Milagros se viven, con suerte, una vez en la vida. Y el oficialismo ya gastó holgadamente su cuota. El problema es que, dado que resucitó años atrás contra todos los pronósticos, ahora cuando enfrenta dificultades saca pecho como Lázaro (no el malo, el bueno, el de la Biblia), y muchos creen que, aunque aparezca de nuevo acorralado, va a salirse al final otra vez con la suya.
Tan así es que aun sus peores enemigos se resisten a hablar y a creer que vivimos un fin de ciclo, y dan crédito a la idea de que CFK va a sacar conejo tras conejo de la galera y ya está a un tris de imponer un cambio de régimen que le permitirá quedarse para siempre. Recuerdan con cierto pesar y vergüenza haber dado por muerto demasiado pronto el proyecto presidencial, tras la crisis del campo y las parlamentarias de 2009, y haberse dedicado alegremente a disputarse entre sí la titularidad del poskirchnerismo, mientras desde el Gobierno se tejía la red con la que iban a ser pescados desprevenidos poco tiempo después.
Es bueno que los opositores y la gente en general revisen sus errores y se cuiden de no repetirlos, claro, pero tampoco es que estamos condenados a repetir la historia. Menos aun cuando se trata, como en este caso, de la combinación por demás azarosa de una serie, tan extensa como difícil de imaginar, de eventos afortunados (afortunados para ellos, no para el resto del país, huelga decirlo).
Para ilustrar el punto es oportuno destacar dos diferencias que existen entre la crisis actual y la del ciclo 2008-9. En primer lugar, en el campo económico, entonces la crisis fue de origen externo, el derrumbe financiero internacional, y su impacto local fue breve, no más de seis meses de recesión. Con lo cual el Gobierno argentino pudo decir que las cosas se habían resuelto gracias a sus políticas y él no tenía responsabilidad alguna en el problema, pero sí completa en las soluciones. Como aún existían stocks de capital disponibles (fondos de pensión, reservas del Central, etc.), se pudo incrementar el gasto sin generar más inflación. Y así siguió para adelante.
Hoy está bien a la vista que la crisis tiene causas domésticas, más allá de lo que repitan sin una sola prueba en la mano los epígonos oficialistas. Y que será larga, combinando estancamiento y alta inflación, porque el aumento del gasto ya no tiene ningún respaldo en ahorros, sino sólo en la emisión. Con lo cual el Gobierno queda inevitablemente en el foco de la tormenta, mostrándose cada vez más incapaz de ofrecer soluciones.
En segundo lugar, en el campo regional e internacional, y en parte gracias al origen financiero de aquella crisis, 2009 fue el clímax del populismo radical, y de sus esfuerzos por presentarse como contramodelo exitoso frente a los decadentes capitalismos democráticos del centro desarrollado. El futuro somos nosotros, podían decir líderes como Chávez, Correa o los Kirchner. Y presentar sus experimentos como democracias superadoras de las plutocracias liberales, mientras perseguían a la prensa independiente, partidizaban por todos los medios las instituciones públicas y hacían crecer en derredor suyo una troupe agradecida y sumisa de capitalistas amigos.
Esas políticas parecían satisfacer tanto a viejas como a nuevas camadas populistas, y cimentar una larga hegemonía de sistemas híbridos, frente a los cuales lo único que podían hacer los disidentes de esos países era adaptarse o irse. Hoy, que Venezuela se debate penosamente entre el despotismo castrista y el desorden, y que los pronósticos de derrumbe en el centro se han desacreditado, esas ideas están en franco retroceso.
Que justo ahora el kirchnerismo pretenda seguir el camino de Chávez no desmiente que viva un fin de ciclo. Más bien confirma que éste se ha demorado más de lo esperado sólo porque la diosa fortuna disimuló su infinita
torpeza.
*Sociólogo e historiador.