El teorema de Cristina” podría enunciarse de la siguiente manera: el crecimiento de la Presidenta es directamente proporcional al aumento de la distancia con su marido.
“El teorema de Margarita” se demuestra con una reacción genéticamente radical que la aleja de Elisa Carrió y la acerca, de la mano de Julio Cobos, a la matriz de su viejo partido.
Son expresiones de un kirchnerismo unplugged (desconectado) que ya no tiene líder ni candidato presidencial y de un radicalismo reloaded (recargado) que empieza a articular su futuro.
La política tiene poco de trigonometría porque es subjetividad encuadrada. Su flexibilidad no permite trazar leyes definitivas, pero está claro que los remezones del terremoto electoral que padeció el kirchnerismo aceleraron su dinámica y están generando hechos políticos inéditos y situaciones asombrosas. Los reacomodamientos hacen crujir viejas lealtades y aparecen rupturas (no institucionales, como planteó Néstor Kirchner para meter pánico) de alianzas entre dirigentes que prometen alumbrar nuevos liderazgos.
Nos venimos preguntando en forma recurrente si es posible el divorcio político de Néstor y Cristina. ¿Hay alguna chance de que ella pueda gobernar con su impronta y liberarse de esa sociedad matrimonial de intereses económicos monolítica? Parece casi imposible a la luz de la experiencia histórica. El siempre apareció como el jefe de la jefa de Estado y más aún después de que la ampliación de las denuncias por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero los unificara ante la Justicia con las grandes sospechas que levanta el patrimonio del matrimonio.
Pero también es cierto que la reacción de ambos frente a la paliza de las urnas fue distinta. No está claro si esa división de roles fue acordada previamente entre ellos pero en la práctica todas las intervenciones de Néstor Kirchner fueron empujadas por la negación y la venganza. Cumpliendo su parte del teorema, cada vez que se acercó a Cristina con sus apariciones públicas o con decisiones donde se notó su mano, debilitó sus posibilidades y erosionó la investidura presidencial.
Su irrupción en territorio chubutense y la resistencia del gobernador Mario Das Neves produjeron un nivel de violencia virtual, real, verbal y latente muy preocupante. Virtual, porque Kirchner fue a provocar como un barrabrava al medio de la tribuna visitante. Se reunió con los enemigos de Das Neves y les ofreció obras públicas para consolidar a los opositores provinciales. Fue una forma de “hacer tronar el escarmiento” ante los traidores, tal como pidió Luis D’Elía esta semana y Mario Ishii después de los comicios. Real, porque hubo insultos, miniescraches y pinchaduras de gomas de la 4x4 que trasladaba a Kirchner que fueron respuestas a las fajas con la leyenda “ladrón” que les habían colocado a los afiches presidenciales de Mario Das Neves en Capital. El gobernador responsabilizó por eso a Guillermo Moreno y Rudy Ulloa Igor, que integran, según dijo, un “grupo de tareas”. Uno de los acompañantes de Kirchner en el Tango 10 fue precisamente Rudy. Casi fue una pelea cuerpo a cuerpo entre Kirchner y Das Neves. Faltó que se mojaran la oreja y se retaran a duelo. Das Neves dijo que Kirchner es “un hipócrita y un depredador”. Néstor aprovechó para plantear que ni Mauricio Macri ni Francisco de Narváez tienen lugar en ese partido porque son neoliberales y de derecha, y volvió a colocarse en el lugar de víctima de “la vieja política”. Los intendentes bonaerenses ardieron de bronca, exhibieron las cifras de sus triunfos por encima de Kirchner y dieron vuelta su teoría: “El fue víctima de su propia ceguera y fue victimario de las posibilidades del justicialismo, al que condujo a la peor derrota de la historia”.
Esa fue la señal de largada para que Daniel Scioli y Alberto Balestrini tomaran la determinación de volver a la metodología duhaldista y atrincherarse en la provincia. En algunas horas, el gobernador se despedirá de la conducción heredada del justicialismo a nivel nacional y lo dejará a la deriva hasta que se hagan cargo los gobernadores ganadores, renovará sus alianzas y equipo de colaboradores con intendentes y le atenderá cada vez menos el teléfono a Néstor.
Impresiona ver la diversidad de las últimas imágenes del naufragio kirchnerista. Duhalde había vaticinado que tenía fecha de vencimiento y De Narváez, que iba a costar mucho encontrar kirchneristas dentro de algunos meses.
Hoy aparece un Gobierno manso, con otro tono, replegándose en forma ordenada y cediendo en muchos terrenos. Eso solo cambió el clima, abrió las puertas del diálogo civilizado y apuntaló la gobernabilidad. Floreció un ánimo constituyente antidestituyente. Bajó los deditos levantados que dictaban cátedra y la crispación autoritaria que multiplicaba odios. Y ocurrieron cosas impensables hace dos semanas: Cristina fue capaz de volver sobre sus pasos por una exigencia de Gerardo Morales. Aníbal Fernández dejó de decir que Macri era un burro para convocarlo al diálogo como primer gobernador. Florencio Randazzo anunció que va a recibir a Felipe Solá, quien fue su mentor pese a que después se acusaron mutuamente de traidores. La Presidenta va a conversar cara a cara con Francisco de Narváez. La agenda parlamentaria hasta diciembre fue producto de sólidos acuerdos entre todos los bloques. Hay consenso para tratar los temas urgentes del campo y convocar a sus representantes al Consejo Económico y Social, y una larga lista de temas que eran intocables y que ahora están abiertos al debate y las modificaciones.
Cristina lo hizo. Aunque sea parte de un plan urdido con Néstor sólo para ganar tiempo, la Presidenta hizo lo que correspondía, lo que demandaron las urnas. Utilizó correctamente la bala de plata. No tiene capital político ni espacio para retroceder. Incluso muchos de los kirchneristas más reflexivos y sensatos, como Agustín Rossi entre otros, se sienten mucho mejor defendiendo estos argumentos que siendo soldados ejecutores implacables de la mano de hierro de Néstor. Sería una tragedia institucional si el ex presidente, irritado por su síndrome de abstinencia, pateara el tablero como ya hizo en otras ocasiones.
Por ahora, aparece soportando la caída de su ilimitada autoestima. Mastica su bronca pero se banca ver cómo muchas de sus verdades reveladas se van cayendo a pedazos. “Con los radicales ni siquiera hay que hablar”, decía. Tampoco hay que subestimar su poder de fuego y su capacidad de daño. Allí están firmes sus guerreros, Julio de Vido (con tanto o más poder que Aníbal Fernández) o Guillermo Moreno (con tanto o más poder que Amado Boudou). Aquí vale detenerse y preguntar. ¿Es verdad que Néstor le vetó un par de colaboradores y que no tan amado, Boudou, amenazó con renunciar? ¿Están ratificando a todos los morenistas en el INDEC para luego ofrecer un cambio de metodología en las mediciones pero monitoreados por la misma tropa? Algunos cristinistas sugieren que le están elevando el precio a la cabeza de Guillermo Moreno para que Boudou se la corte y eso fortalezca definitivamente su imagen. Ver para creer.
Los tiempos de Cobos
La figura de Julio César Cleto Cobos cada día ocupa más el centro del ring. Hace un año que se transformó en uno de los políticos más conocidos y de mejor imagen cuando en aquella madrugada de tensión dramática, parlamentaria y televisiva fue el primero que se atrevió a decirle que no a Kirchner. Esa tal vez haya sido su máxima contribución a la lucha contra el intento hegemónico hereditario de los K. Demostró que había vida después de Kirchner. Que se podía atender la propia conciencia a los reclamos ciudadanos y mantener la dignidad. No se arrodilló ante una orden de Kirchner y le hizo perder el invicto. Antes, sólo se habían atrevido Juan Carlos Blumberg en 2004 (cuando aprovechó el clima de horror frente al asesinato de su hijo y representó la preocupación ciudadana por la inseguridad) y monseñor Joaquín Piña en 2006, en Misiones (cuando enfrentó los intentos de eternizarse en el poder provincial del kirchnerismo). Fueron dos cachetazos que Kirchner superó con paciencia, cierto ocultamiento y fuegos artificiales. Pero Blumberg y Piña eran dos hombres ajenos a la política y de una fugacidad notable. En cambio, el “voto no positivo” y la derrota parlamentaria de Kirchner fueron producidos por el político de mayor jerarquía institucional después de la Presidenta, por el principal aliado de la Concertación, y fue una continuación a través de otros medios del triunfo en la calle que el campo había tenido con dos de las movilizaciones más masivas de la era del hielo K. Finalmente, aquel gesto audaz y definitivo de Cobos abrió las puertas para el derrumbe electoral del kirchnerismo y el cambio de época.
Hoy Cobos tiene dos desafíos: estudiar con detenimiento si no llegó la hora de renunciar a la vicepresidencia y convertirse en el imán que atraiga a Margarita Stolbizer, a Ricardo López Murphy y a nuevos dirigentes jóvenes a la reconstruida Unión Cívica Radical. En el partido de Alem, igual que en el peronismo, siempre convivieron distintos matices internos que fueron desde la ortodoxia económica hasta cierto anarquismo intransigente pasando por el alvearismo conservador. Durante muchos años de la historia fue el partido de la clase media y expresó popularmente, también igual que el justicialismo, los vientos ideológicos preponderantes en cada tiempo y los humores nacionales.
Es verdad que en las encuestas y en la calle la mayoría le pide a Cobos que se quede como vice. Hay cierta fantasía ciudadana que lo ve como una especie de reaseguro institucional para evitar cualquier salvajada o que sirve como límite o dique de contención a las desmesuras de los Kirchner. Pero los recursos tácticos tienen un tiempo de vida útil y cuando llegan a su límite pueden transformarse en un bumerán. Hay que tener olfato de estadista para descubrir el punto de saturación. Cobos dijo que va a renunciar en marzo de 2011 para presentarse a las elecciones primarias simultáneas y obligatorias (“y que nadie saque los pies del plato”, dijo) que teóricamente van a funcionar como resultado de la reforma política que en estos momentos está dando sus primeros pasos de diálogo. Otros creemos que su renuncia no pasará del mes de diciembre de este año. En ese momento, el bloque de sus diputados se va a subsumir en el de la Unión Cívica Radical para llegar a tener 43 bancas. Esa integración simbólica que se va a dar en el Congreso y con la gobernabilidad asegurada sería un ámbito a medida de la renuncia de Cobos.
Hasta ahora, su figura creció por los ataques de Néstor Kirchner y el ninguneo institucional de Cristina. Eso lo colocó como la contracara de los Kirchner y le permitió mostrarse humilde y negociador frente a la altanería y la cerrazón. Pero desde el momento en que un hombre suyo como el diputado Daniel Katz entró a la Casa Rosada acompañado de Margarita Stolbizer para intercambiar ideas con el ministro del interior, esa rigidez anti Cobos se quebró. Por lo tanto, parece que no habrá más insultos kirchneristas que le permitan seguir creciendo. Su volumen como dirigente que quiere gobernar este país ahora lo tiene que demostrar reconstruyendo masiva y eficientemente su partido.
Margarita Stolbizer dejó sola y en evidencia a Elisa Carrió. De esos desencuentros es muy difícil volver. Nunca fueron amigas, pero lograron ayudarse mutuamente. Eso también se terminó. La apuesta por encarnar juntas el espanto a Kirchner en las elecciones ya terminó y ahora sólo las une la honestidad intelectual, la rebeldía y la transparencia ética de cada una. ¿Stolbizer volverá al radicalismo con su partido GEN convertido en línea interna? Tal vez. No es fácil, porque ella está muy dolida por el maltrato radical. Pero un lucido senador comentó por lo bajo que “está más dolida con el personalismo y el autoritarismo de Lilita”. Hay que esperar. Carrió debe interpretar que el voto del 28 de junio premió su capacidad de construcción del Acuerdo Cívico y Social y su coraje para denunciar la corrupción kirchnerista cuando nadie la denunciaba, pero también castigó un estilo y un lenguaje irreductible que es lo único que la iguala con Néstor Kirchner. Ambos tienen reclamos de su militancia para que escuchen más y construyan menos verticalmente sus partidos.
Aceptar el diálogo que tanto se reclamó no le hace perder credenciales opositoras. Y si el Gobierno miente, como hizo en otras oportunidades, se daña a sí mismo y no al resto de la dirigencia que le abrió un nuevo crédito.
Por eso Cristina debe ser más Fernández que Kirchner. Por lo menos hasta 2011. Porque su actuación como presidenta mejora, y eso beneficia a todos los argentinos, empezando por su propio gobierno.