COLUMNISTAS
Reportaje a Santiago Kovadloff

“Quien ofende a un muerto es porque advierte lo vivo que está”

Opina que al fiscallo asesinaron. Asegura que los feriados en torno al 24 de marzo buscan “promover el olvido” y critica al Gobierno por manipular el pasado reciente.

Derechos humanos. “El triunfo de la dictadura (de la que se cumplió un aniversario) fue lograr que la civilidad no pueda reconstruirse (como era necesario) tras del terrorismo de Estado”.
| Sergio Piemonte

Mientras transcurre este largo feriado puente acudimos a la lúcida y filosófica mirada del Dr. Santiago Kovadloff para comprender un momento (como éste) en el cual en nuestro país se ofende a un muerto (el fiscal Nisman) que no puede defenderse y, al mismo tiempo, se lo utiliza políticamente.
—Me daría la impresión, –explica Kovadloff– que quien ofende a un muerto es porque advierte lo vivo que está… Es decir, el peso que tiene su figura en el sentimiento colectivo. Ofendiéndolo se aspira a descalificarlo, a minimizar ese sentimiento colectivo tratando de homologar su figura con alguien que no merece consideración. Y si lo hacen, insisto, es porque han advertido la estima que recibe de parte de la gente. Creo que esto es tan profundamente cierto en el caso de Nisman porque su muerte representa la indefinición de una sociedad ante un Estado que es incapaz de protegerlo frente al delito. En consecuencia, esa orfandad cívica, encuentra en la muerte de Nisman su expresión más desesperante porque se trata de un fiscal.

—¿Usted usaría la palabra “asesinado”?
—Yo, sí –contesta Kovadloff con firmeza–. Creo que él ha sido asesinado desde un punto de vista fundamental: el Gobierno lo trató con desprecio y ese desprecio es una prueba de la intrascendencia de su vida para quienes (justamente por su investidura) deberían haberlo respetado. Nisman fue anonadado y convertido en insignificante. Esta es una manera de quitarle valor a su vida, más allá de lo cual me parece que su muerte está demasiado unida a la actividad que iba a desplegar al día siguiente frente al Congreso como para no pensar que, en un país como el nuestro, una muerte como ésta sólo puede estar ocasionada por un Estado para el cual la vida de los ciudadanos no significa nada.

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—Daría la sensación de que, en nuestra sociedad, no se admite el conocimiento o el contacto con la verdad.
—Ese es un punto fundamental: el miércoles pasado, frente a Tribunales, yo decía (en un acto que realizamos con Sergio Bergman y Nelson Castro) que deberíamos impedir que la Verdad se convierta en un Desaparecido más porque justamente la Verdad es una materia de intercambio profano, corrupto. Es un recurso del que se vale el Poder para tratar de afirmarse a sí mismo con independencia de la Ley. Me parece que esta situación pone en claro hasta qué punto la Argentina es un país institucionalmente inconsistente. Y se lo digo porque es esa inconsistencia la que está en la base de la trágica desaparición de Nisman.

—Junto a la palabra “inconsistencia” que usted emplea me atrevería a agregar la de “frivolidad”: en el día de hoy (24 de marzo), en vez de hablar de los miles de desaparecidos durante la dictadura más sangrienta de nuestra Historia estamos hablando en un día feriado cuando realmente ¡no hay nada que festejar!
—Tal vez la finalidad de estos feriados sea promover el olvido… Acaso el Estado (mediante esta Feria de distracciones) aspire a lograr que el sentimiento cívico se diluya en la pereza, en un descanso innecesario en vez de promover, justamente, una valoración del trabajo y de todo aquello que genere “comunidad” a través del esfuerzo. Nos están invitando a la dispersión del descanso.

—Y si hablamos como padres o abuelos podemos comprobar que los chicos, aun los adolescentes, no saben la tragedia que ocurrió en el país. Por eso estos feriados son un atentado a la Memoria y a nuestra Historia…
—Sí. Yo creo que el gran triunfo de  la dictadura militar (de la cual se cumple un aniversario más) ha sido lograr que la civilidad no pueda reconstruirse (como era necesario) después del terrorismo de Estado. Y de esto no sólo es responsable el Gobierno actual: son responsables los sucesivos gobiernos que no han logrado completar la transición del autoritarismo a la democracia republicana. De un modo u otro, todos ellos han retrasado esa transición o, con su ineficiencia, han contribuido a que no se pueda cumplir. Me parece que lo que ha hecho el kirchnerismo es capitalizar a su favor el descrédito de la democracia tal como ese descrédito fue sembrado (lamentablemente a partir de 1987) por el final del gobierno de Alfonsín y por los gobiernos posteriores. Como le decía, a partir de 1987, el sistema democrático pierde la capacidad de representar los ideales con los que Alfonsín llegó al Gobierno.

—Volviendo al presente no sólo nos encontramos con un magnicidio, sino también con un clima de inquietud social.
—Lo que advierto es que este gobierno llega al final de su gestión habiendo radicalizado hasta tal punto la intrascendencia de las instituciones de la República en el sentimiento mayoritario que la muerte de Nisman no hace más que coronar esa indefensión. Entonces: hay un reclamo que está básicamente dirigido a la oposición, pero yo no sé si la oposición lo ha recogido como es debido. Desde el punto de vista legal el tema del esclarecimiento de la muerte de Nisman está en el centro de la campaña y no en la periferia acallada de los problemas que tendrá que afrontar el nuevo gobierno. Me parece fundamental que se le brinde a la sociedad una respuesta de esta naturaleza. No basta con referirse a las deudas que este gobierno le dejará al próximo. Hay que referirse al problema moral que, fundamentalmente, este gobierno deja pendiente. Me refiero al tema AMIA, al de Nisman, de Cabezas, de Yabrán…en fin, todos aquellos que este gobierno no ha contribuido a esclarecer, sino a entorpecer aún más como lo ha hecho mediante el acuerdo con Irán que hoy es motivo de rechazo por una gran parte de la sociedad. También hay que entender que hay un núcleo duro de la sociedad argentina (y uso el término “duro” porque es insensible) al que poco le importa lo ocurrido
con Nisman.

—¿En cuánto estima a ese “núcleo duro”?
—Diría que constituye un 30% del electorado argentino del cual no creo que deba esperarse ninguna reacción en el sentido de un fortalecimiento de la Ley. Le digo más: ese 30% aspira a una conducción política fuertemente autoritaria que sea capaz de cubrir sus demandas de supervivencia y no, en cambio, recursos de desarrollo cívico. Desgraciadamente ese empobrecimiento de la percepción de la propia identidad que caracteriza a gente que apoya a este gobierno forma parte, para mí, de un núcleo que está siendo brutalmente explotado por este gobierno. Creo entonces que es un deber para los candidatos a la Presidencia hacer referencia a esas formas de explotación social que hoy padece buena parte de la población que teme perder lo poco que tiene y a la que el futuro gobierno debe asegurar que no va a perder sus bienes, pero que tampoco debe resignarse a ser lo que es.

—¿Usted no cree que, por ejemplo, algún tipo de alianza Macri-Reutemann significaría para la oposición la aceptación de que es importante lograr formas de convivencia con un numeroso país peronista?
—Creo que esa aceptación tiene, por lo menos, dos configuraciones. Una, de profunda resignación (hablamos de aquellos que dicen “sin el peronismo, este país no puede ser gobernado”) pero, por otra parte, me parece que el peronismo a través de la figura de Reutemann estaría más bien llamado a aceptar la necesidad de un cambio en la orientación de la política argentina. Es decir, su propia modernización. Yo no creo tanto que Macri esté buscando incorporar al peronismo existente, sino que el peronismo aprenda a transformarse para seguir teniendo alguna significación. No sé si lo va a lograr o no, pero no creo que Macri aspire a incorporar a sus fuerzas algo que, de alguna manera, siempre representó para él un enorme obstáculo de desarrollo.

—De todas maneras tenemos que convenir que somos una sociedad a la cual le cuesta mucho unirse, ¿no le parece?
—Sí, yo creo que la fragmentación es un rasgo estructural de la identidad nacional. Es una característica que, desgraciadamente, no parece haberse disuelto a lo largo del tiempo. Pero, a la vez, pienso que algo hemos aprendido: me parece a mí que los esfuerzos que se han hecho en estos últimos dos años para superar la fragmentación extrema de las elecciones del año 2011 hoy evidencian algunos frutos importantes. Por ejemplo: el radicalismo y el PRO han comprendido que significan mucho más en interdependencia que aisladamente. Aún el PRO (que tiene más posibilidades, tal vez, que el radicalismo de presentar a un candidato victorioso en las elecciones) comprende que no tiene territorialidad suficiente como para representar a un gobierno nacional. Y los radicales (que sí tienen esa territorialidad) han comprendido la intrascendencia a que los condenó el partido en los últimos años (digamos desde el año 2005) y han buscado esta interdependencia que puede contribuir “¡a que nadie lo sea TODO”! Y esto lo digo, fundamentalmente, basado en lo siguiente: la Presidenta de la Nación sigue presentándose como el resultado de una totalidad autosuficiente. Me parece que, en la oposición, esa vivencia de totalización absoluta no está viva y no tiene mayor fuerza porque la demanda del electorado opositor es que se busque una unión entre las partes fragmentadas mientras que, desde el oficialismo, impera el criterio de serlo TODO y en forma autosuficiente. El drama que tiene el oficialismo es que, al presentarse como una totalidad cerrada y autosuficiente no tiene capacidad de interlocución con ninguna entidad o agrupación diferente a ella misma. Esto es muy grave…

—Para un hombre de pensamiento como usted, ¿cuánto juega la ambición en todo esto?
—Bueno, yo creo que la ambición personal puso de manifiesto su rasgo más patético en las elecciones del año 2011 porque en ese año la “estelaridad” de los candidatos, su aspiración al estrellato, alcanzó un nivel supremo cuyo escenario fue básicamente la televisión. Algo muy ridículo porque el resultado de esas elecciones probó que la fragmentación no llevaba a ningún lado a los adversarios del Gobierno. La estelaridad, en cambio, funcionó muy bien en el oficialismo porque el oficialismo venía de una gestión suficientemente satisfactoria para ella misma y para buena parte de la población en el orden económico. También para la clase media que redujo su expectativa y su demanda al nivel de lo económico como para que el oficialismo pudiera sentirse capaz de autoabastecer la demanda electoral. Pero, en este momento, a mí me parece que el
Gobierno está encerrado en un “yo-ísmo” insuficiente y la oposición discretamente abierta a una alteridad al prójimo un poco más sensata que la que tuvo en el pasado.

—Pero, también hoy, nos enfrentamos con un fenómeno aterrador como es el narcotráfico… Cuando el papa Francisco habla de “mejicanización” no podemos dejar de asustarnos (recordemos horrores como decapitaciones, migrantes, etc.). Parecería que Francisco usó esa palabra con toda la intención de prevenirnos.
—Sí. Y me parece que la responsabilidad fundamental de los candidatos es hablar de todo aquello que compromete el porvenir institucional y social de la Argentina.
Entre ellos, el narcotráfico, el juego… Hablaría también de la incidencia extraordinaria que el tráfico de dinero ilegal sirve en Argentina para construir poder. Todo esto me parece que no puede ser obviado por los candidatos a menos que aspiren a alcanzar el poder sin comprometerlo con la Ley.

—No podemos ignorar el poder inmenso que otorga el juego.
—Por eso es importante recordar que, uno de los caminos para consolidar el Poder, es el delito. Otro camino, es la Ley, pero donde el Poder queda consolidado sometiéndose a la Ley las investiduras importan más que los individuos. Cuando el Poder prescinde de la Ley importan los individuos porque son los encargados de concentrar en sus figuras la significación del Poder. Y esto me parece gravísimo y creo que, a diferencia de otros torneos electorales del pasado, hoy el deber de la oposición es hablar de la gravedad de la situación en la que se encuentra un país que está al borde de la intrascendencia institucional. Es decir, que no tenga auténticas instituciones, sino instituciones espectrales donde las investiduras no representen nada.

—¿Cómo ubica a la Justicia en este cuadro?
—Creo que, en estos momentos, la Justicia está evidenciando una lucha estremecedora entre el Deber y la Conveniencia. Y que esa lucha estremecedora muestra hasta qué punto no ha sido autónoma, sino que ha estado enhebrada con el poder político de una manera que es casi inimaginable para la mayor parte de la población. Le explico: cuando Kirchner llega al Poder le devuelve al Ejecutivo un protagonismo que no había tenido De la Rúa quien no había logrado infundirle a su Presidencia el valor que la Constitución permite adjudicarle.
Kirchner le devuelve protagonismo al Ejecutivo, pero ese protagonismo empieza a crecer patológicamente y termina por devorar a los otros Poderes, devorar la autonomía del Legislativo y del Judicial y llegamos entonces a la gestión de la presidenta Cristina Fernández que ha reducido el Ejecutivo a la palabra ¡“yo”! Entonces, este personalismo extremo, desenfrenado, no es necesariamente un destino irremisible para la Argentina, pero tenemos que entender muy claramente qué significaría revertirlo… Revertirlo significaría devolverle a la Ley un papel protagónico independiente en el país. Si no empezamos por la Justicia, el país va a terminar siendo un espectro.

—Sin embargo, para el ciudadano medio tenemos una Suprema Corte que resiste el embate.
—Sí, sí… daría la impresión que la Corte está dispuesta a no dejarle la última palabra sobre su caracterización en boca de la Presidenta de la Nación. Yo pienso que esto es saludable y es de esperar que se sostenga por lo menos hasta el final de esta gestión. A mí me parece que lo que la gente espera de la Corte Suprema de Justicia es que lo sea.