Vos chupala. Vos mamala. Vos la tenés adentro...
Hay un término muy de moda para englobar el sentido de las más recientes máximas maradonianas. Hoy hablamos de crispación con la misma intensidad con que hace diez años lo hacíamos de frivolización.
Es como si de aquella fiesta para pocos hubiéramos salido remamados, parafraseando al Diego, en una especie de guerra permanente de todos contra todos de la cual muy pocos saldrán airosos.
Se llama crispación a la acción de crispar. Y crispar quiere decir irritar, exasperar, aunque la palabrita en cuestión también reconoce un significado análogo en un sentido traumatológico: se define así a la contracción repentina de un músculo por efecto de un golpe.
Estar crispado es estar nervioso, irritado, intratable. También lesionado. Y así estamos. Con la calma esguinzada, siempre gracias a los tapones de punta del otro.
De tanto repetirlo como loros, nos convencimos de que uno de nuestros grandes males es la devaluación de las palabras, cuando, en verdad, lo que más falta son hechos contundentes, motivadores, unificadores.
En una sociedad hipermediática lo que sobran son palabras. Y cuando las palabras sobreabundan, llamar la atención depende de que una suene más fuerte que la otra, más hiriente, más descalificadora. Llamar la atención pasa a ser el principal de todos los hechos, la más inmensa de todas las realizaciones. Y ganar nos transforma en dueños de la palabra, sin importar por qué habrá sido que jugamos tan pésimamente mal.
El Maradona estrella se hizo ídolo popular permitiéndonos que seamos un poco él, sin serlo. Gardeles que no cantan. Borges analfabetos. Ahora, con la estrella jubilada, Maradona es nosotros, deslizando la panza en la gramilla mojada por el milagro de San Martín, convirtiendo en rutilante victoria internacional el haber zafado del repechaje, como quien chamuyó al vigilante porteño para que no le haga soplar la pipeta de la alcoholemia. El 10 representa, mal que nos pese, los tormentosos estados de ánimos de una argentinidad confusa y sin plan de largo aliento.
Estamos en el apogeo del fútbol para todos, vecinos de un paisito al que sólo nos dejamos entrar por el puente de Gualeguaychú si se juega “algo grande” y pasando por alto que allí mismo, y sin necesidad de proclamar revolución alguna, para todos es Internet.
Remamados estamos. Con el Poder Ejecutivo, el Legislativo y muy pronto el Judicial dedicándole semanas y tal vez meses o años a definir quién y cómo editará las palabras en los medios para ver cuál de ellas sonará más fuerte, mientras en el Tigre o en Ciudadela o en cualquier parte hay un hecho tan sangriento como desgarrador e irremediable que tapa al otro y pase el que sigue. Con una infinidad de periodistas seguros de que nadie tiene derecho a criticarlos, vaya a saberse amparados en qué carnet de santidad. Con un Gobierno capaz de afirmar que nada de lo que se supone que hace lo hace contra nadie, mientras sus seguidores revientan el centro de Jujuy a palazos para escrachar al presidente del principal partido de la oposición.
Personalmente, me quedo con Verón. El que no festeja los córners y, aún transpirado por un éxito de carambola, propone escuchar a todos para encontrar de una buena vez el rumbo y organizar algo por lo que valga la pena festejar con pitos y matracas.