Hace setenta años éste era uno de los gritos que las multitudes peronistas pronunciaban en Plaza de Mayo. ¿Qué significado tenía aquella consigna? ¿Qué queda de todo aquello hoy? La presente nota trata de expresar algunas consideraciones acerca de dichos interrogantes.
En realidad, el 17 de octubre de 1945 resultó –más allá de sus protagonistas– el momento en el que Perón dejó de ser un militar o un político para transformarse en un emblema. A partir de allí las cinco letras de su apellido alcanzaron para buena parte de los argentinos la representación definitiva de la justicia social, de la dignidad del trabajador, de una posibilidad de mejor vivir nunca antes alcanzada.
Por supuesto que a dicho resultado contribuyeron factores históricos y circunstancias del momento. Los primeros tuvieron que ver con los años treinta, con la desidia de los viejos políticos, la intransigencia de las clases dominantes para otorgar beneficios en lugar de acumular excedentes, la errada visión de un generalato caduco y sin proyecto alguno, la miopía de una Iglesia simplemente institucional y poco cercana a los humildes. Las segundas estuvieron emparentadas
con la presencia de un gobierno –como el de la revolución del cuarenta y tres– carente de ideas y de legitimidad de ejercicio, de militares pusilánimes y formalistas, de una clase política que expresaba consignas carentes de realismo, de una hipocresía que erizaba la piel.
De ambas circunstancias se vio favorecido Perón para ganarse al pueblo trabajador, un pueblo olvidado, humillado, que como decía el antiperonista y honesto intelectual que fue Ezequiel Martínez Estrada comía en la cocina o en el corral y que Perón (y también Evita) “nos trajo al comedor” para sorpresa y espanto de “las clases cultas” o “gente decente” de nuestro país.
Tan cierto es lo que decía Raúl Scalabrini Ortiz, aquello del “subsuelo de la patria sublevado”, que creo recordar hace algunos años declaraciones de Magdalena Ruiz Guiñazú y Mariano Grondona comentando que siendo niños fue en aquel 17 de Octubre de 1945 que vieron por primera vez a los obreros argentinos en persona. Esa visión –decía Leopoldo Marechal– fue la que lo hizo a él (y a pocos como él) hacerse peronista.
Demagogia o identidad. Seguramente muchos dirán –como ciertos historiadores– que fue el resultado de la propaganda peronista realizada impunemente durante los gobiernos de ese signo. Que la demagogia de Perón y Evita –asumida por los sindicatos– colaboró en la maniobra. Pero pregunto: ¿los humildes respondieron y siguen respondiendo al emblema Perón por una manipulación estatal mediática o porque vincularon a dicho militar con el nacimiento de algo nuevo en la Argentina? ¿La resistencia posterior a 1955 tuvo que ver con esto?
Emblema de una nueva época. El que escribe estas líneas es hijo de un trabajador de aquellas jornadas. En este momento recuerdo algunos de sus comentarios dichos al pasar y que después de tantos años siguen rebotando en mi memoria: “Yo conocí un país de pobres y ricos, me decía, en donde los de abajo usaban alpargatas y llevaban los pantalones remendados en el culo. Perón nos enseñó que teníamos dignidad, que no éramos menos que nadie. ¿Vos sabés lo importante que es eso?”
Tan importante era lo que decía mi viejo que incluso hoy hasta los liberales utilizan el “emblema Perón” para ganar votos. El “queremos a Perón” no era el grito de guerra de una clase explotada, era el grito esperanzado de una nueva Argentina. De un país harto de corrupción, de leyes incumplidas, de maltrato constante.
¿Qué emblemas futuros serán necesarios para reaccionar contra la globalización excluyente que ya es una realidad en marcha?
*Profesor de Historia e historiador.