COLUMNISTAS

Que cunda el pánico

La embestida de Oyarbide contra Gerónimo "Momo" Venegas puso en alerta a los jefes sindicales.

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En apenas una semana, con vacaciones en curso, se desató una inquietante porfía –política, sindical, empresaria– que propone divisiones con rasgos alarmantes. Sea porque el combate a las corporaciones (incluir FF.AA. y organismos de seguridad) no cesará o debido a que ciertas operaciones ya están en marcha y, en consecuencia, habrá sacudidas para dirigentes gremiales de ambos lados, tal vez padezca algún ministro propio la blanda espada de la Justicia o le hagan complejo el recorrido hasta los comicios a un empresario mediático que no es Héctor Magnetto.

Protagoniza el Gobierno, sea por autoría deliberada o por distracción colectiva. Más radicalización y escisiones alegran su estilo. Cuesta suponer que esta aceleración de las partículas responda a la especie de que entre Olivos y la Casa Rosada impera una fronda interna, con pujas y empujones por el ingreso al despacho, espontáneos para ser contemplados por la mirada femenina, voluntarios por acomodarse a los cambios de los elencos de antaño. Son seguidores que se ven eternos si juran a cada minuto la bandera kirchnerista y hacen la venia. Ni piensan, ministros o funcionarios, en los papelones cotidianos.

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Empezando con Reutemann, de misterioso turismo a Nueva York –o interesándose en cuestiones de salud que pueden deteriorarlo–, o Scioli, por Italia, como ejemplo de fidelidad. Uno se alejó de la interna santafesina que derrumba a Rossi, y el otro se debe preguntar: ¿Me pagan bien por tanta entrega? Aunque había aceptado una lista progresista en su contra, que llevaba a Sabbatella como candidato para juntarle más votos a Cristina, la famosa colectora, cierta publicidad excesiva y simpatías obvias a favor del moronense han puesto nerviosos a varios del equipo sciolista: se acepta una traición matrimonial, pero no reiterada y televisada en directo desde la Casa de Gobierno, donde engordan a su rival. Y el ahora apartado Scioli, vuelve a preguntarse: no arriesgué ni deserté para lograr la Presidencia en las próximas elecciones y resulta que, ahora, me puedo quedar sin la gobernación si Sabattella obtiene un volumen modesto de votos (con el l0%, genera pánico). Si a la elite oficialista poco le importa Scioli, no sucede lo mismo con los intendentes, también dolidos en el ambiente mortuorio: las colectoras pueden arrancarles la mayoría a los intendentes y soportar impugnaciones, pedidos de renuncia y eventuales juicios penales. De ahí que protesten.

Pero las novedades de la semana pasaron por el juez Oyarbide, el único que allana, procesa, encarcela (aunque sus procedimientos son cuestionables y hasta volteados en Cámara). Como si los otros magistrados no trabajaran. En 48 horas convirtió al alter ego de Alberto Fernández, Héctor Capaccioli, en el zar del reparto arbitrario de los fondos de las obras sociales, la campaña política de Cristina y hasta de permisividades propias de quien no tiene controles. Una sorpresa para el inculpado (al que no encerró), quien imaginaba mayor tolerancia del juez, quizás porque en los últimos tiempos accedió a otros personajes del poder: Moyano, De Vido, el legislador de Pro y empresario del juego Angelisi se regodeaban con su buen humor. El episodio salpicó al Gobierno, no sólo a Fernández y, de la galera investigativa, Oyarbide calmó esas aguas turbias decretando la prisión del gremialista Venegas, íntimo de Duhalde, luchador contra la l25, inculpado por no atacar a las cerealeras y con un avión al que suele acudir por la multitud de sus filiales sindicales. Más de una sospecha por la energía aplicada en el caso por parte de Oyarbide, quien en Punta del Este, en un cumpleaños reciente, también anticipó que enjaularía a varios hombres del movimiento obrero (al respecto, ya tuvo una dura denuncia del ex senador Héctor Maya, planteando su debilidad oral para las confidencias).

Tensión política por el episodio, amenazas y reconciliaciones de dirigentes ante el enemigo común, el Gobierno. Algunos de ellos (Macri, De Narváez) recuerdan que les armaron causas judiciales en el pasado, temor que inclusive afecta a Moyano: en su derredor se sospecha que la prisión a Venegas apunta también a otros gremios, es un ataque a la corporación gremial, no sólo a los duhaldistas.

Se preocupa, como los empresarios que este martes deberán discutir la sucesión de Héctor Méndez en la UIA, quien molesto por las internas de los distintos grupos, se apartó antes de tiempo del mandato a cumplir. El último mal trago lo provocó Javier Madanes (Aluar) quien se despachó contra el grupo Techint, al cual también –junto a Clarín– el Gobierno quiso aislar en AEA. El quejoso empresario, quien repentinamente tuvo sus cinco minutos de fama, quizá copiando a su sobrino frívolo, Matías Garfunkel –el que creía que se podía comprar Telecom en un viaje de fin de semana a Roma, como si fuera un traje–, de repente satisfizo con sus críticas al propio Gobierno. Aunque él niega cualquier vinculación política (algún colaborador financiero disfrutó de cierta confianza de Néstor Kirchner, cuando éste apenas se conformaba con los informes técnicos de las casas de cambio). Curioso igual: no era Madanes un hombre de la UIA, apareció junto a otros empresarios que ni siquiera conocían el domicilio de la organización, pero todos se sumaron para neutralizar a Techint. Más curioso: el anterior patriarca de Aluar, Manuel Madanes, tenía una amistosa relación con el padre de Paolo, Roberto, y se reunían para cenar y hablar de cuadros que sólo ellos, eventualmente, podían comprar. Los parientes, por lo visto, no guardan la misma sintonía.

A pesar de la exposición, parece público que uno de los que alinearon fuerzas por una nueva UIA fue, en verdad, Carlos Pedro Blaquier, el azucarero que se negaba a la candidatura de Ariel Kaufman (gerente de Arcor y auspiciado por Techint) porque sus empresas no pueden votar a presidente a quien le venden mercadería. No es el único que se identifica con Julio De Vido, el ministro que más ha operado en la UIA. También Enrique Wagner, de la Cámara de la Construcción, quien dijo que el avance de Héctor Recalde en la Justicia laboral (léase Moyano), para él es lo mismo que en el pasado, cuando los jueces respondían a Carlos Corach. Este granero de empresarios oficialistas también aparece en otra lista, armada por parte del radicalismo, el Peronismo Federal y la Carrió, quienes se comprometen a investigar a varios de estos hombres de negocios si le toca llegar al poder a una de estas agrupaciones. No sólo, entonces, el compromiso es por convertir a la UIA: más de uno se arrebata por lo arduo que significará explicar ciertos negocios con el Estado y, sobre todo, los precios.