Con la pandemia, las encuestas presenciales, que normalmente son más confiables, tienen dificultades.
La gente desconfía de la política y de los encuestadores. Si aparecen enmascarados, comunican que son peligrosos y no se puede lograr una base mínima de confianza para tener la entrevista. Se pueden hacer encuestas telefónicas, que tienen problemas graves. Estudiamos directamente el tema en varios países y los resultados son parecidos, agravados en Argentina.
La mayoría de las personas experimenta una mezcla de apatía y enojo poco usual. La apatía tiene que ver con su indiferencia frente a las elecciones, por el agobio que produce el encierro, el miedo a enfermarse, la muerte presente por todos lados, el temor sobre el futuro económico y de su familia, la ola de inseguridad.
Según la psicología, la apatía no suele asociarse con la furia, pero todo lo que hemos experimentado el último tiempo logró este maridaje. El elector no tiene ganas de involucrarse en política, pero está a un paso de estallar en contra de todo, siente que no hay propuestas capaces de comprometerlo en un proyecto.
Irse. La gente está desmotivada. La inmensa mayoría de los jóvenes siente que no tiene ninguna oportunidad en su país y quiere irse. En estas semanas creció el flujo de latinoamericanos que invaden México con la intención de establecerse en los Estados Unidos. Viajamos varias veces a ese país, a la ida los aviones estaban repletos, incluso con la primera clase llena de personas de recursos económicos modestos. Al volver había poco pasajeros, siete de cada diez fueron para iniciar un peligroso viaje por tierra en el que algunos perderán la vida.
En Ezeiza los vuelos están repletos de jóvenes argentinos preparados, que quieren irse a radicar en los Estados Unidos. Emigrar es la ilusión de muchos que sienten que en este país no hay futuro y, cuando conversamos con ellos en el norte y les preguntamos si van a volver, dicen que jamás. Todos van a ese país capitalista decadente, hay poco flujo de migrantes a los aliados del Gobierno que encabezan la revolución mundial, Venezuela, Bolivia y Nicaragua.
La decisión es dura. Como decía Jorge Lanata hace pocos días, en Estados Unidos somos latinos y en Europa, sudacas, aunque tengamos dinero o seamos profesores universitarios de institutos prestigiosos. Emigrar es muy duro, sufren el que se va, su familia, sus conocidos.
En ese contexto, si alguien llama al teléfono para conversar acerca de política, en muchos casos el posible encuestado cuelga el aparato de inmediato.
Encuestas. Actualmente, se necesita hacer entre sesenta y ochenta llamadas para encontrar a una persona que quiera responder la encuesta, un poco menos en la Ciudad de Buenos Aires y más en la Provincia. Es obvio que esa minoría que responde está sesgada: tiene algún interés en la política y los resultados son válidos para ese universo. Si un candidato obtiene el 4%, en realidad tiene ese porcentaje del 20%, o sea el 0,8%.
El 70% de electores que no responde a las encuestas, al que hay que sumar un 20% que responde al cuestionario pero no dice cuál es su preferencia, son una mayoría que puede dispararse en cualquier dirección. No son indecisos sino personas deprimidas, enojadas, que es posible que reaccionen en contra de lo establecido.
En Perú, hasta el final Pedro Castillo casi no aparecía en las encuestas. Pasó lo mismo en Chile con Gabriel Boric y Sebastián Sichel, que triunfaron en unas primarias en las que parecían seguros ganadores Jaude y Lavín. En México, AMLO, que conserva popularidad, convocó a una consulta y solo concurrió a las urnas el 7% del padrón. En Ecuador ganó la presidencia Guillermo Lasso, a quien nadie daba ninguna posibilidad.
Campañas. Para atraer a esos votantes, las campañas deben provocar entusiasmo, deseo de participar. Deben cumplirse dos condiciones: que el elector crea que los comicios son importantes y que lo motive un candidato. Ocurre poco en todos lados, y aun menos en Argentina, en donde vivimos uno de los procesos más grises del período democrático.
Los electores quieren que les comuniquen algo que les interese para solucionar sus problemas. Muchas campañas se dedican a adular al candidato, a decir que es inteligente, que sacó la medalla en buena conducta en la escuela; en definitiva, que es un tipo pesado. Después se dedican a insultar a los adversarios. Resultado: en otras investigaciones muchos electores se sienten ajenos a esos locos que pelean entre ellos.
Inicialmente, parecía que el Gobierno tenía las de ganar, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, pero tuvo un enemigo formidable: él mismo.
Cuando participamos en una campaña, siempre aconsejamos no mentir, porque lo que más debe cuidar un dirigente es su credibilidad. Cuando la gente no le cree, todo lo que dice rebota. En el mundo incontrolable de internet, todos están permanentemente conectados e intercambian información. Si alguien dice algo falso, la gente se percata inmediatamente y reacciona mal.
Cuando Alberto Fernández se queja de que le dejaron subsidios que tiene que convertir en trabajo, hace el ridículo. Todos saben que el macrismo no inventó esa red de planes que este gobierno duplicó y tiene a sueldo a la mitad de los electores.
En otra intervención, Alberto aseguró que vivimos en un país en el que la inflación está controlada, la economía despega y la pandemia se combatió de manera ejemplar. Una abrumadora mayoría de argentinos dice que el país está peor que hace un año. Cuando oye a Alberto, siente que vive en Disneylandia, un país bueno para fiestas.
Cuando no puede explicar su ineptitud, el Gobierno culpa de todo a Mauricio Macri. Con el paréntesis de su gobierno en minoría en el Congreso, el kirchnerismo gobernó 16 de los últimos 20 años con poderes casi totales. Macri es el único presidente no peronista que terminó su período en un siglo. En la Provincia, 30 de 34 gobernadores fueron peronistas, María Eugenia Vidal fue una excepción.
Algunos municipios de la Provincia han estado en manos de familias peronistas durante décadas. ¿Cómo pueden decir que su situación se debe al gobierno de Macri? Nuevamente, cuando se dicen cosas absurdas, el vocero queda como mentiroso.
Angustia. En medio de la angustia en que viven los electores, pueden interesarse por un candidato que comunique de manera creíble que hay una salida. Sin embargo, lo frecuente es halagar el ego del político. Quiere comunicar que es vivísimo, que obtuvo la medalla al mejor egresado del colegio, cuenta una biografía para que le aplauda su mamacita, pero que a los electores no les dice nada.
Hay candidatos que llaman la atención, y eso puede ser útil. Es lo elemental en una campaña: cuando aburre, nadie lo toma en cuenta.
A veces puede presentarse como una brutal agresión, que a veces consigue votos. El capitán Bolsonaro y el actor de un reality show Trump tuvieron éxito con ese comportamiento. Milei usó el ataque desorbitado en esta campaña y logró diferenciarse del pelotón de candidatos grises. No está claro que un político que dice ser liberal, que pretendería atraer inversiones, ordenar el país y llevarlo al progreso, tenga el estilo de Luis D’Elía.
Jonatan Viale acuñó un término que describe bien a muchos políticos que quieren seducir a la juventud desde los fantasmas que los angustiaron en su adolescencia, pero que han desaparecido. Son los pendeviejos, políticos que suponen que los jóvenes son bobos, que se les puede sorprender con lo que les impresionó hace décadas.
Beatriz Sarlo calificó a la candidata del Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires de “cheta que dice malas palabras”, se la podría describir también como una señora de mediana edad que quiere parecer joven contestataria.
Pensó que causaría sensación cuando dijo que los jóvenes quieren “bailar y coger”, que lo demás no les interesa demasiado. Y quiso seguir la línea de Wilhelm Reich cuando dijo que el peronismo es el partido con el que más se ha garchado. Es probable que haya preparado un spot de fin de campaña asustando a los jóvenes con un anuncio: no existe la cigüeña.
Ayudando a Juntos por el Cambio, hizo otras dos declaraciones: siendo la candidata de un gobierno que acaba de prohibir las exportaciones de carne, dijo que lo que más le interesaba era promover las exportaciones, porque sin eso la economía no puede desarrollarse. Cuando le consultaron sobre si es o no un problema que la mayoría de los jóvenes quiera irse del país, dijo que si un joven quiere emigrar la llame para tomar unos mates y convencerlo de quedarse.
Otras funcionarias del gobierno federal y provincial colaboraron con la oposición. Teresa García, ministra de Kicillof, pidió que los jóvenes “no miren los programas de televisión”. Una perla que habría conseguido una condecoración de Stalin o de Franco. Sabina Frederic, ministra de Seguridad, dijo que “Suiza es más tranquilo, pero más aburrido”. Tal vez le parezca entretenido ver desde su coche rodeado de escoltas cómo los motochorros atacan a la gente y cómo crece el delito.
PASO. Es probable que estemos dando a las PASO una trascendencia mayor de la que tienen. De ninguna manera está en juego la elección presidencial, ni siquiera los resultados de las elecciones de noviembre.
Siempre hubo una diferencia importante entre las PASO y las elecciones reales, porque mucha gente que rechaza al kirchnerismo y no está motivada se abstiene en una elección que parece intrascendente y vota en la real.
En los meses que quedan, es poco probable que ocurra algo que ayude al Gobierno. La economía no puede mejorar, ojalá la pandemia se controle un poco, pero no será un acontecimiento. La dramática desaparición de Patricia López en Santa Cruz, de quien la jueza dijo a la hija que la había comido un mamífero, se une a la larga saga de muertes y fortunas que vuelan por los aires en conventos que rodean a Cristina.
En todo caso, el resultado no va a significar nada definitivo. Su interpretación equivocada puede provocar una hecatombe en un país cuya población está en el límite de la desesperación.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.