Conocí a los qom en Villa Bermejito, hace unos quince años. Habíamos ido con la familia de mi novio a pescar y nos quedamos dos o tres días, acampando cerca del río. Una mañana apareció un grupo de mujeres qom de distintas edades, dos adultas, otras más jóvenes, una niña. Traían vasijas y canastas tejidas. Las dejaron en el piso y se quedaron ahí paradas delante nuestro, sin levantar los ojos ni decir una palabra. Habían llegado también sin ruido.
La madre de mi novio, que siempre iba a pescar allí, me dijo que eligiera algo si me gustaba. Levanté algunas cosas, eran bonitas aunque no sabía bien para qué iban a servirme en mi casa de Buenos Aires. Pregunté precios, pero ninguna de ellas me respondió. Mi suegra me susurró que nunca iban a decirme el precio, que la gente les daba lo que le parecía.
Me acuerdo que desaparecieron así como habían venido. Iban descalzas y con ropa vieja. El monte parecía abrirse para recibirlas y volver a cerrarse tras ellas. Todo en silencio.
En Resistencia y en Formosa el barrio Qom es populoso y tremendamente pobre. Los qom fueron sacados a empujones del monte y del campo. Los echaron la tala y la soja. Los punteros políticos los trajeron de las narices y los hacinaron en esos barrios urbanos. No tienen trabajo, malviven de los planes sociales, son despreciados por la mayoría de los chaqueños y los formoseños. En ambas provincias la población blanca repite como loro: pueblos originarios, hay que decir pueblos originarios, ahora se dice así. Pero en ese cacareo de corrección política, no hay más que desprecio.
En 2015 estuve unos días en Formosa, siguiendo el rodaje de Zama, la película de Lucrecia Martel. Muchos de los actores y las actrices eran de la comunidad qom. Estuve en el barrio; hablé con un maestro y con Teresa, una mujer que tiene un comedor comunitario y es una referente del lugar. El maestro me contó que los niños y los adolescentes no quieren aprender la lengua qom, que les da vergüenza porque los estigmatiza frente al resto de niños y adolescentes formoseños. Así solo los viejos (hay pocos viejos pues la ciudad no les da una expectativa de vida muy larga) y quienes emigraron del monte hace pocos años siguen hablando qom. La lengua se va perdiendo como sus ritos y sus creencias: las iglesias evangélicas crecen como yuyo en las calles de tierra del barrio, atrás de las empalizadas de ramas torcidas que rodean las casas. Hacía algunos meses un grupo de mujeres había tomado tierras para levantar sus ranchos y las había reprimido la policía. Las mujeres aguantaron y fueron vigiladas por meses. Mujeres desarmadas y una logística policial acechándolas como si fueran el brazo armado de una organización de esas que se inventan para justificar las palizas, la saña, cuando no el asesinato.
El lunes a la noche un grupo de personas entre las que había gente de la comunidad qom trató de saquear un supermercado en la ciudad de Sáenz Peña, en Chaco. La policía y hombres de civil (el dueño del supermercado, los comedidos de siempre) dispararon armas con balas de plomo y una le dio en el pecho a Ismael, un niño qom de 13 años. Otro de 14 fue herido.
A Chaco y a Formosa las gobierna desde hace añares el feudalismo peronista. Las banderas de la justicia social, sin embargo, no flamean para los qoms. Si digo Ismael pienso en Moby Dick, pero seguramente al niño qom se lo pusieron padres convertidos al evangelio. En hebreo significa: dios me ha escuchado. Aunque anoche ni dios, ni el gobernador del FpV Domingo Peppo, ni nadie escuchó el grito de Ismael.