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Repensar la democracia más allá de las encuestas

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Lejos del romanticismo poético que dibuja una docta indomable, desobediente y conservadora desde donde se pretende encontrar una justificación monocausalista para explicar su filiación política; la provincia de Córdoba manifiesta una conducta electoral difícil de definir. Tan solo cinco meses antes 1.101.960 electores ratificaron al gobernador Schiaretti, consolidando una trayectoria ininterrumpida de 20 años de justicialismo en la jefatura provincial. Pero esa vocación justicialista no se proyectó al ámbito nacional; posicionándose en las antípodas de meses atrás. Frente a ello, la labor de las encuestadoras resultó desbordada por la realidad; tal como ocurrió también en Mendoza, San Luis, Entre Ríos y Santa Fe.

De los 23 gobernadores, Juan Schiaretti fue el más pretendido por las fórmulas presidenciales. Lograr su adhesión a favor de uno de los candidatos auguraba una tracción electoral muy interesante: la promesa de la transferencia directa de su supuesto porcentual electoral cautivo hacia el sufragio nacional.

El posicionamiento de Schiaretti, no obstante, se mantuvo inconmovible; evitando caer preso de tensiones electorales ajenas que podían comprometer una futura cordial relación con el candidato electo.

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Detrás de esa inerte posición, sus pocas intervenciones durante la campaña presidencial mostraron una pretensión disciplinadora de su electorado, dirigida a sostener a sus propios candidatos a diputados, impulsando una boleta corta sin adherencia a candidatos presidenciales. De esta manera buscó fortalecer la identidad autónoma sostenida desde hace tiempo dentro de la Cámara de Diputados mediante un bloque legislativo propio (Córdoba Federal), que le ha garantizado una relación de “paz armada” con el gobierno nacional.

Sin embargo, el electorado cordobés se condujo hacia una polarización que dejó afuera a la propuesta de Schiaretti y transitó sobre las figuras de Macri y Fernández, desoyendo la exhortancia del jefe provincial, quien finalmente no pudo retener las dos bancas legislativas que su bloque renovaba.

Lejos del fatídico escenario que los encuestadores proyectaban para Macri, los resultados marcan una paradoja: un ganador disconforme, un perdedor con alta imagen positiva y un contexto de moderación política sin dominios absolutos.

Hoy la República descansa ante la ausencia de desequilibrios entre los poderes: a un Ejecutivo sin la legitimidad prometida por las encuestas le sigue un Congreso sin mayorías absolutas que impliquen un sometimiento del Presidente ni un bloqueo de la oposición, y finalmente una Suprema Corte de Justicia que ha fortalecido su carácter de controlante independiente.

Lamentablemente, la incorrecta creencia de que la democracia se agota en un juego de suma cero (ganador-perdedor) reduce el sufragio al frío cálculo aritmético de los votos; y ésta es la razón por la que se pretende buscar respuestas absolutas y monocausalistas a los enigmas electorales de Córdoba.

Repensar la democracia permite superar el mero análisis estadístico y trascender la idea de partes antagónicamente posicionadas en extremos irreconciliables.

Así, este régimen político que llamamos democracia requiere un consenso sobre la necesidad del diálogo, la competencia y sobre todo, la retroalimentación entre el componente procedimental de una elección y valores superiores.

De esta forma, el transitorio escenario de ganadores y perdedores es el resultado de una negociación entre deseos, expectativas y sentimientos de la ciudadanía que no pueden preverse mediante encuestas.

El reducido –e inesperado– margen de votos con que se definió este proceso electoral fortalece la idea de que la democracia es un largo camino a recorrer, donde debemos permitirnos entender el resultado como un proceso participativo complejo, que no encuentra ganadores y perdedores, sino actores de una práctica de aprendizaje y madurez continua que puede engañar hasta a los mejores encuestadores.

*Investigador y profesor de Ciencia Política en la UBP  y UNC.