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Relax en Olivos tras la tormenta

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MiERCOLES 20. Al Presidente se lo vio relajado. Compartió café y optimismo con Marcos Peña. | TELAM

Escuchen esto: el escenario de conmoción política que arrancó la noche del 13 de diciembre y explotó durante las jornadas en que se trató la reforma previsional, fue armado por el Gobierno. La idea maquiavélica de Macri fue dejar expuestos a los violentos, ir a fondo con las reformas económicas, ratificar que es capaz de vencer al kirchnerismo en todos los terrenos y demostrar que la Argentina tiene un nuevo y temible Macho Alfa.
Descártenlo. Eso no fue lo que pasó, aunque algunos lo sospechan y a ciertos oficialistas les siente mejor parecer malos e insensibles que torpes y débiles.
Dicen que cuando se le preguntaba a Napoleón a qué ejército bendecía Dios en una batalla, respondía: “Dios siempre apoya al general que gana”. Mientras que el Presidente siga saliendo triunfante de las batallas que emprende, se podría afirmar que cuenta con la bendición divina.

Massa y los K en la mira. Desde la residencia presidencial de Olivos todo se ve mejor. Porque allí habita la máxima autoridad del país y porque en esas alturas del poder es difícil no blindarse con optimismo infinito. También se ve mejor porque sus cuidados jardines le aportan cierto halo idílico. Y porque es miércoles de sol, que es cuando trabajan allí el jefe de Gabinete y sus colaboradores, con la expectativa de cerrar el día con un relajante partido de fútbol.
Pero el pasado miércoles las cosas se veían aún mejor porque suponían que lo peor había quedado atrás, después de la escandalosa aprobación de la reforma previsional.
Tanto Macri como Peña están seguron de que detrás de la violencia callejera estuvieron los principales referentes del kirchnerismo y del massismo. Casi no hablan de la “izquierda”, pero sí de barrabravas violentos al servicio de la política. Y se menciona con nombre y apellido a Sergio Massa y Máximo Kirchner. En Olivos no dudan de que hubo un plan para impedir la sesión en Diputados y no descartan que el objetivo final fuera desestabilizar a su administración.
Creen que se trata, en el fondo, de la  lucha interna del peronismo tras la inapelable derrota de octubre.
El rol de Bullrich. En el Gobierno se deja entrever, más o menos claramente, que el fin de semana anterior se tomó la decisión estratégica de correr a las fuerzas que dependen del Ministerio de Seguridad del operativo del lunes 18 en el Congreso. Se optó en cambio por recurrir a una Policía Metropolitana capaz de soportar por horas agresiones sin peligro de una reacción desmedida, como la ocurrida el jueves 14. No habría sido entonces la polémica orden de una jueza la que motivó la inacción armada de la policía, sino la determinación política de no generar un clima letal que frenara la sesión legislativa. Creen que eso dejó en evidencia a una oposición parlamentaria que, según ellos, esperaba una represión tan feroz como para impedir una vez más la votación de le ley.
Ahora están tranquilos. Piensan que la aprobación del paquete de leyes de fin de año coloca al país a las puertas de un futuro venturoso y que los jubilados se darán cuenta de las mentiras que les contaban, cuando cobren y vean que reciben más dinero (se supone que lo dicen en términos relativos, ya que durante el próximo año el Estado se ahorraría más de 70 mil millones con la nueva fórmula).

Macri implacable. El último año fue ganando terreno la imagen de un Marcos Peña implacable que se sacó de encima a aquellos funcionarios que pensaban distinto (Prat-Gay, Melconian, Buryaile) o que no supieran trabajar en equipo. Pero Peña no es el implacable, es Macri. Cuando se los ve juntos, parece que se entendieran con la mirada, aunque no siempre están de acuerdo.
En las charlas entre ellos que comparten con algunos pocos testigos, el Macri privado se muestra obsesionado con el lugar que las fuerzas de seguridad deben tener en la sociedad: “Hay que cambiar la cultura de la gente, no puede ser que cuando un policía dice ‘pare’ no se lo respete”. El Presidente recomienda un video de un policía canadiense que muestra los recursos que dispone para reprimir de ser necesario y lo dura que puede ser esa policía cuando no se les hace caso o se ven amenazados.
Tiene razón Macri en que un Estado democrático debe recobrar la autoridad de sus fuerzas de seguridad y la legitimidad social sobre el monopolio de la violencia, pero no se muestra sensible ante una realidad
como la argentina en la cual el descrédito de esas fuerzas está tristemente justificado, por lo que el camino para lograr ese objetivo puede resultar más arduo que la simple decisión de hacerlo.
Acepta que la historia policial argentina dista mucho de ser impoluta (él lo sufrió en carne propia cuando fue secuestrado por policías, “y también me liberaron policías”, agrega) dentro de un pasado más negro aún, pero piensa que hay que dar vuelta la página de una vez por todas.
En cuanto a los choques frente al Congreso del lunes 18, el Presidente autorizó la estrategia de una Metropolitana más pasiva durante horas ante los ultraviolentos (frente a la represión indiscriminada protagonizada por la Federal y la Gendarmería días antes), pero se percibe que si fuera por su instinto la tolerancia hubiera sido mucho menor. Y se percibe que algo habrá tenido que ver Peña en que su jefe haya autorizado ese cambio de una posición dura a otra más “suave”.
En ese sentido, Patricia Bullrich representa bien a Macri, incluso a pesar de la insólita actitud de sus policías que dejó más de una decena de periodistas heridos (entre ellos dos fotógrafos de PERFIL), sin que hasta ahora se conozcan los nombres de los responsables.
Sturzenegger: debate que viene. El pasado miércoles en Olivos, las molestias del Presidente no giraban por allí, sino por los 88 policías heridos (en especial por Maximiliano Russo, al que había visitado el día anterior en el hospital, y corre el riesgo de perder un ojo) y porque todos los detenidos por la violencia eran liberados rápidamente.
Por eso, si alguno lo suponía, no va a pasar: Bullrich seguirá al frente de su cartera, al igual –según dicen en Jefatura de Gabinete– que el resto de los ministros. Pero enero traerá un debate en el macrismo que, esperan, no termine con alguna baja. Entre otras cosas, porque al titular del Banco Central también lo banca Macri. Federico Sturzenegger es el mayor cruzado del oficialismo contra la inflación y, en pos de controlarla, mantiene tasas de interés tan altas que fastidian a otros funcionarios como Mario Quintana, quien atribuye a eso la culpa de un crecimiento más lento.
Ahora que el paquete de leyes fue sancionado, esa es la disputa que resurgió dentro del Gobierno, en especial tras algunos índices que mostrarían cierto amesetamiento económico en la última parte del año. Sturzenegger promete una inflación 2018 del orden del 10% (y paritarias bancarias del 9%), pero sus adversarios internos le enrostran que sus pronósticos fallaron con creces en estos años y que su política ortodoxa afecta a la producción.
En la paz de Olivos tras la tormenta, mientras aún disfrutan el sabor del triunfo, sospechan que las próximas semanas servirán para encaminar la disputa. Elogian a Sturzenegger y confían en su flexibilidad para encontrar términos medios.
Fue un año complejo para todos los argentinos, también para los que habitan allí. Parecen agotados y satisfechos, en partes iguales.
Están convencidos, como Napoleón, de que Dios sigue apostando a ganador. Y hoy la suerte está de su lado. Aunque saben que deben andar con cuidado. En tiempos hipermodernos, hasta las decisiones de los dioses pueden ser efímeras.