La violencia en el fútbol no es una novedad. No son situaciones de esta época. Ya resulta inexplicable que a esta altura de la historia, los hechos se repitan una y otra vez y los perjudicados, los violentados, siempre resulten ser las mismas personas que se movilizan por el amor y la pasión al fútbol. Nada bueno saldrá del cóctel de inoperancia, complicidad y desacato.
Las imágenes que se vieron el miércoles por la noche antes del partido entre River y Godoy Cruz transmitían entre impotencia, vergüenza y escalofríos. La zona sur del conurbano bonaerense fue el escenario para una situación a la que nos exponemos todos y todas las personas que concurrimos a un estadio de fútbol. En medio de la sospecha por un posible enfrentamiento entre dos facciones de la barra de River, la policía consiguió detener a 51 sospechosos (la mayoría fueron liberados al día siguiente). Aunque ese operativo tuvo un caótico desenlace para el resto del público que nada tenía que ver con esa disputa. En el ingreso al estadio de Lanús, las fuerzas de seguridad actuaron de forma irresponsable y desmedida: gas pimienta, balas de goma y palazos sin ningún tipo de sentido. El colapso fue inminente y el resultado fue caótico.
Uno de los heridos fue Gonzalo Maidana, primo de Jonatan Maidana, ex defensor de River. Un balazo de goma a corta distancia impactó en su pierna derecha y le generó lesiones musculares y en los tendones. “Empezaron a corrernos a todos, con palos y balas de goma. En el tumulto, quedé adelante en la vereda y de a tres metros me tiraron. Cuando me pegaron, me empecé a sentir mal, me bajó la presión porque perdí mucha sangre, unos chicos y un amigo me ayudaron, me protegían porque la policía seguía tirando”, relató Maidana en TyC. Suena como una película de acción de buenos contra malos, cuando esto es un espectáculo en el que las familias, amigos, hinchas como cualquier otro, deciden ir a alentar y a disfrutar. Todo se transforma y el riesgo aumenta de forma ilógica. Es bastante irónico que el titular de Aprevide, Juan Manuel Lugones, haya calificado como “exitoso” el operativo que se llevó a cabo. Las detenciones fueron ese saldo positivo con el que se quedaron.
En 2013 se vetaron los visitantes en Primera por el fallecimiento de Javier Jerez, un hincha de Lanús que fue asesinado en el Estadio de La Plata por una bala policial. Seis años antes ya regía esta prohibición en el ascenso, luego de la muerte de Marcelo Cejas, simpatizante de Tigre, durante la promoción entre los de Victoria y Chicago en Mataderos. Hace ya unos años, esta medida es parcial. Varios encuentros se disputaron con parcialidades de los dos equipos, como ocurrió el miércoles pasado por Copa Argentina. Luego de esa noche de terror, la medida que se barajó para solucionar estos hechos de violencia fue que el público de River no concurra de visitante en provincia de Buenos Aires. Otra vez, el hincha de fútbol es condenado por la inoperancia de un sistema de seguridad que debiera proteger y lo único que hace es reprimir y prepotear.
Toda persona que haya concurrido a un estadio de fútbol padeció el maltrato de quien debía garantizar el orden. Porque sé lo que es ir a la cancha. Recorrí el ascenso y viajé horas para ver a Atlanta. Conocida es la rivalidad con Chacarita. Un clásico con alto riesgo. Recuerdo a la perfección el partido en 1999 en San Martín. Ni un problema. Estuve en Isla Maciel y en Laferrere, canchas consideradas como las más peligrosas. Y cuando los operativos funcionaron, no hubo problemas. También viví emboscadas. En la cancha de All Boys, por ejemplo. La zona liberada al servicio del desmán. La muestra clara de la complicidad policial que permite que hechos de esta magnitud ocurran. Causalidades de un sistema que lastima al inocente. Se arruina una costumbre, el placer de viajar para seguir a los colores que amás, planificar los medios de transporte que tenés que unir desde tu casa hasta canchas que quedan a kilómetros. Trenes a Berazategui, colectivos a Isidro Casanova, horas de viaje en las que la cabeza volaba. Y hoy se castiga a ese hincha, al que sonríe en la vuelta a casa o se arruina la semana por una derrota. Bienvenida sea la lucha contra las barras y las mafias del fútbol. Pero esa lucha no se debe sostener metiendo a todos en la misma bolsa. Sería bastante ilógico prohibir los autos por la cantidad de choques.
En pocos días se vienen dos nuevos superclásicos en los que Boca y River se disputarán un lugar en la final de la Libertadores. Los dos últimos encuentros en el Monumental tuvieron un contraste fuerte. El año pasado todo lo que podía salir mal, salió peor. Un operativo paupérrimo que facilitó una pedrada al micro de Boca y terminó con la renuncia del por entonces ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo. En septiembre de este año, el ingreso para los hinchas de River fue engorroso y estuvo mal organizado, pero no hubo incidentes que lamentar. En octubre volveremos a vivir este partido que tanto disfrutamos.
El fútbol no es violencia. El hincha no es un delincuente. Y el policía no puede ser un represor. Una persona no puede ir a alentar a su equipo y saber que corre el riesgo de recibir un balazo en una pierna. Que cada uno haga la autocrítica necesaria. Pero que se deje de condenar al fútbol.