A continuación, se esbozan algunas consideraciones sobre los ejes bajo los que se habría desarrollado el debate por la Ley Audiovisual.
1. Lo que el oficialismo argumentó a favor de su proyecto.
La ley contribuirá a desmonopolizar un mercado concentrado, permitiendo su transfiguración en otro abierto y pluralista, donde existirán más voces con poder expresivo.
Tal transición provocará la incorporación de pequeños actores que podrán desarrollar nichos del mercado de producción audiovisual hasta ahora no explorados.
Eso redundará en mayores fuentes de trabajo debido a la incorporación de nuevos generadores de bienes culturales que hasta ahora no podían plasmar sus producciones.
La nueva ley representaría un sólido puente que debería transitarse para arribar a un nuevo “renacimiento expresivo”, que amplificará las voces que hoy desean hacerse escuchar, pero que el rígido corset de intereses hegemónicos no permite oír.
2. Lo que el oficialismo argumentó en contra de la oposición.
El oficialismo se centró en descalificar a la oposición sosteniendo que toda crítica a un proyecto de ley portador de méritos tan evidentes, el único fin comprensible que podría perseguir radicaría en la defensa de los intereses económicos de grupos de multimedios.
Así, un núcleo argumental para descalificar las críticas de opositores se sintetizó en el intento de adscribirlos dentro de la categoría de “voceros de los intereses de las corporaciones mediáticas”.
En la versión más radicalizada, se sugirió una continuidad histórico-ideológica entre los intereses de los actuales grupos multimediales, cuyo rol durante la dictadura habría sido cuestionable, expresada en su renuencia a modificar una ley sancionada bajo ese régimen.
3. Lo que la oposición argumentó en contra el proyecto oficialista.
La ley propuesta lejos de democratizar y desmonopolizar el mercado sería otro intento del oficialismo de utilizar al Estado en pos de su propio beneficio. Específicamente: tratar de controlar y acallar las voces opositoras para poder consolidar y perpetuar su poder.
De implementarse, la vigencia de la ley implicaría el desguace de cadenas de medios ya establecidas.
Eso, lejos de propiciar el idílico renacimiento expresivo generaría un nuevo buró disciplinario capaz de decidir quién puede erigirse en agente emisor de opinión.
Adicionalmente, el colapso de las empresas generadoras de fuentes de trabajo aumentaría la tasa de desempleo del sector de producción de bienes culturales.
El resultado de la ley sería entonces el primer acto de una tentación controladora que conduciría a una aventura distópica con final anunciado, de características parangonables a las exhibidas por el régimen chavista (intervención y/o cierre de medios opositores, hostigamiento del periodismo independiente, avance hacia la censura de contenidos, etc.)
En síntesis, según la oposición, el proyecto de ley oficialista escondería un costado paradojal: pretendiendo instaurarse como un avance democrático y progresista, terminaría pareciéndose a aquello a lo que pretendería superar.
4. Una conjetura Borgiana para comprender por qué los hombres, a veces, no pueden sortear el pantanoso terreno del pensamiento dilemático.
Jorge Luis Borges citando a Coleridge, para quien los hombres nacen aristotélicos o platónicos, sostiene que “a través de las latitudes y de las épocas, los dos antagonistas inmortales cambian de dialecto y de nombre”, pero, en esencia, sus cosmovisiones se mantienen invariantes.
Ignoro la universalidad de tal conjetural dicotomía. Lo cierto es que en estas alejadas pampas, unitarios o federales, civilización o barbarie, peronismo o antiperonismo, etc. parecen la corporeización cambiante de esas cosmovisiones irreconciliables.
Quizás en el núcleo de un debate donde pretende legislarse para problemas del siglo XXI, se filtren los ecos silenciosos del eterno desencuentro de los argentinos, que nos siguen acosando desde hace siglos.
* Director de la consultora Opinión Autenticada.