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Panorama // crisis financiera

Rediseñar el mercado, pero no reemplazarlo

A partir del estallido de la crisis financiera durante el 2008, desde el Papa hasta un taxista en Kabul –supongo que habrá taxis en Kabul– están bregando y reclamando por una reforma profunda de las instituciones del sistema financiero y bancario global.

Szewach
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A partir del estallido de la crisis financiera durante el 2008, desde el Papa hasta un taxista en Kabul –supongo que habrá taxis en Kabul– están bregando y reclamando por una reforma profunda de las instituciones del sistema financiero y bancario global.
Lo cierto es, sin embargo, que si bien la crisis financiera actual tiene características y orígenes muy particulares y que las reglas de funcionamiento del sistema requieren una revisión y eventual corrección, el mundo vivió innumerables problemas similares al actual desde hace siglos, y con los más variados arreglos institucionales.
Sin ir muy lejos, Japón vivió el estallido de su burbuja inmobiliaria (Alfonsín vendió la sede de la Embajada argentina en Tokio en US$ 200 millones), a finales de los 80, y allí no existían ni los préstamos subprime, ni los Credit Default Swaps, ni ninguna otra sofisticación que se le parezca. Lo mismo sucedió en crisis anteriores o contemporáneas.
Quizá convenga, entonces, revisar algunos aspectos meramente conceptuales.
Desde su origen, lo que está detrás de la organización del sistema financiero es la idea de que hay gente que quiere o necesita ahorrar para el futuro y que, del otro lado, hay gente que necesita o quiere gastar hoy y tendrá el dinero mañana.
Pero, obviamente, los plazos no coinciden. Hay gente que quiere ahorrar por un mes o un año, hay gente que necesita los fondos por un año o un día.
En situaciones normales, esta “intermediación en plazos” que hace el sistema bancario funciona adecuadamente, dado que, desde los banqueros venecianos, hasta los modernos bancos centrales, hay una experiencia que “calcula” cuánto es el dinero que los bancos tienen que tener en reserva de liquidez, sin prestar, para atender los retiros de aquellos que quieren los fondos hoy y no renuevan sus depósitos.
En un sistema cerrado, además, como el dinero que alguien retira de un banco termina, al final del día –salvo que lo atesore en su casa– en algún otro banco, surgieron los préstamos entre bancos, y los redescuentos que otorga el Banco Central, en momentos en que, por alguna razón, la demanda de liquidez de la gente supera los cálculos habituales de un banco en particular.
El supuesto de funcionamiento del sistema bancario es que la gente no retira todo su dinero a la vez y que, entonces, ese dinero puede ser prestado. Que hay una reserva de liquidez que, basada en la experiencia, atiende los retiros diarios. Que, en condiciones normales, si algún banco, por alguna razón, experimenta problemas de liquidez transitoria, algún otro banco o el Banco Central le prestará los fondos, hasta que pueda cobrar los créditos otorgados y devolver el dinero recibido y restablecer sus condiciones de liquidez.
Obviamente, también hay reservas derivadas de que no toda la gente devuelve sus préstamos, requisitos de capital propio que tienen que tener quienes se dedican a este negocio. Idoneidad y reputación, que antes juzgaba la gente y ahora las juzga la Superintendencia de Bancos. Las garantías a los depósitos de los ahorristas más pequeños y con menos información, para alentarlos a tener los fondos “trabajando” dentro de los bancos y minimizarles el riesgo, y algunas otras regulaciones que completan el cuadro.
Cuando todos los bancos tienen problemas, y a todos les retiran los fondos por igual, o nadie les paga los créditos por igual, sólo quedan los Bancos Centrales actuando como bomberos en medio de una catástrofe.
Por supuesto que, después de cada incendio, la nueva experiencia indica qué situaciones pueden preverse o evitarse.
Pero siempre aparece algo nuevo, o no previsto, o un riesgo no evaluado suficientemente.
Son las sorpresas las que hacen crecer al mundo y a las personas. El sistema bancario más seguro es el que recibe los depósitos, remunera el sacrificio del consumo presente y no le presta los fondos a nadie. Pero esos bancos quebrarían rápidamente, dado que pagarían intereses, sin cobrarlos.
Entre este extremo y el de prestarle a cualquiera, sin medir riesgos y consecuencias y todo el menú de innovaciones financieras que surgieron en los últimos años, hay un gran abanico de posibilidades.
Pero no hay que tirar al bebé junto con el agua sucia. Este mercado de capitales causante de la gran crisis actual también fue responsable del gran crecimiento y de la reducción de la pobreza global de los últimos años.
El Estado reemplazando al mercado de capitales privado puede ser un mecanismo transitorio en el incendio, pero es ineficiente, y demasiado sujeto al poder de los grupos de presión, en donde los menos representados son los más necesitados. Quienes terminan pagando los costos de esa situación, paradójicamente, son los que no tienen ahorros, ni herencias y necesitan del crédito para su progreso.
Eso es algo que ni el Papa ni los taxistas de Kabul deberían olvidar.