En Saint Moritz, ciudad suiza famosa por sus pistas de esquí, Sylvester Stallone acaba de inaugurar una muestra de arte. Sí, así como se lee: parece que el actor aflojó sus viejos bíceps hipertrofiados, agarró el pincel y llenó unas treinta impávidas telas de manchas coloridas, las colgó en una sala en los Alpes y esperó a que algún crítico viniera a describir su trabajo. Y uno llamado Donald Kuspit fue y lo hizo: “Stallone es un pintor expresionista que realiza telas marcadas por un surrealismo abstracto”. Así que ahí está el actor, sonriendo a los flashes, y no sólo nadie se preocupa demasiado sino que hasta se espera que haya quien pague sus buenos dólares para decorar su living con el inconsciente hecho témpera de Stallone. No hay por qué escandalizarse: cosas como éstas pasan todo el tiempo en el mundo del arte contemporáneo, en el que con un poco de talento para la ilación de ideas y algunos conceptos básicos adquiridos puede sostenerse sobre cualquier obra de cualquier artista un discurso que la justifique frente a los legos, colegas, agentes culturales, autoridades, galeristas y marchands.
Nadie interpretó mejor todo este dislate (y sacó tanta ganancia, convirtiéndose a la vez en un genio del marketing personal y un estafador de guante blanco) que el artista urbano inglés conocido como Banksy (Bristol, 1974, aparentemente), en su formidable película Exit through the gift shop (2010), que si bien no se estrenó en la Argentina puede verse fácilmente en la Web. Y para hacer aun más efectiva esta broma tan ingeniosa como redituable, el film (los miembros de la Academia de Hollywood acaban de demostrar que tienen un sentido del humor finísimo, y que son capaces de asimilar aun las manifestaciones más radicales del nuevo arte) fue nominado a la categoría de mejor documental para los próximos premios Oscar. Banksy viene dando muestra de su talento casi anónimo (no se le conoce la cara, ni biografía cierta, ni nunca dio entrevistas) hace por lo menos diez años, en las principales ciudades del mundo: pinturas, stencils, graffitis e intervenciones cargadas de cinismo y creatividad, en las cuales reflexiona sobre la violencia, la sociedad de consumo y el control que ejerce el poder político sobre la ciudadanía. Con ese trabajo, recogido el año pasado en el libro Wall and Piece, se convirtió en el artista urbano más famoso del mundo.
Ahora, con su falso documental, va un paso más allá: crea un personaje de ficción (Thierry Guetta), documentalista que persigue al propio Banksy para entrevistarlo y termina haciéndose él mismo un famoso artista del graffiti. En la película, Banksy le toma el pelo a sus colegas, a sus fans, a los coleccionistas, a la petulante sociedad artística que pretende (y en parte logró) mercantilizar el urban art, esa expresión vandálica y espontánea. En 2009 y 2010, antes del estreno de la película, Guetta (es decir el propio Banksy, con el nombre de Mr. Brainwash) inauguró con éxito dos muestras en Los Angeles y Nueva York y llegó a vender toda la obra expuesta. Y más: Madonna lo contrató, sin saberlo, para que le diseñara su tercer álbum de greatest hits Celebration. Banksy hizo todo bien: demostró que además es un talentoso cineasta, creó el manifiesto más rotundo sobre la banalización del arte contemporáneo y se llenó de dinero. ¿Qué hará en la gala si llega a ganar ese premio vacuo de millonarios para millonarios que es el Oscar?
*Desde Suiza.