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¿Quién mató a José Luis Cabezas?

Seguir diciendo que a Cabezas lo mató Yabrán es contar apenas una parte de lo que pasó.

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autoria. La foto de Cabezas a Yabrán y su esposa, en Pinamar, el 16/2/1996. | cedoc

Los que mataron a José Luis Cabezas fueron juzgados y condenados, salvo Alfredo Yabrán que se suicidó antes de ir preso. Pero los que permitieron que ese hombre edificara su poder en las narices del Estado, nunca pisaron el tribunal.

A Cabezas lo asesinó un grupo de marginales a sueldo de Yabrán, al mando de un policía como Gustavo Prellezo y bajo la conducción de un ex militar como Gregorio Ríos. Y policías de Pinamar, encabezados por el propio comisario Alberto Gómez, liberaron la zona para que el crimen se pudiera cometer.

Eso es tan cierto como que si no hubieran existido estructuras estatales y privadas que permitieron el crecimiento de una red mafiosa originada mucho antes del crimen, ese crimen nunca se hubiera producido. Esas estructuras fueron manejadas por personas con nombre y apellido.

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Yabrán comenzó a hacerse millonario durante la última dictadura militar y tuvo su primera línea de complicidad en la Fuerza Aérea. Pero la red de empresas fantasma y negocios turbios creció sin parar durante los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem.

Cuando la revista Noticias inició sus primeras investigaciones sobre el emporio Yabrán, allá por 1991, quienes llamaban a la redacción para interceder por él eran importantísimos dirigentes radicales y peronistas. La persona que aquel año nos metió en una camioneta a la entonces directora de Noticias, Teresa Pacitti, y a mí, para llevarnos a un lugar desconocido en el que nos recibiría Yabrán, fue el diputado radical Roberto Sanmartino. El propio Menem viajaba en los aviones de Yabrán y, aún después del crimen de José Luis, le abrió las puertas de la Casa Rosada en una visita oficial.

Nadie podía haber crecido tanto y de forma tan ilegal sin la complicidad del poder político.

Su propia custodia era un fiel reflejo de ese poder impune. Un ejército de ex represores de la ESMA parapetado en su fortaleza de Martínez, vigilando con sus armas desde las garitas del imponente muro perimetral. Cuando en aquel 1991, dos enviados de Noticias (el periodista Fernando Amato y el fotógrafo Marcelo Lombardi) fueron a tocar el timbre pidiendo que el dueño de casa los atendiera, quienes los atendieron fueron esos hombres armados, a los tiros. En la comisaría de la zona se les rieron en la cara cuando intentaron denunciarlo, el gobierno se negó a investigar y el ataque solo existió porque se publicó en las páginas de esa revista.

En menos de dos meses de trabajo en aquella redacción, un pequeño grupo de periodistas pudo delinear con bastante exactitud el primer mapa de sus empresas fantasma y mostrar sus primeras fotos. A eso le siguieron durante años decenas de investigaciones que indicaban quiénes eran sus testaferros y los nombres de todas sus víctimas, competidores que habían preferido dar un paso al costado y entregarle sus empresas ante el riesgo de no volver a dar un paso más en su vida.

Era riesgoso investigar, pero no fue tan difícil. Lo que esos periodistas supieron, lo sabían, antes y mejor, los gobernantes y los organismos de control, sólo que lo dejaron hacer.

Lo vi tres veces a Yabrán. La primera fue la que nos condujo a ciegas aquel legislador. No me imaginé que el lugar en el que nos recibiría sería una sede oficial del Episcopado argentino, en el barrio de Congreso, rodeado de banderas vaticanas. Nos recibió ahí para hacer alarde de sus relaciones políticas y eclesiásticas y, en particular, su amistad con el cardenal Raúl Primatesta, el hombre más importante que tuvo por años la Iglesia Católica.

Para los otros dos encuentros a los que fuimos junto a Héctor D’Amico, el sucesor de Teresa en la dirección, el intermediario fue uno de los periodistas más reconocidos del país (ya fallecido), uno de los tantos profesionales de medios con los que Yabrán mantenía relaciones estrechas sustentadas en aportes económicos más o menos explícitos.

Si una reducida redacción pudo develar la trama de negocios turbios de Yabrán, imagínense lo que hubieran logrado redacciones diez veces más grandes. Pero durante años muy pocos alertaron de quién se trataba.

El asesinato de José Luis Cabezas fue producto de la sinrazón de Yabrán. Y Yabrán fue producto de la complicidad de quienes le permitieron ser lo que fue.

Seguir diciendo que a Cabezas lo mató Yabrán es decir sólo una parte de la que pasó.


*Ex director de la revista Noticias.