COLUMNISTAS
DE MACRI A BOSSIO

Reacciones primarias

El revisionismo del Gobierno surge como admisión de errores. Fuego cruzado contra la ex presidenta.

“¡¡A LOS BOTES!!” Diego Bossio.
| Dibujo: Pablo Temes

Hizo honor al título: Cambiemos. O, para aparentar modestia por errores propios, decidió aceptar una carencia de su gobierno –reflejada en medidas poco explicables por abuso de decreto (jueces de la Corte, privilegios para la Capital Federal)– e hizo montar un cordón sanitario para cubrirse de eventuales equivocaciones. Difundió entonces un equipo alternativo de protección constituido por él mismo, sus ministros Peña y Frigerio, más Monzó en el Congreso, que borocotiza a la oposición. Si a Macri le objetan que faltan política y pensadores en su administración, ahora intenta reparar esa ausencia con un staff arrancado del mismo fondo de su cacerola, ya que especímenes de ese rubro no abundan en su mundo de Ceos.

Para muchos, es un rasgo de humildad, alejado de su caprichosa antecesora: corrige cuando algo sale mal. Y con urgencia. Otros dirán, en su contra, que afortunadamente eligió la política como generosa actividad, ya que en otras profesiones –la cirugía o el espionaje– de los errores no se vuelve, se pagan. O los pagan otros.

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Rectifica el Presidente: tarde descubre la inflación indócil y amenaza con castigar a empresarios ventajeros desde el Estado, luego de suponer que éstos lo iban a acompañar en el sacrificio. Tan iluso como Pugliese y como creer ahora (sin atender la experiencia del BCRA de Adolfo Diz & Cía.) que la inflación es sólo una cuestión monetaria y que secando la plaza se resolverá el problema: sin plata no se mueve la aguja, nadie compra, nadie vende, aseguran. Cierto pero efímero, reflexión para el facilismo de alguien que aumentó brutalmente los impuestos en su gestión porteña (también en la actualidad), tuvo un déficit como el de Cristina y se endeudó como Daniel Scioli. Pero no hay quien mencione estos datos; además, sería políticamente incorrecto: ese alerta, hoy, es como advertir que Néstor Kirchner se había tragado mil millones de dólares de Santa Cruz cuando asumió el gobierno nacional. Nadie quería escuchar. Más novedades y cambios promete Macri para el 1º de marzo, fecha de un discurso –se supone– que tendrá una densidad superior a la proclama religiosa del día de su jura. Ya pasó el verano para entonces, se viene el invierno, como Alsogaray.

Quizás revise el mandatario otro bache obvio, no sólo el político. Aunque abundan los expertos en el Gobierno, pagos y contratados, se admite que falta un team o un protagonista que explique, haga docencia, unifique mensaje, convenza y persuada a la población sobre los actos de gobierno. Y soporte los rayos. Con Macri no alcanza, y para los otros de su vera no es una ciencia la especialidad de la comunicación política. Esa asignatura elemental no figuró en el manual cuando Juan José Aranguren anunció el sablazo, los aumentos de tarifas eléctricas, ni contar siquiera con la solidaridad pública de otros funcionarios, no vaya a ser que los contagiara el cataclismo negativo de las subas. Se expuso en solitario, como si fuera del gobierno de otro país y, por falta de versación, la complejidad de las medidas quedó relegada a la interpretación osada de los técnicos del periodismo. Patético.

Se cree que ese tipo de fallas en lo político serán resueltas por la intrusión de un nuevo comité que se añade a otro más íntimo e influyente que acompaña a Macri desde hace varios años, integrado por el empresario amigo Nicolás Caputo, el ex intendente Carlos Grosso –a quien mantienen en reserva para evitar complicaciones como las que padeció como asesor de Adolfo Rodríguez Saá–, el propio jefe de Gabinete Peña, el excéntrico divo Jaime Duran Barba y su colaborador de campo, Santiago Nieto, quien aporta porcentajes de lo que la gente quiere, desea o detesta del Gobierno. Son ellos los que han compartido atrevimientos personalistas de Macri que naufragaron en minutos y, ahora, en una línea revisionista de sus propios consejos, hasta quizás alteren el criterio inicial de no desempolvar el pasado inmediato, evitar revanchismos o cargar culpas sobre el legado cristinista. Ese mandamiento se fisuró por la dimensión deficitaria de la herencia y la realidad de que son demasiadas las tinieblas para tener los ojos y la boca cerrados. A sesenta días, Macri afirma ahora que es más grave el despilfarro que la corrupción recibida, otro descubrimiento adolescente y cuestionable.

Fracasó la estrategia del borrón y cuenta nueva que se amparaba –dicen– en la debilidad legislativa del Gobierno, sin atender a que un frágil Néstor Kirchner consolidó su capital político en la provincia y en la Nación al instalar la lógica del amigo-enemigo fomentada por Laclau, dividió y sancionó a la población, creció en suma a costa de la ofensa y el agravio impotente a Menem, De la Rúa y al propio Duhalde. Cristina, a su vez, incrementó esa ferocidad del método al apropiarse de la “patria” reservándole la “antipatria” a quien no compartía su estética. Rara la primaria actitud de la cúpula macrista por no repetir ese mecanismo binario, ya que siempre reconocieron, con admiración, la animalidad política de los Kirchner. Cambiemos cambió, sin embargo, con el quiebre del bloque opositor, sea por la obvia ayuda oficial y por lo que sabía el país sin necesidad de encuestas: el peronismo no es Cristina, menos la imberbe monotonía de los camporistas, mientras la autoridad de la dama en situación de retiro se deshilachaba con la pérdida del poder. Esa fracción empieza a estar más aislada que el dengue.

Flota la rabia en las inmediaciones de la ex, Estela de Carlotto no la reconoce como amiga, le retiran cuadros del finado, le cuestionan la oficina al nene, investigan al que donó presuntamente el sarcófago y se le van dilectos como Diego Bossio, una de sus promesas en la Rosada.

Era previsible: siempre cuestionó el entorno muchachista, de Kicillof a Larroque. No alcanza con descalificarlo, como hace Máximo con su corte, cuando juntos hasta deben haber comprado jugadores para Racing. O hacerlos comprar, en todo caso. Tampoco aporta acusar de “traidores” a los que parten a nuevas tierras, utilizando la misma prédica de quienes en los 70 se servían de ese mote para hacer campaña o matar compañeros (Rucci fue uno de los ejemplos). Olvidan que se puede liquidar con palabras o armas al que piensa, no lo que piensa.