A varias semanas de los violentos cambios en los festivales porteños, aún sigue el debate. Leo –entre otras– la exposición que hace Beatriz Sarlo el domingo pasado en Perfil. Todo lo que dice es cierto, y no se me ocurre que tal artículo pueda haber resultado polémico. ¿Polémico para quién? A mí también me parece totalmente razonable que un nuevo programa de cultura decida hacer cambios, sobre todo si hay una cantidad de votantes detrás de ello que reclamaban cambios. Pero sospecho que nadie que haya votado a Macri lo hizo pensando en la cultura, y mucho menos que ese cuerpo informe de votantes pueda tener una idea conjunta de cuál es la cultura que quiere erradicar de un mazazo y cuál la que le gustaría enarbolar. Un nuevo programa necesitará realizar cambio de planes. Pero primero habría que tener algunos planes. No es eso lo que ha venido pasando. La gestión anterior del FIBA fue desalojada en 48 horas; una gestión que –creo que nos consta a todos– no se alistó bajo ningún partido político y que luego de una larga evolución propia de la práctica, ensayo y error, fue responsable de festivales muy importantes. Sus criterios pueden ser cuestionables pero es indudable que hay mucho que aprovechar de la experiencia ganada. Eso no quiere decir que la gestión fuera óptima o inmejorable. Pero es de una torpeza acuciante desatender el pasaje de información entre una gestión y la siguiente. Sobre todo cuando no existe en esta nueva gestión un plan nuevo. No se desbarató a la conducción del FIBA o del BAFICI porque se tuviera un mejor proyecto, o una dirección más arriesgada, o incluso más conservadora, si fuera del gusto de sus votantes. No se tenía nada de nada. Sólo se cambió gente. ¿Qué representatividad se ejerce en estos procesos seudodemocráticos? Supongo que la misma que funciona a nivel de diputados o senadores. ¿Alguien todavía realmente cree que vota programas, o que los programas de peronistas, radicales o macristas difieren en algo sustancial? Votar es poner personas en sillones. Y en lo particular de nuestra área: ¿existe una forma de pensar la cultura que no sea necesariamente progresista? O dicho de otra manera: ¿qué es el pensamiento progresista? Y si no lo es, ¿es pensamiento? Porque pensar –pensar en serio– implica separar la apariencia de la esencia y arribar a argumentos que preserven el futuro, por sobre todas las mezquinas conveniencias del chiquitaje coyuntural.
Tiene razón Sarlo: los directores de festivales, como los de los hospitales públicos, no tienen por qué cambiar obligatoriamente cuando cambia un gobierno, sobre todo si los unos han venido haciendo un muy buen trabajo, y si los otros demuestran ser sólo unos mafiosos, inoperantes y arrogantes. Y si se evalúa que estos directores no han venido haciendo un buen trabajo, entonces ¡a debatir públicamente qué es lo que se deseó extirpar de raíz con una siega tan descarnada! Me temo que ninguno de los que ejecutó esta decisión puede ni siquiera debatir qué se desea modificar. Todo esto huele más bien a una repartija de territorios donde los casuales vencedores se adjudican porciones del botín.
Escucho con agrado que el nuevo director del FIBA será Rubén Szuchmacher. Es un tipo culto, director teatral y director de una sala independiente. Le deseo la mayor de las suertes. No se cuestiona el recambio, que es –incluso– necesario. Pero estoy seguro de que el plan no existía cuando se vaciaron las oficinas. El plan lo deberá construir ahora Szuchmacher, y no dudo que tendrá ideas y ganas. Pero seguro que no estaba en la lista macrista durante la campaña.
El plan era sacar a unas personas. No era mejorar nuestra cultura.