Existen quienes se encuentran convencidos de que el accionar de Donald Trump está guiado por delirios de grandeza e impulsos irracionales. Incluso se argumenta que aquellos brotes de irracionalidad, fronterizos con la llana locura, están comprometiendo el accionar de Estados Unidos en el orden global. ¿Pero son sus acciones completamente irracionales o esa imagen es parte de una estrategia premeditada?
“La llamo la Teoría del Loco, Bob. Quiero que los norvietnamitas crean que he alcanzado el punto en el que podría hacer lo que fuera para parar la guerra. Correremos el rumor de que, ‘por amor de Dios, conoces a Nixon, está obsesionado con el comunismo. No lo podemos reprimir cuando está furioso –y tiene la mano en el botón nuclear– y el mismo Ho Chi Minh estará en París en dos días suplicando por la paz”.
Estas palabras corresponden a Richard Nixon, quien fue presidente de los Estados Unidos entre 1968 y 1973, y según diversas fuentes estaban dirigidas a su jefe de Gabinete, H.R. “Bob” Haldeman en relación con su plan para lograr que el Vietcong accediera a negociar en uno de los momentos más álgidos de la Guerra de Vietnam.
La Teoría del Loco o Madman Theory, como la bautizó Nixon, consiste en mostrarse frente a los enemigos como una figura impredecible, con un accionar no inducido por cálculos racionales sino por meros impulsos, dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de defender los propios intereses. Bajo la óptica de los promotores de este juego diplomático, generar una percepción de locura en el rival permitiría disuadirlo y obligarlo a sentarse en la mesa de negociación, ya que el potencial riesgo de no cooperar es altísimo. Esto es lo que en teoría de los juegos se conoce como el juego del gallina: imaginemos dos coches conduciendo a toda velocidad en el mismo carril y en direcciones opuestas. El primero en cooperar saliéndose del carril es el perdedor –el gallina– en un juego de suma cero. Cuanto más irracional me perciba mi rival, más posibilidades hay de que decida cooperar, si es que quiere sobrevivir. Pero si ninguno de los dos coopera, confiando en que el otro lo hará primero, la colisión será inminente.
Durante su campaña presidencial, Donald Trump parecía irracionalmente obsesionado con China. Tanto es así, que llegó a afirmar que, para lidiar con ese país, Estados Unidos debía volverse impredecible: una de las claves de la Teoría del Loco. Ya convertido en presidente, y durante una visita de Xi Jinping en su residencia de Mar-a Lago en Florida, Trump decidió precipitadamente bombardear la ciudad siria de Homs, tomando por sorpresa a toda la comunidad internacional, incluyendo al propio Xi. Esta acción fue también leída como un mensaje al gigante asiático. “Así como bombardeamos Siria, estamos dispuestos a hacer lo mismo en Corea del Norte si China no colabora”, podía leerse entre líneas.
Las amenazas a Kim Jong-un –el presidente norcoreano que comparte con Trump la ingrata reputación de irracionalidad– se volvieron una constante hasta que ambos se sentaron en la mesa de negociación, a principios de 2018, luego de que el magnate advirtiera al dictador que su país se enfrentaría a fuego y furia como el mundo jamás había visto antes. Por cierto, la sutileza diplomática seguía brillando por su ausencia.
Dos de los grandes enemigos del presidente norteamericano en el mundo son Nicolás Maduro y el régimen de los ayatolas en Irán. En los últimos meses, diversos rumores de intervención en ambos países han resonado fuertemente, y la escalada de tensión diplomática con Teherán preocupa a toda la comunidad internacional porque podría tener dramáticas consecuencias en la inestable región de Medio Oriente. En este escenario, es su asesor de seguridad nacional –John Bolton– quien encarna la figura del loco. Lo cual resulta bastante creíble, no solo por su apoyo explícito a la invasión norteamericana en Irak en 2003, sino porque desde antes de su llegada a las oficinas del ala oeste de la Casa Blanca ha sido un entusiasta promotor de intervenir para derrocar el régimen de los ayatolas e instalar un gobierno democrático en el país persa.
Si bien Trump ha dejado claro que no quiere ir a la guerra con Irán, los riesgos que acarrea este juego diplomático son altísimos, especialmente si hablamos de la principal potencia militar del planeta enfrentándose a países con programas nucleares no controlados por la comunidad internacional. En esta lucha de poder, paradójicamente, la locura debe ser racional y prudentemente administrada. ¿Cuánto tiempo más podrá sostenerlo Trump sin caer en su propia trampa?
*Investigador del Centro de Estudios Internacionales de la UCA.