en la cantidad de películas que se mostraban y el Bafici como plataforma definitiva para un cine argentino que había empezado a recorrer el mundo y que ya no se detendría. Nada menos que en 2001-2002, el Bafici como estrella distante y brillante del firmamento cinematográfico mundial.

Fernando Peña a lo largo de tres años y Sergio Wolf durante cinco ediciones continuaron la tarea con ideas y pasión, y ahora llega a mis manos el testigo, y el trabajo duro y placentero de hacer el Bafici de siempre, pero diferente. El Bafici de siempre en espíritu: aquel que sea punto de encuentro entre películas y miradas, público y creadores, procurando que cada vez más gente vea cada vez más cine (porque un único “cada vez más” en solitario no sirve para mucho), en un momento en el que la cartelera de estrenos sufre una concentración y una previsibilidad que dejan muy poco espacio para voces en disidencia.

Pero también esa voluntad de sumar, de agrandar los límites del Bafici, tiene que ver con el hecho de que los festivales de cine, en muchos casos, también se han vuelto espacios reducidos y previsibles, cultores de un cine festivalero más falso y perezoso que ese cine comercial frente al que se proponen como alternativa. Los festivales de cine no pueden ser jamás sinónimo de prejuicio, facilismo y molicie. Como decía el gran Dante Panzeri en una frase a la que se le puede cambiar “fútbol” por “cine” y sirve para detectar de manera radical las trampas y las chicanas discursivas de turno: “El fútbol moderno no existe. Solamente existe el fútbol en dos escalas cualitativas: bueno o malo”.


*Director artístico del 15º Bafici.