En cuestión de meses, China equiparará a la Argentina en PBI per cápita (medido en dólares de paridad de poder adquisitivo). En 1980 el PBI per cápita de China constituía una fracción del de Argentina. Hacia 2010, ya significaba un 50%. Y, a partir de 2020, comenzará a superarlo.
La equiparación significa que, como fruto de trayectorias muy dispares, ambas naciones pasan a compartir una condición común: esto es, la de formar parte del grupo de países que confrontan la así llamada “trampa de los países de ingreso medio” (“middle-income trap”, o “MIT”, según sus siglas en inglés).
La MIT consiste en la dificultad de competir, por un lado, con países de menores ingresos debido a las ventajas de costos laborales que éstos disfrutan y, por el otro, de competir con países más avanzados que gozan de niveles más altos de productividad, sofisticación tecnológica y capacidad innovativa.
A ello se suma, en el caso de Argentina, una dificultad secular para recrear condiciones propicias al crecimiento y las fuentes dinámicas que lo propulsen.
Y, en el caso de China, se agrega el impacto de su actual conflicto comercial y científico-tecnológico con EE.UU., cuyos riesgos e impactos concretos están escalando tanto para las partes contendientes como para el conjunto de la economía global. El cuadro incluye la quiebra del sistema multilateral de comercio, la relocalización de las redes globales de producción y la grieta tecnológica global emergente, todo lo cual ha comenzado a forzar a muchos países a tomar partido.
Si bien China ya compite globalmente en múltiples áreas de frontera, tales como la inteligencia artificial, la computación cuántica, la carrera espacial y los vehículos propulsados por nuevas energías, conviene tener presente que, como indica el cuadro adjunto, su ingreso per cápita representa aún tan solo dos quintos del de los EE.UU. –expresión de su productividad laboral promedio relativa–. En correspondencia con ello, el “estado del arte” promedio de su industria manufacturera sufre aún entre dos y tres décadas de retraso respecto del de los EE.UU. Este contraste se conjuga con el de orden histórico/cultural que existe entre su paradigma tecnológico, en gran medida fundado en la heurística y la difusión de conocimientos existentes, y el de los EE.UU., basado en las innovaciones radicales de base científica. En el futuro próximo China deberá reforzar considerablemente sus inversiones en investigación básica y la jerarquización del nivel medio de competencia de su personal científico.
Hasta el estallido del actual conflicto con los EE.UU., China se encontraba bien encaminada para superar el MIT, merced a la conjugación de un alto nivel de integración con los flujos científico-tecnológicos globales y su vigoroso enfoque holístico e integrado de la movilización innovativa doméstica, que incluye las dimensiones científico-tecnológicas, institucionales, gerenciales, organizativas y de política pública. Sin embargo, a raíz del conflicto, ese probable éxito ha ingresado en un cono de sombra e incertidumbre.
Puede descartarse que China resigne su soberanía, sacrificando sus aspiraciones de rejuvenecimiento –las cuales han venido siendo satisfechas, aunque no aún en la medida buscada. En su lugar, cabe prever dos alternativas.
La primera, improbable, es un reset; esto es, una fundamental revisión del plan de desarrollo de China y de su lugar buscado en la economía global. Esta alternativa se parecería demasiado a una resignación de soberanía.
La segunda alternativa, más probable, consiste en que China, en el marco de un enfoque más autosuficiente que el que imperó a partir de 1978, se resigne a reducir su ritmo de avance innovativo y cambio estructural por algunos lustros. En este escenario, su expansión y avance tecnológico pasarían a descansar más de lo previsto anteriormente sobre estándares diferenciales, algunos de ellos quizás inferiores a los de mejor práctica, aumentando su dependencia relativa de mercados con menor feedback de aprendizaje y, con ello, menor potencial de impacto sobre su crecimiento. Todo esto podría marcar su ulterior patrón de desarrollo, con un impacto subsiguiente sobre la economía global. Esto no necesariamente implica que EE.UU. vaya a imprimirle mayor dinamismo a su propio desarrollo innovativo y al desarrollo económico global.
*Profesor de Políticas de Innovación Tecnológica, Universidad de Buenos Aires.